Mínima, íntima y sensible
Humanismo, sensibilidad, historias mínimas y en este caso también íntimas: sin altisonancias, en el medio tono amable, tibio y sencillo que tan bien se corresponde con la cotidianidad que refleja: todos elementos, incluidas las ligeras pinceladas de humor, que tienden a definir en gran medida al cine uruguayo más interesante de los últimos años. No extraña que Guillermo Rocamora, que hace aquí su debut en el largometraje, haya participado en Whisky (2004), de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, título clave del fenómeno iniciado poco antes por los mismos autores con 25 watts.
En Solo, lo cotidiano también ocupa un lugar decisivo. Todo gira, como sugiere el título, en torno de un personaje, Nelson Almada, el primer trompetista de la banda de la fuerza aérea uruguaya, a la que pertenece desde hace más de dos décadas. En una primera parte el film se concentra en la descripción de su rutina diaria, hecha de su vínculo con la banda más que de una relación matrimonial que ha desembocado en la indiferencia o de sus esporádicas visitas a la madre enferma y a su hermana.
A los cuarenta y pico, su crisis de la mediana edad se manifiesta en un deseo de liberarse de esa monotonía y retomar el viejo sueño postergado de convertirse en compositor de canciones. Hombre de pocas palabras, las inquietudes de su interioridad no se traducen en líneas de diálogo, sino en las expresiones de su rostro o en sus conductas. Así, lo vemos dispuesto a empezar de nuevo, como lo sugiere la foto de infancia en que aparece empuñando la trompeta y en el rescate de partituras y grabaciones propias y ya añejas. Un oportuno afiche que invita a participar de un concurso de canciones inéditas es el empujón que lo lleva a volver a luchar por cumplir su sueño. Y es precisamente cuando retoma con la trompeta aquellas páginas que le pertenecen, cuando el film recobra un brío algo debilitado en la primera parte. Los sentimientos se exponen ahora a través de su música, y hablan de una vida que parece haber recuperado su sentido. Las obligaciones con la banda pueden interponerse -incluso hay un viaje a la Antártida y una promesa de ascenso-, y Nelson deberá decidir qué camino tomar, pero no importa lo que elija, el quiebre de la rutina ya le habrá regalado un soplo de oxígeno y de fe en sus fuerzas.
La sensibilidad que vuelca Rocamora en su pequeña historia se hace visible en el desempeño contenido de Enrique Bastos, también autor de algunas melodías, y en la silenciosa dignidad de su personaje. Además debe señalarse la autenticidad que aportan los miembros de la banda representándose a sí mismos, y la autoridad que exhiben Marilú Marini y Rita Terranova en sus breves intervenciones