La desilusión y sus raíces.
Si bien uno como espectador suele descubrir de inmediato cuál es el perfil profesional y los objetivos de determinados cineastas, muchas veces no podemos dejar de admirar la ejecución concreta de la estrategia discursiva en cuestión y sus correlatos a nivel general, como si el arcano de la praxis cotidiana orientada al trabajo opacase la simple enumeración de los elementos constitutivos involucrados. Consideremos por ejemplo a Nuri Bilge Ceylan, un director cuyo pedigrí nos reenvía a una fórmula por demás ambiciosa que incluye citas a los dramas morales de Krzysztof Kieslowski, el existencialismo de Robert Bresson y la contemplación más apacible de Michelangelo Antonioni, esa en la que los silencios y los travellings se equiparan a las incógnitas que se esconden tras el saber social.
Como en otras ocasiones a lo largo de la historia del cine, la suma de las partes origina una síntesis bastante singular que por cierto respeta la memoria de los maestros mencionados obviando las soluciones facilistas de este tipo de exponentes vinculados al mercado de los productos pretendidamente “excelsos”, léase el vuelco brusco hacia la bajada de línea o su contraparte, la introducción de un tono abstracto que termina licuando las buenas intenciones de base y/ o los planteos con respecto a la génesis de las suspicacias del amor. Presenciar cómo renacen las mismas premisas de siempre, esas que tanto han dado de comer a autores menores de todo estrato y desde tiempos inmemorables, nos obliga a cuestionar la mediocridad estandarizada -bajo el ropaje del arte elevado- de nuestros días.
La ganadora de la Palma de Oro de la edición 2014 del Festival de Cannes retoma muchas de las preocupaciones pasadas del realizador, poniendo especial énfasis en la crítica al individualismo, la incomunicación y las jerarquías de poder enquistadas en la sociedad turca. Sueño de Invierno (Kis Uykusu, 2014) constituye verdaderamente la obra maestra de Ceylan y se ubica en la cúspide de lo que ha sido un desarrollo narrativo/ conceptual escalonado: a pesar de que Lejano (Uzak, 2002), Climas (Iklimler, 2006) y Tres Monos (Üç Maymun, 2008) fueron opus interesantes, abriéndose camino vía una superación prodigiosa, recién con la monumental Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) se alcanzó una nueva dimensión de profundidad humanista, detallismo y semblanzas ascéticas.
Aquí no sólo extiende aún más el metraje total, transformando los 157 minutos del convite anterior en los 196 actuales, sino que consigue “la” proeza excluyente en estos casos, que un periplo tan demandante valga la pena en lo referido a la exposición de la dinámica entre los personajes, su idiosincrasia, un contexto estéril y sus afinidades electivas. El film posee tres protagonistas y cada uno responde a un arquetipo específico de los burgueses autoexiliados en las comarcas inhóspitas: tenemos a Aydin (Haluk Bilginer), una suerte de intelectual sádico y de muy buen pasar económico, su esposa Nihal (Melisa Sözen), típica diletante del martirio de una soledad altruista, y la hermana del primero, Necla (Demet Akbag), otra mujer frustrada que se dedica al viejo arte de aburrirse en medio de su riqueza.
Indudablemente el mayor mérito del cineasta radica en la construcción de empatía hacia seres grises, para quienes la desilusión subjetiva se traduce en insensibilidad y agresiones verbales al prójimo, en una espiral en donde el odio y el temor se posicionan por delante de la hipocresía consuetudinaria. De hecho, la propuesta se estructura en torno a dos escenas centrales que justifican de por sí la catarata de elogios que ha recibido en su derrotero internacional: por supuesto que hablamos de los enfrentamientos de Aydin con su hermana y luego con su esposa. La comprensión y el cariño que Ceylan siente por sus personajes no tienen parangón y nos colocan en presencia de un verdadero tesoro del conocimiento vincular, la psicología de nuestros semejantes y la dirección de actores más bergmaniana…