Spencer

Crítica de Mariela Sexer - A Sala Llena

LA NIEBLA

“El espíritu del castillo es el puente levadizo”

Jaquess Le Goff en “El nacimiento del purgatorio”

Diana Spencer encarna el mayor cuento de hadas de la modernidad. Como toda versión moderna no puede tener un final feliz. El mito fundacional del príncipe y la doncella atrapa a generaciones. El melodrama, la telenovela, siguen teniendo éxito porque en el fondo todos apostamos a que el amor nos va a salvar. Si ese amor viene rodeado de riqueza y boato, aún más. La figura de Diana, Lady Di, la princesa de Gales, ha sido retratada en infinidad de documentales, biografías, autobiografías, ficciones por las cuales podemos conocer la historia oficial y la no oficial.

Larraín elige contar una nueva versión que se ajusta muy bien al título que le da a su película. Spencer nos trae el costado terrenal de la princesa, esa chica de 18 años que a pesar de su linaje trabajo como maestra jardinera y, según cuenta la leyenda, soñaba con conocer a su príncipe. Al comienzo, el director sitúa al espectador de dos maneras en el universo al que se va a adentrar. Antes de dar paso a las primeras imágenes imprime la frase en blanco sobre negro: “Una fábula sobre una verdadera tragedia”

A continuación, comienza una larga y virtuosa secuencia de títulos que dura catorce minutos y termina con un dron elevado sobre los jardines del castillo donde se va a desarrollar la historia. La cámara enfoca un cuadrado de parcelas verdes con líneas y círculos perfectos, majestuosos, sobre el que aparece el titulo SPENCER con un grado de precisión geométrica que evoca el esquema real, lleno de tradiciones y reglas.

Es en esa tensión entre el orden y la libertad que transcurre la película. La novedad de este retrato es la dimensión de la psiquis de Diana. Por supuesto la incomodidad que ella vive es producto de ser parte de un mundo tan rígido como el de la realeza. Aun así, podría haber vivido igual de infeliz si hubiera sido una ama de casa de clase media que se casó con un hombre que estaba enamorado de otra antes de conocerla. O también podría ser el igual al conflicto de una joven plebeya con bulimia y anorexia en un tiempo donde no se hablaba de esos padecimientos. La prisión que resalta Larraín no es solo la de las costumbres centenarias de la realeza sino también la de una mente atribulada. El padecimiento mental no es fácil de poner en escena sin caer en la caricatura o el grotesco. La película refleja a Diana como un alma sensible y sufriente. La jaula está en su cabeza y solo logra pequeños destellos de felicidad con sus hijos y su criada. La prisión de la mente es la más poderosa. Obviamente los hechos objetivos tienen un peso y pueden ayudar o no a engrosar los barrotes, pero hay un componente tan personal en el padecimiento mental que nada de la realidad puede superarlo. Es eso lo que refleja con maestría Spencer. Con cierta solemnidad visual nos adentramos en la soledad de la protagonista y sus tribulaciones. Y todo el tiempo la película parece estar atravesada por la pregunta ¿Por qué? ¿Por qué sos tan infeliz? ¿Por qué te casaste? ¿Por qué entraste en ese mundo? ¿Por qué no podés ser feliz con lo que tenés?. Justamente es lo que alguien que esta triste (o que se siente, como se dice mucho más poéticamente en inglés, “blue”) no puede responder. La imagen granulada con el que está filmada gran parte de la película se emparenta al corazón de una persona que sufre, a la niebla que invade su conciencia.

Larraín parece asomarse al ojo de la cerradura de la cabeza de Diana. Por momentos espía y por otros es tragado por la protagonista.

El hilo conductor de la narración encarnado en la figura del espantapájaros como hombre falso, atrapante y aterrador para niños y pájaros, no parece ser una elección casual. Otra virtud de Spencer es tomar muchas escenas de la vida de Diana que se han contado, documentado y ficcionalizado en el cine y la televisión para enlazarlas a una nueva coreografía en las que mezcla la realidad con la fábula. Y por encima de todas esas virtudes se eleva la figura de la actriz protagonista: Kristen Stewart, a quien no recordábamos tan alta porque la magnitud de su actuación supera su talla. Vemos a la Diana real y no la vemos. Vemos a un personaje entrañable y desesperante. Stewart declaro en una entrevista para Deadline: “No hay forma de interpretar a la figura histórica de Diana. Tenía que inventarla. Y cuando sentí que la película era mía sin siquiera haberla dirigido fue extraordinario. Ese sentimiento es también una invención, porque la película en realidad es del director. Pero es increíble sentir que es tuya. Y yo siento que esta película es mía”.

No se equivoca: Spencer es Stewart.

El padecimiento mental es muy diferente a la locura. La locura tiene un grado de la libertad que la tristeza no permite. Quizás ese grado de extrañamiento y rechazo que genera en los otros ese tipo de sufrimiento haya generado una recepción poco favorable en algunos críticos. No es fácil ver ese sufrimiento en alguien que parece tener todo para ser feliz.

A la manera de Once Upon a Time, el final de la película tiene carácter de epifanía. Una vez más el cine le hace trampa a la tragedia. Diana podría haber sido feliz. Carlos podría haber sido magnánimo y la reina podría haber comprendido. Nada de eso paso, pero nunca sabremos si fue por su destino de princesa o por su niebla interior.