Solidaridad entre marginados
Uno de los temas más dolorosos y urgentes que gran parte del cine actual suele obviar es la pobreza, esa que crece a niveles alarmantes en todo el globo a raíz de la sustitución del trabajo por la tecnología y la especulación financiera en todas las economías nacionales, una reconversión de los oligopolios asimismo complementada por la corrupción privada y el desfalco estatal en un capitalismo cada vez más salvaje, injusto y hambreador. El séptimo arte de nuestros días, también hegemonizado por estudios y productoras gigantes que prefieren esquivar semejante baldazo de realidad, sólo de vez en cuando ofrece un retrato de un tópico que supo estar en el candelero creativo durante décadas y décadas del Siglo XX, hoy sepultado debajo de la catarata del escapismo hueco que inventan los “popes” del marketing y la publicidad que controlan todo el ámbito cinematográfico contemporáneo.
Somos una Familia (Manbiki Kazoku, 2018), la última película de Hirokazu Koreeda y la ganadora de la Palma de Oro en la edición 2018 del Festival de Cannes, continúa la buena senda trazada por la obra previa del japonés, The Third Murder (Sandome no Satsujin, 2017), ahora aunando el trasfondo criminal de aquella con su obsesión de siempre, léase la dinámica familiar y las diversas crisis internas de los colectivos hogareños: aquí el relato se centra en la humilde residencia de los Shibata, un clan de clase baja conformado por una señora mayor, Hatsue (Kirin Kiki), una pareja de mediada edad, Osamu (Lily Franky) y Nobuyo (Sakura Ando), y dos jóvenes, Shota (Kairi Jō) y Aki (Mayu Matsuoka). Un día Osamu decide llevar a la casita compartida a Yuri (Miyu Sasaki), una nena que encuentra escondida en la calle y con señales de haber sido muy maltratada por sus padres biológicos.
Si bien en gran medida Koreeda en esta oportunidad recupera muchos de los latiguillos de opus recientes y demasiado redundantes como De tal Padre, tal Hijo (Soshite Chichi ni Naru, 2013), Nuestra Hermana Menor (Umimachi Diary, 2015) y Después de la Tormenta (Umi Yori mo Mada Fukaku, 2016), todas propuestas que pretendían calcar los análisis familiares reposados de Yasujirô Ozu, lo cierto es que la introducción del sustrato delictivo rejuvenece el planteo y nos acerca a una nueva dimensión del minimalismo tragicómico de siempre: los Shibata en conjunto apenas si ganan lo suficiente para vivir y por ello se ven obligados a robar en tiendas varias para subsistir, un “oficio” en el que son muy buenos porque cuentan con la paciencia necesaria, se autoconstruyeron una cultura del rebusque callejero y en suma carecen de la moral hipócrita burguesa en lo que atañe a la propiedad.
Como cabe esperar de parte de Koreeda, la película nos pasea por las vicisitudes de cada personaje aunque con inusual detallismo y en función de seres realmente complejos, esquema asimismo coronado por un capítulo final que coquetea con el policial cuando esa Yuri que adoptaron y rebautizaron Lin termina siendo descubierta por las autoridades, quienes la consideraban raptada por más que sus propios padres ni siquiera hayan hecho la denuncia. El director y guionista trabaja con astucia tanto la solidaridad entre marginados, hoy mediante un grupo de lo más polimorfo unido por las distintas variantes de la recesión japonesa actual, como el concepto de las familias compuestas e incluso sin vínculos de sangre de por medio, enfatizando la capacidad de elección de sus integrantes con respecto al mismo hecho de convivir con el resto de la “parentela” en plan comunitario afectuoso.
A diferencia de los derroteros y desenlaces remanidos de las obras anteriores del cineasta, Somos una Familia sí posee un desarrollo fascinante porque destila humanidad en cada fotograma, dejando que la desesperación contenida de los Shibata aflore en forma de continuas sonrisas que paradójicamente no niegan la situación atribulada de fondo sino que remarcan el dejo picaresco con el que el clan vive a diario, atento a las oportunidades que brinda un entorno profundamente abusivo para con los de menores ingresos. Esta idea del olvido social va calando hondo a medida que avanza el metraje y el catálogo de injusticias queda en primer plano, entre un Estado negligente, un puñado de burócratas mitómanos y odiosos y una pasividad general que siempre termina siendo cómplice de los comerciantes, sus esclavos asalariados y los grupos del poder económico más concentrado y despótico…