Otra tumba subacuática
Los submarinos, en términos cinematográficos y en lo que respecta al canon narrativo más simple, suelen ser sinónimo de suspenso claustrofóbico ya sea por el constante peligro de hundimiento, por el fantasma de morir aplastados debido a la presión y/ o por la posibilidad de que los tripulantes enloquezcan y comiencen a reventarse entre ellos, más allá de lo que ocurra en el exterior y las inclemencias marítimas de turno. Ahora bien, otra dimensión desde la cual suele ser encarado este “medio de transporte”, uno por cierto homologado a un arma enorme/ dispositivo de espionaje, es la de la tragedia lisa y llana porque es uno de los pocos vehículos -junto a las aeronaves, por ejemplo- en los que no existe margen para las fallas porque al menor problemilla en diseño, construcción, puesta a punto o manejo todo se irá al demonio con una rapidez inconmensurable y de seguro nadie saldrá con vida.
No muy lejos a nivel conceptual de la explosión y el hundimiento del ARA San Juan del 15 de noviembre de 2017, hoy tenemos un retrato de la catástrofe del K-141 Kursk del 12 de agosto de 2000 en medio de una mega misión de entrenamiento, la más grande movilización a la fecha de la Armada Rusa desde la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991, un claro ejemplo de abandono, incompetencia, estupidez y negligencia similares a las del submarino argentino y la lacra macrista que lo puso en el agua: Kursk (2018) es un trabajo correcto y no mucho más escrito por Robert Rodat, a partir de un libro de Robert Moore, y dirigido por Thomas Vinterberg, el gran realizador danés de La Celebración (Festen, 1998), Dear Wendy (2005), Submarino (2010), La Cacería (Jagten, 2012) y Lejos del Mundanal Ruido (Far from the Madding Crowd, 2015).
El film entrega un pantallazo sencillo -y quizás un poco mucho sentimentaloide- del desastre militar, causado por controles defectuosos sobre un torpedo obsoleto y en mal estado que estaba perdiendo peróxido de hidrógeno, su combustible, el cual al entrar en contacto con el cobre de los tubos de lanzamiento terminó provocando una primera explosión y dos minutos después una secuela cuando comenzaron a estallar las cabezas de los otros torpedos, un panorama apocalíptico que mandó al Kursk al fondo marino destruyendo gran parte de los compartimentos aledaños a la sala de torpedos y obligando a una veintena de los 118 hombres a bordo a encerrarse esperando un hipotético rescate. La trama explora la dignidad e inventiva de los tripulantes encabezados por Mikhail Averin (Matthias Schoenaerts), una figura de autoridad de nivel medio, la patética soberbia de un gobierno ruso lerdo e hiper inepto a cargo de Vladimir Putin, la frialdad paranoica del mando militar de Vladimir Petrenko (Max von Sydow), y la angustia/ desesperación de los familiares de las pobres almas atrapadas, representados sobre todo por Tanya Averina (Léa Seydoux), esposa de Averin y típico personaje femenino de relleno que no aporta casi nada.
Si bien el desempeño de Vinterberg resulta impecable y consigue imágenes poderosas en cuanto a esa tragedia a la que nos referíamos al inicio, lo cierto es que el esquema retórico es excesivamente hollywoodense ya que pretende abarcar más de lo necesario con un montón de escenas de ese afuera que hasta incluye un trasfondo etnocentrista anglosajón poco disimulado -la película está hablada en inglés, además- a través de la intervención en el rescate de las tropas británicas del Comodoro David Russell (Colin Firth). Si se hubiese dejado de lado el melodrama familiar y los “no salvadores” extranjeros, optando por una perspectiva 100% rusa y militar, la obra podría haber trepado por sobre tantas propuestas parecidas gracias a la obtusa negativa de la administración a la asistencia foránea, los problemas que atravesaron los tripulantes y la situación pesadillesca en general de esta tumba subacuática, triste parábola tanto de los gastos exorbitantes en defensa por parte de los países centrales como de la indolencia de los estados modernos para con estas torres maquiavélicas de naipes que pretenden esgrimir cuando les conviene o cuando su egoísmo considera que hay que sacar a pasear las “joyas” acumuladas del patrimonio nacional…