Nadav Lapid dirige una película sobre un joven israelí que abandona su país y se va a Francia. Una historia que le permite a Lapid, que se basa en sus propias experiencias, reflexionar sobre la identidad y la inmigración. Ganadora del Oso de Oro en la 69ª edición del Festival de Berlín.
Yoav llega a París queriendo escaparse y despojarse de todo lo horrible que le parece la Israel donde nació. Abandona su idioma, su pasado como soldado y porta un diccionario como principal medio para moverse en la ciudad parisina porque “ser israelí es como un tumor que debe ser extirpado con cirugía”.
La llegada de Yoav a París no comienza de la mejor manera. A punto de morir de hipotermia luego de que le robaran las pocas pertenencias con las que llega, es encontrado por una joven pareja del lugar, un aspirante a escritor y una practicante de oboe, que lo ayudan un poco con algo de vestimenta (como un tapado color mostaza con el que Yoav desfilará toda la película). Entre los tres se generará una relación singular: a él le servirán las historias que el protagonista trae para lo que escribe y con ella habrá una tensión amorosa capaz de cruzar los límites.
La película que dirige Lapid y coescribe junto a su padre Haim está basada en sus propias vivencias como un joven que se autoexilia. Tom Mercier debuta en el cine con un protagónico que le permite diferentes registros, por momentos más contenido y callado y durante otros más exaltado y verborrágico, especialmente cuando juega con el lenguaje. Siempre lo seguimos a él, en sus intentos de trabajos, alguno que resulta muy humillante, sus comidas baratas para subsistir, sus paseos mirando por la ciudad mirando el suelo para no dejarse sobornar por su belleza. A la larga, Yoav intentando encajar, pertenecer, encontrar su lugar en el mundo.
Algo parecido sucede con la película. Por momentos es una comedia con situaciones absurdas, pero también tiene momentos de tensión dramática y un final bastante desolador. A veces el ritmo es aletargado y con una narración algo reiterativa, y durante otros es vibrante y furiosa. Así, el film también tiene sus altibajos, se lo siente pesado, de a ratos, a lo largo de sus dos horas de duración. Y resulta siempre más interesante lo que tiene que ver con la adaptación en la ciudad parisina del extranjero que la relación que el trío de personajes crea.
Sinónimos: un israelí en París resulta una película original, fresca y a veces caótica sobre temáticas que siguen siendo muy retratadas. Es una película graciosa e irónica que hacia el tercer acto se va desinflando para terminar con su final de cachetada. Porque más allá de que París aparece como una ciudad idílica, Yoav está dispuesto a dejar todo lo que es y tiene por ella.