La figura del militar siempre fue tenida en cuenta por el cine. Por general, tanto, en la ficción como en los documentales, la intención es usarlo a modo de propaganda o como blanco de críticas contra las fuerzas armadas. Los ejemplos son abundantes y ocurren en todas las épocas y en todas las latitudes. Pero Manuel Abramovich en Soldado (2017), elije un camino diferente.
La cámara sigue a Juan José González, un joven que se alista en el ejército, según sus palabras, por motivos laborales, para contentar a su madre y porque le gusta. Lo que sigue es el adoctrinamiento, dentro de las aulas y fuera de ellas, trotando, realizando flexiones de brazos o practicando rutinas. Juan pronto se incorpora a la banda militar, tocando el tambor, y allí irá creciendo más.
Lejos de tomar una postura, Abramovich se limita a capar la pureza de la experiencia de un muchacho que ingresa como voluntario y comienza una carrera militar. Aquí el desarrollo de un soldado se presenta como una oportunidad para este joven sin rumbo fijo, proveniente del interior. Ya no hay conflictos bélicos en los que intervenir, pero el Ejército les puede dar lugar a quienes mantienen esa vocación o pretenden encontrarle sentido a la vida.
En un país, Argentina, donde las fuerzas militares son vistas de reojo debido a su activa intervención en golpes de estado, Soldado permite adentrarse en la intimidad de una persona que opta por formar parte de esas filas. Juan no pretende ni combatir enemigos, no se cree superior a nadie; sólo busca su lugar.