Un cliché muy divertido.
Theodore Melfi, guionista y director, sorprende con “St. Vincent”, un típico “Dramedy” en el que viene alguien de afuera, entra en el mundo del protagonista y lo cambia para siempre. Pero no importa. ¿Por qué? Porque Bill Murray sigue siendo el mismo que venimos viendo hace mucho tiempo en todas sus películas, te hace reír, te hace llorar y pasas de odiarlo a quererlo constantemente. Aparte cuenta con la ayuda del pequeño Jaeden Lieberther, una sorpresa, que gracias a su pureza, su educación y su ingenuidad es la pareja perfecta de él durante gran parte de la película. También está Maelissa McCarthy, que tiene un personaje muy de en segundo plano, pero te demuestra que es una gran actriz en momentos dramáticos o cómicos y una grandiosa Naomi Watts, que por suerte se aprovecha de su acento, su cuerpo y su manera de vivir que cierra perfectamente ésta especie de círculo cómico que forman durante la película.
Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo de 12 años, Oliver (Jaeden Lieberher), se mudan a un nuevo vecindario, tratando de escapar de un divorcio. Deben adaptarse su nuevo mundo, nueva casa, nuevo trabajo, nueva escuela y especialmente nuevo vecino. Tienen la suerte de mudarse al lado de Vincent (Bill Murray), un veterano de guerra, malhumorado, sucio, adicto al juego, al alcohol y a las atenciones de una prostituta rusa llamada Daka (Naomi Watts). Cuando Oliver se queda fuera de su casa le pide hospedaje a Vincent hasta que su madre vuelva del trabajo, el hombre acepta debido a la necesidad de plata. A partir de ese momento, Vincent se transforma en su niñero y Oliver entra en su vida y aunque odia esta situación le gusta.
St.-Vincent-Movie-Wallpaper
La película no decepciona, no te aburrís, desde que arranca hasta que terminan los créditos te divertís y te emocionas.