Libertad, enemiga del poder
Edward Snowden fue un consultor de inteligencia del gobierno norteamericano que en 2013 quiso trabajar por su país: su idea era detectar cualquier posible ataque terrorista. Pero sin querer ideó un programa tan logrado que se convirtió en un arma de doble filo, y el filo más peligroso apuntaba a vulnerar las libertades individuales de los estadounidenses. Oliver Stone, quizá en su mejor producción de las últimas dos décadas, quiso contar el infierno de ese talento de la tecnología que se convirtió en noticia mundial cuando difundió las maniobras non sanctas de George W. Bush y Barack Obama. El texto de Foucault "Vigilar y castigar" atraviesa de punta a punta la ideología de control que planeaba Estados Unidos. Y Snowden no quería ser parte de ello. Stone tomó como punto de partida el exilio forzado en Hong Kong y configuró un ida y vuelta en el que incluyó logradamente la historia de amor con Lindsay Mills (Shailene Woodley). Joseph Gordon-Levitt compuso a un Snowden creíble desde una interpretación sencilla pero de alta expresividad. Fue más que suficiente para mostrar a un personaje que privilegió su lealtad a la Constitución de los Estados Unidos y la antepuso a sus aspiraciones profesionales e incluso a su propia integridad física. El final, aunque reitera un recurso muy usual en las biopic, deja abierta una puerta para la reflexión. Y ratifica, por si había alguna duda, que la libertad no es un valor de cambio.