La oscura representación del miedo a la soledad
Dos hermanos, Kevin (Lucas Paul) y Keylee (Dalí Rose), se despiertan por la noche para darse cuenta de que su padre no está y que todas las ventanas y las puertas de la casa desaparecieron.
Todos hemos experimentado alguna vez la aterradora sensación que nos genera estar sentado en una habitación a oscuras y que nuestro cerebro vea sombras y figuras tenebrosas por todos lados. El perchero se convierte en una figura alta encapuchada, la ropa del sillón se asemeja a un abuelo mirándonos fijo y todos los placares parecen hospedar a las peores criaturas nocturnas. Esto es, en parte, a nuestra fácil sugestión. Nuestro cerebro rellena lo que no vemos en las sombras. El problema es con que decide llenarlo.
Esta es la principal premisa de Skinamarink: El despertar del mal (Skinamarink, 2022) del director Kyle Edward Ball. Su opera prima consta de grabaciones al puro estilo VHS de los 90’s (donde el pixel más chico tiene forma de gremlin) con planos estáticos difusos en angulaciones muy incomodas y algún eventual plano subjetivo de los protagonistas. Innovadora y peculiar en su estilo de narrarnos los acontecimientos por los que tienen que pasar estos hermanos, la verdadera magia está en la edición.
El director nos sumerge en esta pesadilla a través de los sonidos y un muy interesante juego de sombras que nos inquieta y nos perturba. Voces, golpes, pasos, juguetes, es todo lo que escuchamos durante la primer tercio del largometraje. Casi sin diálogos y sin poder ver de manera completa a los protagonistas, el espectador es quien debe ir hilando la estructura narrativa y lo que sucede en el mismo.
Este idea surge del proyecto anterior del guionista-director canadiense, Heck (2020), un cortometraje que él mismo publico en la plataforma Youtube, donde recibió grandes críticas y el cual lo motivo a volver a su pueblo natal, Edmonton, donde vivió durante su infancia, a filmar la película. Como concepto, es sumamente interesante intentar descifrar este found footage a través de lo que muestra (que es poco) e ir hilvanando lo que va ocurriendo.
El ritmo lento y pausado del largometraje te pone a prueba constantemente. Si no sos fan acérrimo de los metrajes encontrados o del cine de terror, es dificultoso aguantar aproximadamente una hora para comenzar a entrever la parte “demoniaca” de la historia. Con la madre fallecida y el padre desaparecido, los niños son encomendados a su suerte, encerrados sin salida, luz natural, comida o hasta incluso acceso a las necesidades básicas de higiene (hasta el inodoro desaparece), a una voz que, dado el nivel de inmersión en el que estamos para ese entonces, te hiela la sangre. Avanzada la trama, las sombras y la oscuridad toman un papel secundario, dejando al protagonista en manos de la entidad de turno.
Skinamarink: El despertar del mal es una película innovadora que explora temas profundos de soledad y miedo. El ritmo lento y la tensión constante hacen que sea una película desafiante, pero aquellos que perseveran encontrarán una trama emocionante y perturbadora.