La otra marginalidad
El título de esta película refiere a un aroma particular y a un color anaranjado incandescente que se vuelve la esencia sensorial del planteo. Una fotografía vistosa, de colores saturados, es de los primeros aspectos que despiertan la atención; la original estética fue lograda en parte gracias a lentes anamórficos que permiten captar la luz con gran cantidad de matices, más un pulido final en el trabajo de posproducción que resalta los colores. No es lo único que puede impactar en un comienzo: a los estudiantes de cine o realizadores les resultará también extraño el seguimiento íntimo de las cámaras a los personajes y que, aún así, las tomas sean tan estables y pulcras. A pesar de que Tangerine fue filmada íntegramente con I-phones, los enfoques son limpios y carecen de los temblequeos propios de llevar cámaras tan livianas y pequeñas. Para lograr esta estabilidad, lo último en tecnología de steadycams amortigua los movimientos bruscos. El resultado es una aproximación a los barrios bajos de Los Ángeles como nunca se había visto, la presentación de un submundo que, en oposición a lo acostumbrado, es completamente nítido, luminoso y vital.
La travesti Sin-dee-rella acaba de ser liberada luego de 28 días de reclusión por posesión de drogas. En seguida, se entera por medio de su mejor amiga –también travesti– que su novio-fiolo la estuvo engañando con una de sus prostitutas, durante su estadía en prisión. Así es que arranca una imparable y sobregirada travesía a través de los suburbios, en busca del proxeneta con el que corresponde ajustar cuentas. En este trayecto se encontrará con otras travestis, prostitutas y clientes, policías, traficantes, adictos varios y un taxista rumano obsesionado con ella.
Para el abordaje, el director Sean Baker (Príncipe de Broadway, Starlet) mezcló actores profesionales y no profesionales con una soltura envidiable, al punto de que no podría decirse cuál de ellos es uno u otro, y a pesar de que la variada música se impone reforzando el artificio, el realismo logrado es sobresaliente. Más allá de esto, Baker logra echar luz sobre un grupo de marginales, sin hacer concesión alguna ni a los estereotipos ni a la corrección política. Los personajes no son lo que queremos que sean, ni lo que creeríamos que son; por dar un ejemplo, durante la mayor parte del metraje hay un personaje invisible al que se hace referencia continuamente, justamente el proxeneta que suscita la travesía. Desde un comienzo se lo pinta no sólo como el villano de la película, sino además como un tipo particularmente insensible, abusivo, traicionero. Cuando por fin aparece, comprendemos que no es nada de eso sino que se trata simplemente de un ser humano equiparable a cualquier otro; uno esencialmente defectuoso, pero en definitiva un tipo tan detestable como querible, sentimental y desconsiderado, honesto y al mismo tiempo algo sádico. Esta clase de dualidades parecieran presentes en cada uno de los personajes principales, lo cual nos acerca a ellos muy a pesar de sus exabruptos y los juicios que pudiéramos tener sobre su comportamiento.
Tangerine es una joya, un refrescante oasis en medio del cine independiente estadounidense actual. También de la clase de películas que tienden puentes emocionales y llevan al espectador a conectar, al menos por un rato, con ciertas minorías discriminadas.
Publicado en Brecha el 22/4/2016