Durmiendo con el enemigo.
Uno de los grandes significantes vacíos de la historia del cine, un arte que atravesó todo el siglo XX, fue -y continúa siendo- la Segunda Guerra Mundial, un hito en lo que respecta al “progreso” bélico que nos regaló el modernismo y su generoso espectro de masacres mecanizadas. Tantos fueron los films que analizaron el conflicto que en buena medida lo terminaron anulando en términos discursivos, circunstancia que corre pareja con esa estrategia estándar de la industria orientada hacia la instauración de estereotipos de fácil masificación y poca autocrítica (a la propaganda de antaño le sucedió la exquisita denuncia contracultural de las décadas de los 60 y 70, hasta desembocar en el cinismo del presente).
Por suerte todavía subsiste un enclave alternativo dentro del mainstream que construye con ahínco películas revisionistas, alejadas de los combates tradicionales: tomando elementos del clasicismo de corte humanista y algunos detalles “lavados” de la diatriba antimilitarista, existe un cine europeo reciente que -desde la distancia- apuntala una mirada diferente acerca de los coletazos de los pivotes conceptuales en torno a la contienda. Pensemos en Dos Vidas (Zwei Leben, 2012), Lore (2012), Juego Limpio (Fair Play, 2014) o la obra que hoy nos ocupa, Suite Francesa (Suite Française, 2014), una hermana de aquellas pero más apacible, en esta ocasión centrada en los pormenores de la invasión alemana a tierras galas.
La trama principal está basada en la novela homónima de Irène Némirovsky, escrita durante el período y publicada muchísimos años después de la muerte de la autora en Auschwitz, y presenta la atracción creciente entre una joven y un oficial germano, las repercusiones en el entorno cotidiano de un pueblito de provincia y la amenaza constante de abusos/ castigos por parte de las fuerzas de ocupación contra los locales. La novedad viene por el lado del mecanismo utilizado para introducir el tópico del “amor prohibido” en un contexto convulsionado, en esencia el engranaje de la convivencia, derivado de la modalidad nazi de alojar a los jerarcas en las casas de los miembros del gobierno y los hacendados del lugar.
El realizador Saul Dibb se luce nuevamente en la dirección de actores, al igual que en La Duquesa (The Duchess, 2008), pero ahora redondeando una estructura narrativa más eficaz: si bien no llega a maravillar, por lo menos consigue revitalizar el viejo cliché del cariño no verbalizado mediante la profundidad del planteo y la metamorfosis escalonada de los protagonistas, interpretados por los excelentes Michelle Williams y Matthias Schoenaerts. Especialmente el señor, ya visto en Bullhead (Rundskop, 2011), De Óxido y Hueso (De Rouille et d’os, 2012), La Entrega (The Drop, 2014) y Maryland (2015), se destaca en un rol sensible, si lo comparamos con los personajes áridos que ha encarado hasta la fecha…