Dirigida por María Schrader y escrita junto a Jan Schomburg, Stefan Zweig: Adiós a Europa retrata el exilio del escritor cuando deja su continente y busca un nuevo lugar donde pasar el resto de su vida.
Stefan Zweig: Adiós a Europa comienza con un prólogo con el protagonista en Brasil. Celebrado como el talentoso escritor y reconocido intelectual que fue, Zweig se encuentra por un lado admirado por un país que define como el futuro a causa de la diversidad cultural que abarca, y por el otro apenado por haber tenido que dejar atrás Europa, por una Alemania que se encuentra en el momento más duro y trágico de su historia. La actriz devenida en realizadora María Schrader presenta su película con un largo plano fijo que evoca la elegancia de una manera florida y exótica, un plano que se va llenando de gente, mutando.
Y enseguida nos traslada a Buenos Aires, a un congreso de escritores donde, además de codearse con otros colegas, los periodistas buscan de manera incansable un testimonio de Zweig sobre lo que está sucediendo en Alemania y él se niega a dárselos, no quiere hacer pública su postura a causa de su naturaleza pacifista, porque “no hablaré mal de ningún país”.
El resto de la película se sucede entre Brasil y Nueva York. Brasil mostrada como un lugar libre, de mucha naturaleza, calor, con gente que siempre se muestra muy dispuesta y amable. En cambio, la Nueva York que retrata está siempre encerrada en un departamento, es fría y apagada.
Así, Schrader va exponiendo los últimos años del exilio de Zweig y sus idas y vueltas, su vida nómada junto a su nueva mujer más joven, Lotte, hasta que decide quedarse en Brasil, pasar allí los últimos momentos de su vida. Es desde Nueva York donde se cambia el registro, donde Zweig descubre ante los ojos de su ex mujer la realidad a la que muchos amigos y colegas suyos se están enfrentando, los que se quedaron, los que no pudieron irse. El retorno a Brasil después de Nueva York es muy distinto a los viajes anteriores.
La película de Schrader es más bien de observaciones y, por momentos, de un tono casi documental, sin necesidad de acentuar emociones. De tiempos lentos y silencios prolongados. Así es también la interpretación de Josef Hader, sutil y contenida pero no por eso menos expresiva.
Stefan Zweig: Adiós a Europa termina también con un largo plano fijo como el que empezó y sin embargo es muy diferente. Un plano que no revela mucho a primera vista pero en el que el armario y su espejo terminan ofreciendo la última imagen del escritor, y lo que va sucediendo alrededor de ese final, donde cada sonido (los que se suceden fuera de campo) se torna imprescindible. Ése es el triste epílogo de una película dividida en capítulos como si fuese un libro.