Pastiche retrogaláctico
El nuevo eslabón de la interminable Star Wars, una franquicia propiedad de Disney que ya tiene confirmadas dos nuevas trilogías, no sólo es la peor película a la fecha de J.J. Abrams, un director y guionista que había trabajado con eficacia la nostalgia popular más inofensiva especialmente en Star Trek (2009), Súper 8 (2011) y Star Wars: El Despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015), sino uno de los films más aburridos y redundantes que haya dado el Hollywood reciente, una colección de lugares comunes de la saga que no tienen la pretensión de quiebre de la igualmente fallida Star Wars: Los Últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017) ni aquella sorpresa melancólica de El Despertar de la Fuerza, la que nos permitió recuperar el ímpetu símil western de la obra original de 1977 de George Lucas y dejar atrás la catarata de problemas de las precuelas, esas que -por cierto- vistas desde el presente por lo menos respondían a una visión autoral que perdió la brújula, algo que no podemos decir de Star Wars: El Ascenso de Skywalker (Star Wars: The Rise of Skywalker, 2019) porque se nota a leguas que el precario producto final responde a una negociación entre la Disney y su pomposidad y un Abrams que recurre más a la referencia barata y la torpeza narrativa que al amor para con un pasado que sin duda jamás regresará.
La historia nos ofrece una seguidilla de puntos muertos retóricos que se debaten entre las situaciones ridículas, las vueltas de tuerca hiper forzadas, las contradicciones más burdas, los delirios extrarelato y esos infaltables estereotipos propios de un universo como el de Star Wars que obedece al melodrama bélico, las aventuras en tierras inhóspitas y las intrigas gubernamentales o palaciegas, amén de esa iconografía del “Lejano Oeste en el espacio” que marcó los mejores pasajes de la saga. Abrams, en vez de desarrollar una típica trama de conjunción de personajes como la de El Despertar de la Fuerza, aquí retoma lo peor de las precuelas y de El Regreso del Jedi (Return of the Jedi, 1983), léase un ardid/ catalizador facilista cual película de espionaje con pocas ideas -ahora la misión de los paladines de hallar el planeta donde se esconden las huestes de un reaparecido Emperador (Ian McDiarmid), Exegol- y desde allí bombardearnos con supuestos peligros que nunca se sienten como tales porque una y otra vez “algo o alguien” se cruza en el camino de los personajes para salvarlos de la manera más caprichosa, pueril e improbable posible, no sólo dinamitando el verosímil sino acercándonos tristemente a la comarca bien estúpida de los superhéroes ya que hoy por hoy los Jedi vuelan, sanan a terceros y abusan de la telepatía.
El reemplazo de Luke Skywalker (Mark Hamill) dentro de esta trilogía, la anodina Rey (Daisy Ridley), nunca consiguió despertar algo de verdadera simpatía por el hecho de que sabemos poco y nada de ella y no pasa de ser una nenita/ modelito insertada en el devenir para aggiornarlo, que encima de un momento a otro se transforma en la guerrera más grande del mundo mundial, como diría Torrente (desde ya que la falta de carisma y la cara de piedra de Ridley tampoco ayudaron demasiado…). Oscar Isaac tiene presencia escénica pero no le dejaron suficientes escenas o diálogos que lo aparten del rol nada disimulado de su Poe Dameron, el de ser un reemplazo literal del mítico Han Solo de Harrison Ford; algo que también ocurre con el Finn de John Boyega, quien aquí más que nunca queda fuera de lugar debido a que estaba destinado a iniciar una relación romántica con Rey, asimismo más interesada en coquetear con el único personaje potable, ese Kylo Ren (el genial Adam Driver) sumergido en una ciclotimia pendular entre la culpa por haber matado a papi Solo y su ambición de convertirse en un megatirano mediante un “lado oscuro” que cada día queda más desdibujado porque siempre aparece ultra poderoso para después terminar derrotado en combates inflados que se resuelven a través de nimiedades o latiguillos de último momento.
Para colmo en Star Wars: El Ascenso de Skywalker están muy en primer plano recursos desesperados como la autoasumida obligación de intentar contestar todos los interrogantes, el vomitar despedidas lacrimógenas para los muertos históricos y el incluir en el metraje los descartes que la ya fallecida Carrie Fisher llegó a filmar para las dos propuestas anteriores, circunstancia que también se condice con el choque conceptual de fondo entre la intentona reformista algo mucho baladí de Rian Johnson en ocasión de Los Últimos Jedi por un lado y el fundamentalismo macro y el apego para con los clichés de Abrams por el otro, aquí sin ninguna idea realmente novedosa que justifique tanta nostalgia atada con alambre y con mucha menos convicción que en El Despertar de la Fuerza. El diseño de producción está bien y se agradece la participación de Billy Dee Williams para el pequeño regreso de Lando Calrissian, no obstante la odisea incluye tantas soluciones convenientes, giros tontos y vínculos forzados entre los personajes protagónicos y esos secundarios que aparecen de la nada que el hastío no tarda en darse cita y el desinterés nos ubica frente a lo que en verdad estamos, un pastiche retro sin pies ni cabeza donde todo ocurre “porque sí” sin que haya una construcción humanista previa o alguna cohesión en sintonía con esta absurda faena…