Somewhere, en un rincón del corazón
Un actor y su hija, perdidos y encontrados en Hollywood por el ojo de Sofia Coppola
La primera escena es como un aviso al espectador. La cámara estática registra un tramo de carretera en medio del campo. El sonido del motor de un auto precede al paso fugaz de una Ferrari a la que después veremos cruzar en sentido contrario por otro tramo de pavimento un poco más lejano. Los giros se repiten, más oídos que vistos: ni siquiera se ve quien es el conductor. Con ese plano inusualmente prolongado, Sofia Coppola que hace un cine en voz baja, prefiere mirar de lejos, evitar cualquier énfasis y apuntar a los detalles, establece ciertas pautas: habrá que estar atento a lo que expresa cada situación por banal que parezca, al estado de ánimo que se desprende de cada acción de los personajes, a la lenta transformación interior que experimentan y no llegan a expresar verbalmente.
Quienes recuerden Perdidos en Tokio convendrán que ese es el estilo que mejor traduce la fina sensibilidad de la directora y el terreno en el que se mueve con mayor seguridad, a tal punto que la sutil elocuencia de Somewhere (y su tenue condición poética) se ve debilitada bastante cerca del final, cuando el protagonista pone en palabras su tormento interior, del que acaba de tomar conciencia.
El es Johnny Marco (Stephen Dorff, notable), una estrella de Hollywood que reside en el legendario Chateau Marmont de Los Angeles rodeado de los privilegios y las obligaciones de la fama, un placentero limbo donde abundan las mujeres bonitas, el alcohol y las preguntas tontas de la prensa y en el que vive con indolencia, como si todo su compromiso fuera responder a lo que los demás esperan de él.
Además del room service, la única constante en esa rutina -que Coppola observa sin ojo crítico aunque se le filtren algunos apuntes gruesos- son las esporádicas visitas de su hija, una chica de 11 años que vive con su madre y a la que apenas conoce. Hasta que una circunstancia lo deja a cargo de la chica y la convivencia prolongada no sólo transforma la relación sino que también lo lleva a plantearse algunas cuestiones más íntimas. En este tramo, el lenguaje de Coppola alcanza sus mejores aciertos cuando desliza ligeras pinceladas sobre el crecimiento del vínculo sin traicionar el estilo ni ceder un milímetro al sentimentalismo, pero también descubre la voluntad de torcer el rumbo del cuento para extraer de él una crisis existencial que luce bastante forzada y que no encuentra resolución convincente. Es admirable el trabajo de Elle Fanning, el alma de la película.