Sobre la potencialidad desperdiciada.
El nuevo capítulo del reboot de la franquicia creada por el genial Gene Roddenberry se aleja de las características de los dos eslabones previos, los dirigidos por J.J. Abrams, y en el trajín nos pone en un brete importante. A pesar de que Star Trek: Sin Límites (Star Trek Beyond, 2016) reniega un poco del aggiornamiento concienzudo y respetuoso de Star Trek: El Futuro Comienza (Star Trek, 2009) y Star Trek: En la Oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013), debemos reconocer que esta catarata de secuencias de acción está bastante bien llevada y resulta entretenida. Dicho de otro modo, hoy la epopeya pierde mucho de la aventura orientada al descubrimiento y el desarrollo de personajes en pos de abrazar una dialéctica más vinculada a los blockbusters estrambóticos de Hollywood. El responsable de ambos rasgos, tanto del positivo como del negativo, es el nuevo director a cargo, Justin Lin.
Como lo demuestran ampliamente los cuatro films que realizó para la saga iniciada con Rápido y Furioso (The Fast and the Furious, 2001), el taiwanés es un artesano eficiente para las escenas de acción pero depende demasiado del guión para rellenar los “espacios” entre las persecuciones y los enfrentamientos. Esta ineptitud en cuanto a la autonomía de movimientos nos lleva al otro gran cambio en la franquicia, el que se produjo a nivel de los guionistas: salieron Roberto Orci y Alex Kurtzman, dos señores que escribieron muchos bodrios aunque trabajando con Abrams lograron lucirse, y tomaron la posta Simon Pegg y Doug Jung, quienes simplificaron el MacGuffin, dejaron poco lugar para el desempeño actoral y volcaron la trama hacia el tono de las propuestas menos interesantes del anterior bloque de realizaciones, el correspondiente a La Nueva Generación (The Next Generation).
La historia es muy sencilla y gira alrededor de una misión de rescate que deriva en una trágica emboscada, con el USS Enterprise una vez más destruido y toda la tripulación varada en Altamid, un planeta utilizado como base por Krall (Idris Elba), el villano de turno, quien a su vez busca una reliquia -en posesión de nuestros héroes- para activar un arma extremadamente poderosa. Aquí regresan los siete míticos personajes de la serie televisiva, a saber: el Capitán James T. Kirk (Chris Pine), el Comandante Spock (Zachary Quinto), el Doctor McCoy (Karl Urban), la Teniente Uhura (Zoe Saldana), Scotty (Simon Pegg), Sulu (John Cho) y Chekov (Anton Yelchin). Por supuesto que tenemos los mínimos intercambios reglamentarios entre todos ellos con vistas a remarcar esas idiosincrasias que ya conocemos de sobra, aunque ahora sin diálogos inspirados o verdaderamente originales.
Más allá de que Lin entrega una obra mucho más en sintonía con los estándares aparatosos del mainstream contemporáneo, también hay que decir que Abrams en los opus anteriores había explotado con tanta inteligencia la estructura de las precuelas y las citas nostálgicas (léase la vuelta del ya fallecido Leonard Nimoy) que el margen para reincidir en dichos mecanismos era minúsculo, circunstancia que ponía sobre la mesa la necesidad de traer novedades significativas y/ o utilizar recursos hasta ahora no empleados. La solución facilista del realizador y compañía, eso de caer en la espectacularidad non stop desde el principio del relato, por suerte no llega a desmerecer las buenas intenciones de base y algunas escenas más apacibles y muy bien logradas (en especial las de la mitad del metraje, a partir del reencuentro de los popes del Enterprise en Altamid). En esencia estamos ante una “montaña rusa” temática que se ubica debajo del nivel cualitativo de los films previos porque obedece a otra escala de prioridades, no sin méritos aislados que unifican los problemas del Hollywood de nuestros días y cierta potencialidad retórica desperdiciada…