Chico y chica se conocen una noche. “Me he enamorado de ti”, las primeras palabras del muchacho hacia la joven que repentinamente logra cautivarlo. Se miran, intenta convencer uno a otro, hablar, conocerse, comienzan un juego de seducción a través de las calles de Madrid. ¿Cuánto se puede saber de una persona por conocerla una noche?
La primera parte de “Stockholm”, película española dirigida por Rodrigo Sorogoyen, apuesta a lo romántico. Es así como se define su protagonista, como uno de esos románticos que “buscamos el amor donde sea por más pequeña que sea la posibilidad”.
Ella se aleja de su grupo de amigas y él la persigue y de a poco la persuade para que vaya a su casa. Sí, hasta ahí respira mucho del cine al mejor estilo “Antes del amanecer”, donde casi en tiempo real y con un buen guión (que va mutando pero siempre de manera precisa) y diálogos bien escritos que fluyen de manera muy fluida los personajes se van conociendo cada vez más.
“Todo es demasiado, ¿no?”, le dice ella cuando él le pide que le cuente todo sobre ella. Pero entonces la noche pasa, se hace de día, y así como el día es otro, ellos también. O mejor dicho, son ellos mismos, y no se parecen tanto a quienes eran de noche.
Es a partir de este momento que la película se transforma en un drama psicológico, que el apartamento del protagonista pasa a ser la única locación, y que la tensión comienza a crecer y a crearse un clima asfixiante aunque en unos pocos momentos haya atisbo de que todo podría volver a ser lindo como lo pareció a la noche.
Esa ruptura en la película es hasta el momento impredecible. Javier Pereira y Aura Garrido son los dos personajes sin nombres que llevan “Stockholm” adelante, los que la llevan de un extremo a otro, los que transitan diferentes sensaciones y van mostrando de a poco diferentes facetas de sus personas hasta un final en el que el silencio es abrumador y lo único que nos queda. Un silencio que se contrapone a las escenas más optimistas del film, donde la banda sonora juega de maneras muy interesantes.
Resumiendo, “Stockholm” termina siendo un retrato honesto y valiente sobre lo efímero que las relaciones pueden ser. Una película chiquita, filmada sólo en 13 días, pero que sin dudas quedará presente en quien la vea porque, es muy probable, vea mucho de sí y el otro en ella.