Momento de libertad.
Tras los premios recibidos en el Festival de Karlovy Vary de República Checa —Premio especial del Jurado, de la Federación Internacional de Prensa y Mejor actriz— y el buen recibimiento en el Festival de San Sebastián, se estrena comercialmente la película Sueño Florianópolis, dirigida por Ana Katz —conocida por El juego de la silla (2002) y Mi amiga del parque (2015).
En este film vemos como Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón), a pesar de estar “técnicamente separados”, viajan a Florianópolis con sus jóvenes hijos, Julián (Joaquín Garzón) y Flor (Manuela Martínez). Allí, le alquilan una casa veraniega a Marco (Marco Ricca), un lugareño que aún vive con su ex esposa y con su hijo. Inmediatamente nos adentramos en un mundo de playa, caipiriñas, cervezas y karaoke. Pero bajo esa superficie idílica para muchos, también nos encontramos con tensiones familiares y de pareja, incluyendo celos, contradicciones y tentaciones. Ambientada en los 90, la película retrata fielmente a la clase media argentina de la época, y especialmente la relación que tienen los argentinos con Brasil, viendo a sus paisajes como paradisíacos y a sus habitantes como despreocupados, libres y aventureros. Esa libertad, esa bocanada de aire fresco es precisamente la que necesita la familia protagonista, y la razón por la cual viajan. Por un lado, Flor y Julián necesitan liberarse de la dependencia de sus padres, mientras que Pedro y Lucrecia, por el otro, de la cotidianidad en la pareja, además de que Lucrecia, más en específico, del rol de señora correcta, y de ser siempre alguien en relación a otro, por lo cual intentará recuperar la sensación de individualidad y de autosuficiencia que perdió, o que quizás nunca tuvo.
El guion, escrito por la directora junto con su hermano Daniel Katz, con quien ya había colaborado en 2011 para Los Marziano, se destaca por no refugiarse en clichés ni justificarse poniéndole etiquetas y encasillando a las diversas circunstancias por las que pasan los personajes, como bien podrían ser la crisis de la mediana edad, o el síndrome del nido vacío. Por el contrario, mediante la narrativa se profundiza y se va más allá, añadiéndole complejidad y tridimensionalidad a los personajes. El punto débil de este film es que, acercándose al final, pierde su ritmo y solidez. Esto puede deberse a que cada miembro va en busca de esa libertad que anhela, pero al querer todos cosas diferentes, esto provoca que el hilo argumental principal se vuelva confuso, y que la trama se disperse. Sin embargo, la fotografía, la banda sonora y las cálidas actuaciones generan que uno salga de la sala con un aire melancólico, pero a la vez renovador, teniendo la sensación, al igual que los protagonistas, de que todo lo que ocurrió fue efímero pero trascendental. Y es que el viaje geográfico no fue necesario, ya que viajar a la mente de Ana Katz fue suficiente.