Otras arañas recicladas
Cuesta creerlo pero ya estamos ante la séptima entrega de El Hombre Araña (Spider-Man) y el cuarto intento de relanzar la saga en poco más de tres lustros, lo que pone de manifiesto no sólo la obsesión del mainstream con los personajes más infantiloides del acervo de los cómics sino también su enorme incapacidad -e impaciencia voraz- en materia de construir un arco narrativo coherente que pueda ser desarrollado a lo largo de los años. Spider-Man: Un Nuevo Universo (Spider-Man: Into the Spider-Verse, 2018) se ubica en una región cualitativa intermedia entre los flojas películas de Sam Raimi de la década pasada con Tobey Maguire -más la también olvidable obra de Jon Watts del 2017 protagonizada por Tom Holland- y aquel interesante díptico -mucho más oscuro que el promedio habitual- de Marc Webb con Andrew Garfield en el rol del muchacho picado por una araña radioactiva.
Aquí el proyecto está encabezado por el guionista y productor Phil Lord, conocido por las entrañables Lluvia de Hamburguesas (Cloudy with a Chance of Meatballs, 2009) y La Gran Aventura Lego (The Lego Movie, 2014) y las horrendas Comando Especial (21 Jump Street, 2012) y su secuela del 2014, un señor que decidió crear un film de animación respetando en parte la estética de las historietas. La trama se resume en la muerte de Peter Parker a manos del capomafia Wilson Fisk/ Kingpin y su reemplazo por el adolescente latino Miles Morales, quien desde ya es mordido por otra araña. Como el villano construyó un acelerador de partículas para acceder a universos paralelos con el objetivo de recuperar a su esposa e hijo muertos, el asunto deriva en la llegada de cinco superhéroes arácnidos que intentarán regresar a sus respectivas dimensiones mientras Morales lidia con sus poderes.
Dicho de otro modo, la propuesta funciona como una gigantesca excusa para introducir un enfoque autoparódico relativamente sutil y sumar la presencia de los cinco semi duplicados alternos del paladín, léase Peter B. Parker, una versión avejentada, divorciada y panzona, Gwen Stacy/ Spider-Woman, la infaltable encarnación sexy femenina, Spider-Man Noir, un héroe monocromático símil policial negro, Spider-Ham, una caricatura de un cerdo que habla, y Peni Parker, una versión anime de Spider-Man que controla un mecha conocido como “SP//dr”. Si bien el leitmotiv de los universos paralelos está hiper quemado por un Hollywood -y una industria cultural en general- a los que no se les cae una idea al momento de unificar con astucia distintas líneas narrativas, se puede decir que la artimaña no resulta tan molesta como cabría esperar gracias a detalles varios de comedia old school de enredos.
Los puntos a favor de la obra pasan por su impronta un poco más tétrica que la del grueso de los opus en live action, personajes más contradictoriamente humanos, un mayor número de los mismos, algunos chistes eficaces y una secuencia final bastante psicodélica y agitada; dejando para el campo de lo negativo una duración muy excesiva de casi dos horas, un tono por momentos meloso, una corrección política demasiado rutinaria (se incorporan etnias o grupos sociales más que protagonistas), una animación híbrida artesanal/ CGI que nunca termina de convencer y en especial un cansancio conceptual innegable para con el personaje creado por Stan Lee y Steve Ditko. El encadenamiento interminable de productos más o menos anodinos de Marvel le juega muy en contra a un film como el presente ya que si hubiera llegado antes de la ristra de bodrios de las últimas décadas podría haber marcado otro horizonte para el género agotado de los superhéroes, por lo menos intentando recuperar el fluir aventurero de los cómics originales y dejando de lado la trivialidad melodramática sarcástica que enterró al rubro en ese fango de la mediocridad reciclada e intercambiable…