Los simios y el espacio exterior.
Más allá de que indudablemente el personaje de Tarzán ha sido uno de los pilares sobre los cuales se construyó el mito del “buen salvaje” en términos cinematográficos, extrapolado en este caso de la literatura y con muchas adaptaciones a lo largo de la historia del séptimo arte, desde la posmodernidad cada nueva traslación ha optado por una de dos estrategias prototípicas en pos de explicitar el público específico que se pretende captar: podemos encontrarnos con una infantilización concienzuda que humaniza a los animales o una suerte de severidad ecologista que pone el acento en las características más trágicas del relato.
Ahora bien, si hablamos de rasgos distintivos en lo que respecta al esquema ideológico/ formal desde el cual los cineastas han tratado de imponer una mínima novedad durante las últimas décadas, la perspectiva que se lleva el premio mayor -en cuanto a reiteración y previsibilidad- es la de la falsa “tercera posición”, conformada en esencia por un enroque lógico entre variables de una de las dos estrategias o la simple combinación de ambas. Precisamente, estamos ante otro ejemplo de este facilismo retórico que para colmo abraza todos los clichés del caso y hasta incluye detalles por demás grotescos de ciencia ficción.
Sí, aunque cueste creerlo en esta oportunidad al clásico derrotero del huérfano criado por simios hay que sumar un nexo con el espacio exterior vía el inefable meteorito “generador de energía” que extinguió a los dinosaurios, hoy perdido en África y transformado en un preciado botín para el magnate inmundo de turno. Como si esto no fuese de por sí un tanto innecesario y fuera de lugar, resultan increíbles la mediocridad de la puesta en escena, la redundancia de los diálogos, la enorme torpeza narrativa y la desidia general de un guión que todo el tiempo confunde “crueldad maquillada” con humanismo a la Walt Disney.
Tratándose de una propuesta animada proveniente de Alemania, por lo menos estamos a salvo de las canciones de Phil Collins y la cursilería de la versión de 1999. De hecho, los únicos puntos a favor de la película son el buen trabajo realizado en fondos y las diatribas ambientalistas, que lamentablemente siguen estando vigentes. Greystoke: La Leyenda de Tarzán (Greystoke: The Legend of Tarzan, 1984) continúa siendo la mejor encarnación del personaje, por más que el film no haya envejecido del todo bien: la obra insignia de Edgar Rice Burroughs aún no ha tenido una adaptación superlativa y a la altura de su influencia…