Spencer

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Tres días por Navidad. Son sólo tres días los que tiene que pasar Diana en el castillo real y sin embargo se le hacen eternos. Cansada de interpretar a otro personaje, a una mujer que sonríe cuando en realidad quiere llorar o gritar. De que siempre la estén mirando y juzgando, lo que hace que cada pequeña actitud la transformen en una peligrosa rebeldía. De tener cuidado de cada cosa que dice y sólo poder conectarse de manera genuina con unas pocas personas: sus dos hijos niños y la asistenta que se convierte en amiga. De que la traten como a un objeto precioso y frágil. De no poder hacer lo que quiera, tan simple como eso.
Después de su acercamiento a la figura de Jackie Kennedy, el director chileno bucea en la tristeza de la princesa de Gales conocida como Lady Di, que regalaba sonrisas al público y terminó muerta en un sospechoso accidente, esta vez con un guion de Steven Knight. Esta vez la actriz encargada de dar vida al querido personaje es la norteamericana Kristen Stewart, que ensayó mucho para personificarla con un acento adecuado y sus gestos y movimientos.
A Larraín le son suficiente estos tres días para introducirse en el interior de Diana y lo hace con una película que por momentos parece un thriller o una de terror porque a la propia Diana su vida a veces le parece una pesadilla de la que no puede salir. La música de Jonny Greenwood ayuda a resaltar estos climas inquietantes en los que incluso a veces realidad y fantasía a veces se confunden hasta casi no poder distinguirlos.
Diana no puede comer como una persona normal cuando tiene un estómago que se le revuelve y los ojos de todas las personas encima. No puede elegir qué ponerse ni romper el collar de perlas que su marido le regaló que es igual al que previamente le regaló a otra mujer. No puede correr libre por el campo hasta llegar al espantapájaros que su propio padre instaló. Pero no quiere encerrarse en esa jaula y por eso la fama de rebelde. «Ahora déjeme sola. Me quiero masturbar. Le puede decir a todo el mundo que dije eso».
Larraín y Knight construyen la trama a través de escenas más expresivas y sugerentes que expositivas. Allí aparece la figura de Ana Bolena que se encarna y la ayuda a Diana al menos a sentirse menos sola. Los diálogos por momentos le brindan una sensación de estar todo siempre muy calculado, con líneas más literarias que también apelan mucho a la metáfora a la hora de expresarse la princesa.
A lo largo de las dos horas que dura la película, somos testigos del espiral descendente en el que se ve envuelta Diana, incapaz de escapar. Su ritmo a veces denso y ominoso pretenden transmitir algo del hastío y descontento. Poética, absorbente, arriesgada, no estamos ante una biopic ni nada tradicional. Aunque por momentos se percibe algo subrayada, es un interesante estudio de personaje el que se realiza.
El arte y el vestuario son impecables. Kristen Stewart sorprende con su lograda interpretación aunque por momentos se la siente no impostada pero sí demasiado calculada en sus poses; suficiente para que la nominaran a los próximos premios Oscars. La rodean un par de secundarios muy precisos como Sally Hawkins y Timothy Spall, dos rostros opuestos en medio de esta tragedia real.
Spencer es la historia de un encierro. Por eso la vemos casi siempre ir y venir y cruzándose con obstáculos. Un encierro que también tiene que ver con el tiempo, un tiempo detenido que no va ni hacia adelante ni hacia atrás: un presente que teñido de pasado sin atisbos de un futuro.