La ambición y las palabras
En 2013, apenas dos años después de que falleciera Steve Jobs, llegó a los cines la primera película sobre el famoso fundador de Apple. “Jobs”, protagonizada por Ashton Kutcher, era una versión tipo Billiken de la vida del empresario, que respondía a todos los estándares de una biopic de Hollywood y que pasó con más pena que gloria por las salas. La flamante “Steve Jobs”, en cambio, parte de un planteo muy diferente. El premiado equipo formado por el guionista Aaron Sorkin (“Red social”, “The West Wing”) y el director Danny Boyle (“Trainspotting”, “¿Quién quiere ser millonario?”) se jugó por una propuesta más audaz: enfocarse en el costado más oscuro de Jobs (un líder tiránico, manipulador, frío y seductor) y mostrarlo a través de tres momentos importantes en su carrera: el lanzamiento de la primera Macintosh en 1984, el (aparente) fracaso de la computadora NeXT y la aparición triunfal de la iMac en 1998. La cámara de Boyle se mete en el detrás de escena de las coreografiadas presentaciones de estos productos, con Jobs desplegando su ambición y sus neurosis, y lo pone en conflicto con tres personajes: una hija no querida que reconoció muy tardíamente, la directora de marketing de Apple (y asesora personal) Joanna Hoffman, y el CEO de la compañía, John Sculley, que hasta llegó a echarlo de su propia empresa. “Steve Jobs” tiene un arranque apabullante, con diálogos punzantes y veloces que atrapan desde el principio, como si la película tomara al espectador por el cuello, sin pedirle permiso, y lo llevara directo a ese universo despiadado de obsesión y competencia. En un punto es una celebración del lenguaje como recurso expresivo total, y ahí Aaron Sorkin es amo en su propio territorio. Sin embargo, a medida que avanza la película, esta estructura rígida de narrar en base a cruces verbales tras bambalinas se vuelve reiterativa y forzada. En determinados pasajes la historia no respira, está recargada de diálogo, y la película se vuelve artificial, como si lo que estuviese pasando en la pantalla fuera un mero ejercicio. Por suerte, los que consiguen salvar estos baches son los actores, que hacen un trabajo excepcional. Michael Fassbender supera el gran obstáculo de no parecerse físicamente a Jobs construyendo un personaje entre irritante y fascinante, y encuentra su contrapunto perfecto en una Kate Winslet que cada día actúa mejor.