La supremacía del villano
Como cualquier otro de los tantos caprichos comerciales de ese mainstream asentado en el facilismo de aprovechar una marca ya ampliamente incrustada en el grueso del público de pocas luces de nuestros días, los films sobre superhéroes se siguen propagando como si fueran una bacteria aunque con la diferencia de que esta epidemia tiende a destruir la variedad cultural en vez del complejo organismo de los individuos. Continuando con la lógica televisiva del encadenamiento eterno de los eslabones, pero sin la calidad de los productos recientes de la pantalla chica, hoy para colmo la película que nos ocupa es la sexta entrada en la saga del Hombre Araña (Spider-Man) y el segundo intento de reboot para con el personaje en un período de apenas 15 años, contados a partir de El Hombre Araña (Spider-Man, 2002) de Sam Raimi, lo que nos habla de una saturación pronunciada.
Era de esperar que Spider-Man: De Regreso a Casa (Spider-Man: Homecoming, 2017), por más buenas intenciones que tenga, no podría remar semejante nivel de insensatez/ suicidio artístico por sobreexplotación de la creación de Stan Lee y Steve Ditko, lo que encima se ve intensificado por el hecho de que la propuesta obvia por completo el arco narrativo que habían instalado El Sorprendente Hombre Araña (The Amazing Spider-Man, 2012) y su corolario del 2014, ambas dirigidas por Marc Webb, quien por cierto se las arregló para superar a aquella trilogía original de la década anterior -demasiado infantil y recargada con colorinche CGI, dicho sea de paso- mediante un tono sutilmente más adulto y oscuro. El director y guionista Jon Watts, responsable de la potable El Payaso del Mal (Clown, 2014) y de la muy interesante Cop Car (2015), cae preso de la impersonalización contemporánea.
Con un guión que cuenta con la friolera de seis apellidos detrás, ahora se procura volver a los inicios del personaje en las historietas con una estrategia bien específica: aquí por un lado se maquilla en parte el sustrato digital de las imágenes y por el otro se retoma a pleno la fórmula que acompaña al protagonista desde siempre, apuntalada en los problemas de la adolescencia, el interés romántico ocasional y la aparición de un villano a detener. Los inconvenientes se condensan en el agotamiento del personaje de por sí (lo cual está vinculado al estado terminal que atraviesa todo el cine basado en cómics) y en lo poco que puede hacer Tom Holland, el elegido para interpretar al héroe arácnido, que ya no hayan hecho Tobey Maguire y Andrew Garfield (esta versión es más aniñada que las previas, un esquema que nos acerca al terreno de los chistes sobre los altibajos de la vida estudiantil).
Lo peor que se puede decir de la película es que el villano, Vulture (gran trabajo de Michael Keaton), termina opacando al mismo Hombre Araña, una circunstancia que no sería trágica si hubiese algo de novedad de fondo, si el opus de Watts contase con alas propias y si la catarata de escenas de acción no fuesen tan pomposas y ridículas en lo que respecta a las calamidades que el muchacho debe evitar, cuando aparentemente la intención en primera instancia era “bajarlo a tierra” y limitarlo a conflictos un poco más humanos (pensemos en las barrabasadas gigantescas de los otros exponentes cinematográficos de Marvel). Resulta algo patético que lo único que escape al cliché y la repetición ad infinitum de lo mismo sea el personaje de Keaton, un padre de familia que montó una pyme centrada en el tráfico de armas, más allá de alicientes complementarios como el bienvenido regreso de Jon Favreau y la presencia de una bella Marisa Tomei como la Tía May, la figura materna del protagonista. Hollywood debería dejar de bombardearnos con artilugios tecnológicos que adquieren la forma de comodines narrativos en prácticamente todas las secuencias (las máquinas explican todo y son capaces de todo, aunque por cierto no tienen el encanto de las “baticosas” del Batman de los 60), para en cambio enfocarse más en faltarle el respeto a las recetas de postres empalagosos que probó todo el mundo hasta el hartazgo… quizás en esa coyuntura logre volver a entusiasmar a un público cautivo que parece más condicionado a consumir estos productos -cual androides- que a disfrutarlos a nivel emocional/ individual.