El soldado inglés Lou Armour y su sección atacaban por tierra a un pelotón argentino en las Malvinas. La rapidez del movimiento y la aparición de algunos argentinos con los brazos en alto lo desconcertaban (“¿Acabamos de dispararle a gente que se estaba rindiendo?”), pero al acercarse al cuerpo agonizante de un enemigo un simple intercambio de palabras se convirtió en su recuerdo más poderoso: el argentino comenzó a decirle algo poco comprensible en inglés, mencionó que había estado en la ciudad de Oxford y falleció en sus brazos. Lejos de casa y a la intemperie, Armour se estaba enfrentando a jóvenes como él. La historia vuelve a ser narrada en menos de quince minutos, y el documental no tarda en mostrar sus cartas: tres veteranos argentinos y tres ingleses van a revivir de distintas maneras los hechos que los marcaron durante el conflicto, las cicatrices que llevan cada día y las maneras en que la guerra les arruinó la chance de restablecer totalmente sus vidas. Algunas escenas dispuestas por la directora plantean intercambios interesantes para hacer con hombres que hace pocas décadas fueron reclutados (o llevados conscriptos) para matarse entre ellos, como presentarse en el idioma propio y mencionando sus rangos, salir de las duchas y mostrarse mutuamente las partes del cuerpo con metal o plástico, tocar una canción sobre la guerra entre todos o pararse junto a un mapa de las islas a intentar desentrañar a qué país le corresponden. El veterano Rubén Otero alude a la soberanía española de la que Argentina es heredera tras su independencia, y cómo la ocupación británica de 1833 rompió ese proceso natural. Armour desestima esa soberanía heredada como una mera compra de terrenos de los españoles a los franceses, y dice que cualquier posibilidad de negociar se rompió tras la llegada de las tropas argentinas en 1982: nosotros la habremos llamado recuperación, pero para él fue una invasión. La prolijidad del registro, la calma en las narraciones y ciertos rastros de autoconciencia del documental pronto llevan a un devaneo interno constante, acerca de qué está pasando en serio y qué fue guionado o previamente dispuesto. Tras la función de prensa, las preguntas hicieron que Lola Arias develara la naturaleza de varias escenas (más de una secuencia “dudosa” se trataba de un registro auténtico), pero el esclarecimiento termina resultando accesorio: una historia como la del veterano argentino Marcelo Vallejo no se vuelve menos impactante si es narrada al borde de una pileta, y el planeamiento de las escenas no evita que aparezca un perro en plena práctica de un ejercicio de combate, o que un veterano inglés quiera improvisar un striptease frente a sus compañeros de elenco. Sí es cierto que estos veteranos/actores fueron conociéndose a lo largo del rodaje, mientras preparaban la obra teatral Campo minado (con estreno en Buenos Aires casi simultáneo al de Teatro de guerra), y en algunos momentos las potenciales tensiones son muy palpables como para ser ensayadas (prueben ver sin inmutarse las lecciones de defensa personal). Si hay una escena representativa de la naturaleza de la película, es la única que se parece al típico testimonio de una talking head: es cuando Armour se ve a sí mismo en un documental de 1987, contando con pensar la historia del argentino que hablaba de Oxford, y con la misma ropa describe en la actualidad el resquemor que le provocó haber llorado por la muerte de un enemigo, y cómo desde entonces no se permite ser doblegado por el recuerdo. La audacia del documental muestra algunas grietas hacia el final, cuando aparecen actores jóvenes que representan a los veteranos al momento de la guerra (en el caso de Armour, además, está quien interpreta al soldado argentino de su historia, al que se maquilla según su descripción de las heridas). El encuentro entre ambas generaciones tiene un objetivo claro, que se materializa de manera perfecta en la última escena, pero mayormente deriva en viñetas algo superficiales y que parecen girar en círculos sobre el mismo argumento: cuando un joven vestido de tripulante del General Belgrano se pone a cantar Riptide de Vance Joy, la película ya había reflexionado sobre la quimera de ir a una guerra habiendo salido hace tan poco de la adolescencia, sin la necesidad de subrayarlo de esa manera. Teatro de guerra tuvo su estreno nacional en el BAFICI 2018, tres años después de que Arias hiciera las primeras entrevistas y workshops con los veteranos y dos años después del estreno de Campo minado en Londres. Más allá de cualquier acertijo formal, la película se quedará para siempre con la inmediatez y la frescura del comienzo del proceso artístico, que en su versión teatral probablemente ya esté más aceitado (¿a quién le molestaría que un ex combatiente hubiese mecanizado sus parlamentos si eso implicara que haya exorcizado un trauma?). Pero el documental no solo logra balancear su respeto hacia los protagonistas con el ingenio de su propuesta, sino que además hace un doble aporte original al tratamiento de Malvinas en el cine argentino: un nuevo parte de cómo los veteranos argentinos llevan las secuelas tres décadas después, guiados por un ludismo que los acerca a los jóvenes que supieron ser en aquel entorno horroroso, y una perspectiva heterogénea desde el punto de vista inglés, con un abordaje empático que no pretende modificar la postura política del espectador.
El artificio para llegar a la verdad. El propósito de Lola Arias (escritora, autora de diversas experiencias en las artes visuales y el teatro) ha sido reunir a seis veteranos de la Guerra de Malvinas (dos británicos, un nepalés que combatió para ellos y tres argentinos) para que expongan y confronten sus recuerdos. Y lo hizo de manera anómala, sorprendente y novedosa. En Teatro de guerra hay testimonios del enfrentamiento bélico, pero los ex combatientes hablan mientras representan lo vivido, desplazándose por un lugar vacío, nadando o revisando tapas de revistas de la época. Hay imágenes de las islas, pero Arias no es del tipo de cineastas que vuelven al lugar de los hechos para encontrar allí huellas de lo acontecido: éstas asoman a partir de las palabras, los silencios y las miradas, así como desde lo que significan los elementos dispuestos frente a la cámara. En algunos momentos expone ensayos y asoman microfonistas haciendo su trabajo, pero el film –aún sin seguir un itinerario narrativo– no se dispersa ni luce improvisado; por el contrario, cada plano, cada encuadre, cada decisión, parecen el resultado de un trabajo riguroso. Es un documental que se enreda con la ficción, una experiencia lúdica y dramática al mismo tiempo. Y si bien se evidencia la afición de la directora por las coreografías y las instalaciones artísticas, la tensión y la emoción brotan igualmente, por ejemplo cuando uno de los ex combatientes se enfrenta a un tape de tiempo atrás. La letra de un rock, la aparición de animales varios (pájaros en una luminosa jaula, un perro que ladra graciosamente mientras dos hombres simulan una pelea), máscaras, juguetes: los recursos son muchos y de todos sabe valerse Arias para explorar las evocaciones de una guerra. Los hechos auténticos no dejan de aflorar, de una forma u otra, en tanto pocas son las personas que se muestran fuera del sexteto de ex combatientes convocados: algún psicólogo, alumnos de una escuela primaria o actores encargados de representar a aquéllos soldados, que (en una elocuente secuencia final) permitirán que éstos puedan vislumbrarse a sí mismos, frágiles y jóvenes. Teatro de guerra (Premios CICAE y del Jurado Ecuménico en el Festival de Berlín, Mejor Dirección en el último BAFICI) es una obra para ser discutida, cuyos flancos débiles dependerán de la visión de cada espectador (a quien esto escribe le incomodó que queden un poco en el aire las razones por las que Argentina reclama la soberanía de las islas, así como el hecho de eludir la relación de la forzada “recuperación” con otras irracionales decisiones de la dictadura argentina 1976/1982). Lo indudable es que el film revela, con singularidad, la locura de la guerra, la angustia posterior, la lucha por sobrevivir pese a todo y la posible convivencia entre seres humanos empujados a tratarse como enemigos, todo ello atravesado por la belleza del artificio. Por Fernando G. Varea
Miraba Teatro de guerra y pensaba en lo que había pasado con Lola Arias en The square. Aunque nunca aparece en esta película sueca nominada al Oscar, ella es la artista que realiza la polémica instalación que da título a la película, obra que significa un gran acontecimiento para el museo que dirige el protagonista. En los ámbitos de la élite del arte, Lola Arias, también dramaturga, tiene su reconocimiento y su recorrido. Aquí hace su ópera prima, un ejercicio inédito sobre la Guerra de Malvinas que se estrena en la Sala Leopoldo Lugones este jueves. Teatro de Guerra tiene su origen en una videoinstalación presentada en 2013 en el Festival LIFT de Nueva York que reúne a los excombatientes de Malvinas; paso previo que sirvió para pensar que si alguna vez a estos hombres los reunió la Guerra bien los puede volver a reunir el Arte, casi 40 años después. Por qué no?. Modo de expulsar demonios? Cada uno tendrá su motivación, y aunque no se explicita podrá suponerse qué empuja a cada uno a participar de este proyecto. El acontecimiento será doble en este setiembre en Buenos Aires: Teatro de guerra (film) en la Sala Lugones y Campo minado (obra teatro) en la Sala Casacuberta; ambos reúnen a ex combatientes de la Guerra de Malvinas: veteranos de Argentina y de Gran Bretaña; ambos son modos de pensar y repensar aquella Guerra, que atravesó nuestra historia como un rayo, saliendo de los lugares convencionales del documental genérico y entrando en el documental de creación. Lola Arias lleva el tema y la forma a un extremo que involucra mucho más que los hechos históricos que ya se han contado alrededor de la contienda. Aquí lo central es la representación de la representación, algo que podrá ser un dispositivo excesivamente intelectual, pero que Arias logra humanizar, aún con lo distanciado del encuadre o el tratamiento fotográfico que remarca lo artificial. La fotografía la hace Manuel Abramovich, que en Soldado trabaja el universo de los soldados en la Escuela militar. Estos veteranos, hoy de 50 y pico de años, alguna vez soldados de 20, relatan una y otra vez, y dramatizan una y otra vez pequeños acontecimientos vividos y recordados sobre escenarios montados o estudios de cine o ruinas de casas sin identificar. Todos los espacios son, en Teatro de Guerra, el teatro de estos hombres devenidos en actores que actúan micromomentos de sus vidas. La primera escena es un espacio natural que remite a la caja teatral a la que ingresan lentamente los actores; el casting que le sigue con preguntas a los protagonistas que responden mirando a cámara, o la cantidad de armas, escopetas y cargadores invisibles que manipulan en el relato de los muertos que miraron a los ojos o abrazaron. Pero no hay tragedia en esa mirada sino una camaradería presente que celebra la enseñanza del idioma español-inglés, o la música de una banda improvisada. El dialogo entre un argentino y un inglés frente a un mapa donde cada uno insiste a qué país pertenecen las Islas (Malvinas para unos; Falklands para otros) es un momento fundamental que demuestra que no todo está cerrado. “Admitamos que era tierra de nadie hasta que llegaron los británicos” dice el ingles; “Uds la ocuparon por la fuerza y nunca dejamos de reclamar” dice el argentino. Muchos momentos importantes tiene esta obra notable de Lola Arias, no la dejen pasar porque van a atravesar toda una experiencia. Teatro de Guerra se estrenó en Berlinale (premio ecuménico) y Bafici (Mejor dirección) y va en breve a Biarritz y San Sebastián. Teatro de Guerra Sala Lugones del 6 al 18 de septiembre a las 21.30 hs. Malba Desde el sábado 8 a las 20 hs (todos los sabados). Campo Minado 9 al 30 de septiembre Miércoles a domingos, 20:30 hs. Sala Casacuberta, Teatro San Martín
En 1982 se desarrolló la Guerra de Malvinas, donde soldados argentinos y británicos pelearon con el objetivo de obtener la soberanía sobre dicho territorio. Con un saldo de alrededor de mil vidas humanas que se perdieron de ambos lados y más de 35 años que nos separan de aquel hecho, todavía existe una disputa territorial entre ambos países. En este contexto, la directora Lola Arias propone reunir a tres veteranos de guerra argentinos y tres británicos (uno proveniente de Nepal pero que luchó en el bando inglés) para reconstruir sus memorias de manera conjunta. Una mezcla de documental y ficción que no aborda los hechos de manera clásica, sino que construye el relato de una forma más atractiva e interesante. Lejos de encontrarnos con entrevistas o imágenes de archivo, “Teatro de Guerra” busca mezclar a ex combatientes argentinos y británicos que lucharon en la Guerra de Malvinas en un contexto más relajado y experimental, pero igual de intenso y conmovedor que si tuviera una estructura convencional. A partir de conversaciones entre ambos bandos, reconstrucciones de hechos a partir de actuaciones, maquetas, mapas, los veteranos van recordando los sucesos y sus sentimientos y experiencias en dicho momento y las consecuencias de la guerra en su vida posterior. Además, existen algunos pasajes donde involucran a otras figuras como especialistas, alumnos de colegio y actores que representan a cada uno de los protagonistas para seguir abordando estas cuestiones. Las situaciones que se muestran no tienen un hilo narrativo aparente o una progresión palpable, sino que son momentos que se suceden unos a otros como si se tratarán de propuestas de actividades de la directora, como la muestra de las consecuencias físicas sobre su cuerpo, el canto de un tema sobre la guerra o la discusión de la disputa territorial frente a un mapa de las Malvinas. Algunas situaciones se sienten más aggiornadas que otras, o con una mayor puesta en escena, pero no por eso son menos meritorias o impactantes. Los protagonistas conforman un elenco coral, donde algunos tienen más peso que otros, no sabemos si porque tuvieron experiencias más difíciles o si fueron los que más se animaron a hablar, pero de todas maneras todos logran tener sus momentos. Es interesante que cada uno pudiera conservar su idioma materno a la hora de contar sus historias, aunque a veces también tratan de usar el otro idioma para hacerse entender frente a su “opositor”. Podemos observar en algunos instantes lazos fraternales, de compresión, de entendimiento para con el otro y la idea de que ambos eran jóvenes y no tenían las intenciones bélicas en su ser, y por otros cierta tensión y enfrentamiento por sus ideales. Por otro lado, se nota que el documental busca ser imparcial, sin llegar a ser tendencioso o demonizar o victimizar a alguno de los dos grupos. Si bien en un momento los ingleses comparten su sentimiento acerca de estar en un film argentino, se puede observar un equilibrio entre lo que sería la mirada inglesa y la argentina. Cabe aclarar, también, que los protagonistas, junto a la directora, llevaron a cabo otro proyecto similar, pero en forma de obra teatral, titulada “Campo Minado”. La misma se podrá ver del 8 al 30 de septiembre en el Teatro San Martín de miércoles a domingos a las 20.30 hs. En síntesis, “Teatro de Guerra” es un documental provocador que dista de lo convencional, otorgándonos no solo una propuesta original, sino también nos permite conocer una realidad de forma imparcial, con el testimonio de ambos bandos, viendo los sentimientos y secuelas de un suceso que cambió las vidas de estos veteranos.
Nadie se arrepiente de ser valiente. Luego de transitar el último BAFICI, entre otros festivales, Lola Arias presenta este pseudo documental con aires de homenaje. El proyecto consistió en reunir a seis veteranos de la Guerra de Malvinas (entre argentinos e ingleses) para contraponerlos unos con otros y empezar a establecer un diálogo que demuestre que, a pesar de las rivalidades, la guerra une mucho más de lo que separa. Ninguno de estos hombres es conocido, ninguno se destaca por su profesión o sus hazañas, pero todos coinciden en algo: ser atravesados por un mismo dolor. A medida que avanza la película, cada diálogo parece un nuevo relato que cuenta la misma historia, una y otra vez, ya sea compartiendo entre dos culturas fotos de la época como conversando con alumnos de un colegio primario sobre las posiciones de cada nación en base al conflicto. Es como si cada testimonio fuera la recreación de una pequeña conversación entre amigos o la interpretación de una obra de teatro del absurdo donde lo que se dice importa más que lo que se muestra. A nivel fotográfico, todo parece muy irreal,como si cada hombre se encontrara en un “no lugar" que lo enfrenta con su propio miedo o un recuerdo que se repite y es imposible olvidar (como la anécdota del soldado inglés con un caído argentino). Cada ambiente pasa de lo sombrío a la luz más clara, de un escenario ficticio a un prado silencioso. Es la mutación constante lo que le da ritmo y vida a un relato oscuro. Celebrar la diversidad de pensamiento y la unión de dos naciones que, hasta el día de hoy, están enfrentadas diplomáticamente por un territorio es una muestra más de que el cine puede estar siempre un paso adelante de las circunstancias.
Tiempo de valientes Teatro de guerra es un documental que busca mostrar las historias personales de soldados argentinos e ingleses que participaron en la guerra de Malvinas. Las historias personales de cada uno son convertidas en ficción y están recreadas por actores y por los mismos soldados. En este documental de Lola Arias, los soldados son transportados al pasado, con ayuda de algunos elementos escenomatográficos y sonoros que reconstruyen la guerra y sus memorias. Teatro de guerra busca humanizar a los soldados que representaron a nuestro país y al país enemigo durante esta guerra tan desastrosa. Los protagonistas se conocen y comparten sus experiencias de la guerra desde sus perspectivas. Incluso se los muestra formando una banda y tocando unas canciones. Si bien los soldados argentinos no hablan mucho ingles y los ingleses prácticamente no saben más de un par de palabras en español, se nota que pueden comunicarse entre sí y entenderse. Lola Arias se separa del típico enfoque sobre la guerra, no muestra ningún escenario bélico, ni la situación del país. LA guerra aparece directamente a través de las historias de los ex combatientes acompañadas por cuadros, tapas de revistas y fotos. Teatro de guerra es una película emotiva, pero que en ciertas situaciones nos hace reír, busca distender el ambiente tenso que genera recrear una guerra. A veces es un poco forzado, o la película puede trabarse en algunas temáticas no muy dinámicas, pero Teatro de guerra trae un enfoque diferente sobre la guerra de Malvinas.
Primero fue una obra de teatro que acaba de reponerse donde Lola Arias tuvo la audacia reunir a tres ex-combatientes ingleses con tres ex-combatientes argentinos de la guerra de Malvinas que se llama “Campo minado”. Ahora es tiempo de convivencia con una película donde esta directora, pero también artista de muchas disciplinas, por sobre todo abierta a aplicar todas las técnicas para aumentar, entender, evidenciar lo que significa una guerra para sus participantes y las secuelas que deja. El resultado es realmente sorprendente. Por eso, estos hombres no solo cuentan sus recuerdos y experiencias, pasan por el psicodrama, el canto, el baile, el nado, sus dudas y desconfianzas, en un collage que desconcierta, atrae y penetra profundamente en los conflictos. Este tratamiento es tan novedoso como perturbador, tan profundo como experimental. Con una contundencia, humor y desprejuicio admirables. Entre la ficción y el documental.
Rompiendo las reglas Al cine documental muchas veces le cuesta salirse de ciertos cánones que lo rigen, de cruzar algunas barreras, de romper con lo preestablecido. Hay muy buenos trabajos de investigación, de observación y hasta pedagógicos pero a la gran mayoría le falta media vuelta de tuerca para diferenciarse de todo lo ya visto. Teatro de guerra (2018), el debut tras las cámaras de la artista polifuncional, Lola Arias, lo hace. Cruzando realidad con ficción logra uno de los trabajos más innovadores y desprejuiciados que se haya visto en los últimos tiempos. Partiendo de Campo minado, la obra teatral que ella misma concibió, Teatro de guerra junta a seis ex combatientes de la Guerra de Malvinas durante varias semanas. La particularidad es que tres son argentinos y tres ingleses. Dos bandos en un mismo escenario para interpelarse e interpretarse a sí mismos e interpelar al espectador sobre la guerra y el enemigo. Estos seis hombres actúan, recitan, cantan, se confiesan y sacan de sus entrañas las esquirlas de una guerra que nunca debió pasar. Seis hombres enemigos sin razón que se hubieran matado 35 años antes y que hoy, por una razón, conviven en armonía, tratando de entender los por qué. Arias, que en sus trabajos teatrales ya había cruzado ficción y verdad, toma personajes reales con historias propias pero los hace jugar, los lleva hasta límites insospechados, mezclando el humor con el drama, el psicoanálisis con el teatro, la verdad con la mentira, el documental con la ficción, sin la necesidad de tener que forzar la trama ni apelar a golpes de efecto, con una fluidez narrativa y de puesta en escena pocas veces vista. Teatro de guerra tiene influencias del cine de Rithy Panh (La imagen perdida, 2013), pero con mayor libertad y sin ataduras. Arias destruye el clasicismo, todo lo que se espera de una película sobre Malvinas, la solemnidad de un tema que 35 años después tiene cicatrices que no terminan de cerrar, los géneros, los tabúes del teatro y del cine. Teatro de guerra es todo lo que se espera de un documental y todo lo que se espera de una ficción. Es todo y fundamentalmente es cine en su estado más puro.
El reestreno de Campo minado -este domingo- es una de las grandes noticias de la temporada teatral nacional. La reunión de seis veteranos de Malvinas -tres argentinos y tres británicos- que se abren a interactuar y contar cómo cambió sus vidas la guerra, resulta un biodrama poderoso, conmovedor, uno de los raros hechos artísticos que realmente merecen el bastardeado adjetivo “imperdible”. Mientras eso sucede en la sala Casacuberta del teatro San Martín, unos pisos más arriba, en la sala Lugones, podrá verse Teatro de guerra, también dirigida por Lola Arias, el documental que muestra los entretelones de la obra. Si bien pueden funcionar independientemente, lo aconsejable es ver primero la obra y después la película. Porque de cierta forma, Teatro de guerra espoilea algunos de los momentos más altos de Campo minado. Y no sólo en cuanto al contenido: también les quita la fuerza que tienen en vivo. Esta es un gran oportunidad para que algún teórico se luzca con la comparación entre hecho teatral y cinematográfico. Aquí “gana” el primero: por más que formen parte de un libreto repetido función tras función, no es lo mismo que los testimonios nos lleguen desde el escenario que a través de la mediación de una pantalla. O ver a esos seis ex enemigos formar una banda para tocar, in situ, un potente rock bélico. En este caso el orden de los factores altera el producto también porque la película completa la experiencia teatral, al modo de los extras de un dvd. Al final de la obra, es casi inevitable preguntarse cómo se concretó este ambicioso proyecto. Y en su opera prima Arias da algunas respuestas, mostrando pasajes del casting, algunos de los ejercicios que les hizo hacer a los veteranos para convertirlos en actores de su propia historia, las dudas que todo el proceso les despertaba a los protagonistas (sobre todo a los británicos). Y cómo el teatro terminó despejándolas.
El efecto de verdad Un poco a la manera de Abbas Kiarostami, la realizadora Lola Arias consigue dar carnadura real a una historia protagonizada por ex combatientes, sin dejar de remarcar los artificios. Libre de falsos escrúpulos, Lola Arias hace de la palabra teatro la primera del título de su ópera prima cinematográfica. Lo hace sabiendo que Teatro de guerra no es esa artesanía sucedánea a la que da en llamarse “teatro filmado”, sino otra cosa. Otra clase de objeto, más singular, más autónomo e independiente. Más híbrido. Tal vez se trate de cine teatralizado, lo contrario del teatro filmado. Si en esa clase de películas se toma una obra X (Shakespeare, Chejov, Cossa) y se la filma sin plantearse qué es el cine, Arias incorpora el espacio cinematográfico y el tamaño y duración del plano –no tanto el montaje y el fuera de campo– a sus experimentaciones con la fusión de tiempos y registros, dando por resultado un objeto cinematográfico en proceso de identificación, singular, poderoso, reflexivo y emotivo. Arias trabaja desde hace unos años sobre la Guerra de Malvinas (ver aparte). Teatro de guerra, ganó un premio en el Forum de la Berlinale en febrero y dos meses más tarde el de Mejor Dirección en el Bafici. Es el segundo debut cinematográfico fructífero en la última década, después del de Federico León en Todo juntos. Tanto León como Arias trabajaron sus películas sobre planos fijos. Aquél, acentuando la angustia interna mediante la duración y la exposición del espectador. Ésta, dando lugar a una heteróclita sucesión de “cuadros”, en los que se trabaja la oposición entre “verdad” y artificio (teatral) expuesto. Como Abbas Kiarostami en sus películas más celebradas, como Eduardo Coutinho en Jogo de cena, como Joshua Oppenheimer en The Act of Killing, Arias convierte en actores a los protagonistas “reales” de los hechos que va a narrar, que son veteranos de guerra argentinos y británicos. Más que narrar, representar. Antes que una narración clásica, Teatro... encadena escenas autónomas que iluminan el tema. Poniendo en escena a sus campesinos de Koker, Kiarostami buscaba un puro efecto de realidad. Coutinho diluía la diferencia entre actrices profesionales y no actrices. Oppenheimer apuntaba a una suerte de multiplicación del asco, al hacer que los torturadores indonesios de tiempos de Sukarno representaran festivamente sus torturas en cámara, tres décadas más tarde. La estrategia de Arias se parece más que nada a la de Kiarostami, aunque –salvo un par de casos, más emocionales– el tiempo transcurrido y la necesidad de poner distancia tal vez, hacen que si en lugar de los protagonistas se hubiera tratado de actores (actores con sus marcas borradas, eso sí), el efecto no habría sido muy distinto. Las técnicas varían de escena en escena. El ruinoso edificio que sirve de alegórico decorado inicial, y al que los veteranos parecen reconocer lentamente, como si se tratara de las propias islas, ya no reaparecerá. Tampoco la fusión entre pasado y presente de ese episodio, así como la conversión de “actores” en “combatientes”, y viceversa. Sí reaparece una escena que obsesiona a un ex oficial inglés, que no puede dejar de recordarla: la muerte de un soldado enemigo, cuyas últimas palabras son paradójicamente en el idioma del otro. El idioma del otro es un tema que recorre Teatro de guerra, tanto como el del intercambio en general. Los protagonistas hablan en su idioma y en el del “enemigo”, eventualmente con ayuda de una traductora. Comparten situaciones y a veces se enseñan artes marciales. La de enemigo es una noción abatida aquí. Se percibe genuino el respeto por el otro, la sensación de “igual” que unos despiertan en otros, la repulsa por la muerte ajena. La presencia en cuadro de técnicos de sonido, así como de los cacharros de un estudio de fotografía, recuerdan que lo que el espectador ve es un artificio. La fijeza de los planos, que requiere de un montaje mínimo, parece apuntar en el mismo sentido. La marcación actoral no, y esto es clave en el efecto de verdad que transmite Teatro de guerra, y en su alto poder emotivo.
Bienvenida Lola Arias al cine. A su multifacético perfil agrega la dirección cinematográfica debutando con una propuesta que trabaja sobre la identidad desde la evocación de un conflicto. La guerra de Malvinas/Falklands como disparador de un atrapante relato en el que los recuerdos son solo el puntapié inicial para hablar del hombre como superador de hechos traumáticos y la potestad sobre estos.
Lola Arias es una multifacética artista que entrecruza múltiples disciplinas y, en ese sentido, Teatro de guerra es fiel a su espíritu inquieto, experimental e inclasificable. Entre el documental, la ficción, el ensayo, el diario íntimo y el psicodrama, este híbrido que pendula entre lo lúdico y lo desgarrador resulta una experiencia al mismo tiempo desconcertante, fascinante y perturbadora que consistió en juntar durante varias semanas a seis veteranos de Malvinas (tres que lucharon del bando británico y tres del argentino) para que compartieran anécdotas, recuerdos e intentaran revisar y volver a actuar algunos de los momentos más traumáticos vividos en 1982. Arias les propone a los excombatientes (hoy jardineros, pintores, policías) distintas situaciones y consignas que van desde recitar y actuar como si fuera una obra de teatro hasta hacer movimientos típicos de ejercicios bélicos. Entre ellos hay camaradería, solidaridad y comprensión, pero también desconfianza y tensiones internas. La directora los filma con objetos personales de gran valor afectivo e incluye desde materiales de archivo e imágenes de refugios y trincheras tomadas en la isla hasta maquetas a escala, soldaditos, mapas y tapas de revistas de la época. Habrá discusiones apasionadas, lecturas de memorias, recuerdos del crucero General Belgrano, pasos de comedia absurda y hasta momentos musicales. Todo vale (por más chocante, ridículo o incómodo que pueda resultar) en esta película hecha desde la audacia y la provocación. Teatro de guerra es teatro y es guerra, es artificio y también lo más genuino e íntimo que pueden ofrecer estos hombres que coquetearon con la muerte y la locura.
En su nueva película, Lola Arias hace un experimento entre el teatro y el cine. Sin actores, con personas reales. Seis veteranos de Malvinas. En este caso, gente que estuvo en la lucha pero de ambos bandos, no se queda sólo con el lado argentino. Tres argentinos, dos ingleses y uno de Nepal que luchó del lado inglés. Entre ellos juegan, actúan, conversan, narran; interactúan a través de sus propias experiencias y recuerdos sin la esperada sensación de enemistad. Directamente a la cámara o entre ellos. Un híbrido entre cine y teatro que les sirve para reconstruir una parte de la historia y de sus vidas que nunca podrían olvidar y que los marcaría para siempre, a cada uno a su manera. Aquí, esta especie de teatro parece funcionar antes que nada como una especie de catarsis para estos ex soldados. La excusa de reconstruir una historia, de actuar, de narrar. Se puede notar que los mueve, por algo no son actores sino simplemente ex combatientes que utilizan lo que vivieron para poder contar sus historias. Arias construye su película a través de diferentes recursos, no sólo el verlos actuar. Hay mucho del detrás de escena, hay conversaciones varias, inevitablemente también repeticiones, escenas que se actúan una y otra vez, en diferentes escenarios. En un estudio, en una pileta, al aire libre. Una mezcla de espontaneidad con actuaciones. Esto genera momentos más divertidos y otros tanto más fuerte a nivel emocional. Al mismo tiempo, más allá de lo artificial, de los escenarios impuestos, siempre se siente muy verosímil y auténtica. A nivel técnico, Arias se permite jugar con los planos generales y primeros planos, casi siempre planos largos que acentúan el tono observacional que también tiene el film. La fotografía es de Manuel Abramovich (el director de "Soldado", película que también tiene un enfoque distinto y original sobre el ejército, mostrando el día a día de la Escuela Militar) y juega mucho con lo artificial, con la puesta en escena. Experimental e innovadora, "Teatro de guerra" es parte de un proyecto incluso más grande (con la obra de teatro “Campo minado”), lo cual pone en evidencia a Lola Arias como una persona ambiciosa y arriesgada. Sirve como testimonio de una parte imprescindible de nuestra historia y al mismo tiempo se corre de lo que uno podría esperar de un documental de esta temática. Pero más allá de la forma, de la estructura, de las rupturas, "Teatro de guerra" triunfa al colocar a estos hombres antes que nada como personas, que más allá de estar en el bando ganador o perdedor, más allá de pertenecer a un país o a otro, son ante todos humanos que quedaron con huellas imborrables, traumas y cicatrices visibles y otras tantas invisibles. La película más extraña y original sobre la guerra que tuvo lugar en las islas Malvinas. Quizás porque antes que todo es sobre personas.
El conflicto armado en Malvinas de 1982 es una herida que no termina de cerrar. Un eterno debate que sigue al día de hoy, tanto entre funcionarios como entre los ciudadanos de a pie. El que nunca nadie de verdad gana una guerra podrá ser una frase hecha, pero el grado de verdad es devastador porque tanto vencedores como vencidos han tenido bajas. El grado de deshumanización necesario para poder combatir es desolador y con esto en cuenta, Teatro de Guerra apunta a una rehumanización, por decirlo de alguna manera. De dejar de ver en el otro a un enemigo y empezar a ver a un ser humano. Memoria emotiva La propuesta de Teatro de Guerra reúne en un entorno determinado a seis veteranos de la Guerra de Malvinas (tres argentinos, tres ingleses) y comparten tanto a la cámara como entre sí, sus vivencias de la guerra (al igual que sus derroteros posteriores), con particular énfasis en la experiencia de un soldado inglés con un soldado argentino que murió en sus brazos.. Teatro de Guerra es un documental rico en testimonios detallados. Sin embargo, lo que destaca, la apuesta que hace, es ilustrar la convivencia entre veteranos argentinos e ingleses. No hay resentimientos ni discusiones (aunque están presentes algunas fricciones de “son inglesas/son argentinas”), sino un intercambio de vivencias entre dos soldados que lo único que los separa es una bandera. Aunque hubo un ejército victorioso y otro derrotado, esto propone que no hay victoria que modifique la mirada de ninguno sobre la guerra como la traumática experiencia que fue. Teatro de Guerra pone a sus protagonistas en una constante puesta en escena, una puesta en escena que no pierde ni un grado de verosimilitud, pues ilustra lo vívido que está el conflicto en sus mentes, y al apreciar su performance uno no puede evitar sentir que esos 36 años para ellos son como si fuera ayer. Por el costado técnico, puede entenderse que un documental, por manejarse en un registro realista, no pueda darse ciertos lujos visuales. No obstante es de apreciar que un exponente del género encuentre la manera de hacerlo. Los testimonios en poderosos primeros planos y el cuidado de las puestas en plano general son clara prueba de ello.
“Teatro de guerra”, de Lola Arias Por Gustavo Castagna A todo o nada. A explorar esa zona de riesgo donde confluyen el cine y el teatro, casi siempre con resultados pobres. A escarbar sin vueltas en esa tensa relación conflictiva entre dos lenguajes diferentes, a través de una convivencia errática solo disimulada con algún instante de placer. En efecto, el combo cine / teatro o teatro / cine se asemeja a una pareja ocasional, que disfruta de su infidelidad solo por un rato, a escondidas del resto del mundo y que, más temprano que tarde, el resultado surge como escuálido, olvidable, riesgoso pero hasta inválido desde sus procedimientos formales. Lola Arias, celebridad internacional y local proveniente del teatro, fue a ese todo o nada con Teatro de guerra: reflejos, ecos y recuerdos de Malvinas, juegos, performances, cruces de lenguajes, improvisación, certezas, entrevistas a cámara, representación del conflicto, “la caja cerrada” acorde a una puesta teatral invadida por el juego, el happening, la pregunta sin respuesta, hasta la duda. Un puñado de ex combatientes se reencuentra luego de aquella (inútil) guerra. Enemigos ahora conversando y representando aquella acción: canciones, segmentos rockeros, bailes, una obra en construcción, una pileta de natación, máscaras del dolor que están y ocultan aquel horror pero que también se desnudan ante el relato a cámara, como si se incorporaran a un confesionario bélico metido en un pozo frente a la inminencia de las bombas. O de la muerte. Y también se habla de la muerte, se la representa, se la actúa, se la corporiza desde los individuos convocados por la directora para recordar aquel cara a cara con la nada y la sinrazón. O con la victoria o la derrota. O la nada misma, otra vez. Teatro de guerra rememora algunas puestas performáticas de fines de los años 60 e inicios de la siguiente década concebidas por un cine argentino independiente, erigido desde la creatividad del llamado Grupo de los 5 (con cineastas que trabajaban en publicidad: Paternostro, Fischerman, Bécher, De la Torre). El reflejo más notorio surge desde The Players versus Ángeles Caídos (1970, de Alberto Fischerman), desde su construcción espacial y temporal hasta la inclinación por el juego, la performance, lo lúdico y hasta aquello que se propone como “político” a través de símbolos y metáforas. Zona de riesgo, en fin, es aquello que trasunta y expone Lola Arias en los ochenta minutos de Teatro de teatro, una película que la tomás o la dejás. Y hasta con aelgría o malhumor. Te amo, te odio pero dáme más parece decir este nuevo encuentro entre el cine y el teatro (o al revés). Pero la convivencia ´- otra vez efímera – , en esta ocasión, termina dejando varios instantes favorables. TEATRO DE GUERRA Teatro de guerra. Argentina/Alemania/España, 2018. Dirección y guión: Lola Arias. Fotografía y cámara: Manuel Abramovich. Clínica de proyecto: Alan Pauls. Montaje: Anita Remón y Alejo Hojman. Sonido: Sofía Straface. Producción: Gema Films, Gema Juárez Allen y Alejandra Grinschpun. Intérpretes:Lou Armour, David Jackson, Rubén Otero, Sukrim Rai, Gabriel Sagastume, Marcelo Vallejo. Duración: 81 minutos.
La nueva película de Lola Arias, directora también de “Campo Minado”, que se presenta en el Teatro San Martín a partir de este sábado, narra el encuentro de seis veteranos de la Guerra de Malvinas/Falklands para hacer una película. Así, tres ingleses y tres argentinos, se reúnen para reconstruir sus recuerdos sobre el conflicto. Como retazos de la memoria, los veteranos / actores charlarán, discutirán y recordarán aquellas experiencias vividas durante el conflicto: las posiciones que ocupaban, los camaradas fallecidos, las estrategias pensadas, pero sobre todo, la disposición a dar la propia vida para salvar a la patria. La película, que atraviesa momentos emotivos y profundos, también le permite al espectador algunas escenas divertidas y relajadas que complementan este experimento “ficción – realidad”. En cuanto al contenido, la discusión sobre la soberanía de las islas se enuncia en la historia, y resulta conmovedor ver como mas allá de las diferencias culturales de los diferentes “personajes”, todos coinciden en la fuerza de la juventud y los sentimientos que se encontraban atravesados durante la guerra: el miedo a no volver, pero también la determinación de cumplir con una misión. Jóvenes algunos, jefes otros, 35 años después coinciden, en este trabajo de Lola Arias, en un mismo lugar y hablando de los mismos temas. Es muy valioso el trabajo de entrega y compromiso de Lou Armour, David Jackson, Rubén Otero, Sukrim Rai, Gabriel Sagastume, Marcelo Vallejo, quienes mas allá de interpretar un papel, ahondan en su recuerdo para transmitir así, sincera emoción. Durante el desarrollo de la película, los protagonistas conocerán a niños en una escuela, y a jóvenes actores dispuestos a representarlos a ellos mismos 35 años antes, basándose en sus personalidades y en el relato que cada uno de ellos relata. Un guiño sobre como a pesar del tiempo transcurrido, y de como las generaciones fueron cambiando, el tema “Malvinas” continúa siendo de interés para niños y adolescentes. Con elementos técnicos de gran calidad, y un montaje que hace recordar a la obra de teatro Campo minado, esta película es ejecutada de forma inteligente y con mucha originalidad, pues en ningún momento “Teatro de Guerra” en la monotonía o lo predecible. Una opción cinefila para disfrutar y reflexionar.
En los libros de historia y en la inmediata asociación de cualquier guerra y sus episódicas hipérboles que llamamos batallas, los ejércitos numerosos se enfrentan como si erigieran un cuerpo mayor que representa a un pueblo ligado por un territorio, una lengua y un pasado en común. Lo que queda de una guerra son datos, tratados y posesiones territoriales: números de muertos, sesiones y soberanía. Los cadáveres y los sobrevivientes están destinados a dos expresiones de desdén: el olvido infinito y la conmiseración de compromiso.
CONVIVIR CON LOS RECUERDOS El cine argentino continúa en deuda con la guerra de Malvinas, sobre todo desde la ficción y más aún después de la horrible manipulación publicitaria de Iluminados por el fuego (Tristán Bauer, 2005), película que continúa una confusa tradición iniciada en los años inmediatos a la vuelta de la democracia, en la que la necesidad de bajar línea se impone a lo que se está contando. Es en el terreno del documental donde hay que buscar acercamientos que, sin conformar del todo, hacen justicia a lo ocurrido, proyectando una mirada más rica y productiva sobre el tópico. En esta línea puede verse Teatro de guerra, de Lola Arias, aunque el resultado final se vea afectado por la reiteración del mecanismo que pone en juego la puesta en escena. Dentro de un marco conceptual vinculado con el teatro del distanciamiento, vemos a un conjunto de hombres veteranos de guerra, argentinos e ingleses, en diversos escenarios. El tema que atraviesa todas las situaciones es cómo se vive y se convive con el recuerdo, con lo que se vivió y no se puede olvidar. Los personajes hablan, se interpelan, recrean y pronuncian diálogos intensos, y la ausencia de música logra que no haya interferencias ni condicionantes emocionales. Además, la cuestión mnemónica se sostiene con otros signos tales como insignias, prendas de vestir, zapatos y banderas, potenciando determinados significados. Arias no busca el vínculo afectivo con el espectador y por momentos la cámara enfoca a los personajes frontalmente para que se descarguen como si estuvieran en una sesión terapéutica. En otras oportunidades, espacios vacíos son recorridos y los relatos deben ser completados con nuestra imaginación, en un procedimiento ciertamente desafiante. Algunas situaciones forzadas y la necesidad de que el procedimiento ensayístico esté por encima del referente y de los personajes involucrados, enfría bastante a la película más allá de sus innegables virtudes.
La guerra y el cine han tenido una historia en común a lo largo de más de un siglo. El cine documental y el cine de ficción se han combinado, cruzado, e incluso fusionado para crear miles de historias acerca de los conflictos bélicos del siglo XX y XXI. Los conflictos previos a estos ciclos entran ya en la categoría de cine histórico, entre muchas otras cosas, por no poder aportar un registro fílmico de dichos eventos. Argentina y Gran Bretaña se enfrentaron en 1982 en la Guerra de Malvinas/Falklands. Dicho conflicto terminó con la victoria británica y cerca de mil bajas en ambos bandos. Pasaron décadas pero la soberanía de las islas sigue siendo motivo de disputa. El tema sigue la cultura argentina, donde muchos hacen de este tema una bandera permanente. Hay muchas películas sobre este conflicto y se ha escrito mucho, incluso sobre esas películas. Teatro de guerra no es ni la primera y posiblemente tampoco será la última de esas películas. Pero sí una de las más sofisticadas y definitivamente la más original de todas. Es un documental y es una ficción y cumple con las reglas del género bélico. Es una película que nadie que esté interesado en el tema debería perderse. El documental escrito y dirigido por Lola Arias forma parte de acercamientos previos de la artista a este tema. Una instalación y una obra de teatro llamada Campo minado que tiene a los mismos protagonistas. La película podría y no podría ser el backstage de esa obra, poco importa. Para los espectadores de cine solo está Teatro de guerra, aunque saber que hay una obra previa permite entender antes de ver la película el doble sentido del título. Marcelo Vallejo, Rubén Otero, David Jackson, Sukrim Rai, Gabriel Sagastume, Lou Armour, seis veteranos de la Guerra Malvinas/Falklands (poner ambos nombres es clave para entender la película) son reunidos para hacer una obra. Tres ex combatientes argentinos y tres británicos. Lo que vemos en la película es un casting, un backstage, un ensayo… un proceso creativo que en realidad ya ha terminado y que es reconstruido para la película. Incluso las dudas sobre el proyecto que tienen los protagonistas está filmado, reconstruyendo los problemas de la creación de la obra teatro y película. Pero todo esto, que es brillante, original, inteligente, puede parecer menos apabullante que una buena película de ficción sobre la guerra. No lo es. La película posee un nivel de emoción que aflora desde el comienzo y es casi imposible no llorar con la intensidad dramática de las escenas. Con la posibilidad de ver, tal vez por primera vez en cine, la realidad de la Guerra Malvinas/Falklands en toda su dimensión. Sin panfletos, sin bajadas de línea, sin discursos. Un gran problema del cine argentino ha sido desde hace mucho la imposibilidad de que el arte gobierne las decisiones artísticas. La ideología preexistente se impone en detrimento de la inteligencia y la creatividad. Las ideas políticas aplastan a las ideas cinematográficas. Todo lo contrario ocurre en Teatro de guerra, donde el arte es la herramienta fundamental para entender el conflicto. Entender en el sentido más completo del término. Lo que se siente al ver esta película es que realmente se puede entender lo que significó la guerra para estos seis veteranos. El arte como una forma de madurez, de poder trascender la mirada adolescente o incluso infantil sobre los conflictos más dolorosos de la experiencia humana. Por supuesto que hay política, que hay historia, que hay un tema que todavía hoy es un problema. La película no lo desconoce ni lo ignora. Cuando dos de los veteranos –uno de cada bando- se paran frente a un mapa y argumentan los motivos por los cuales creen que las Malvinas o las Falklands pertenecen a cada país, se resuelve en dos minutos y queda más claro que largos griteríos y abusos de las consignas políticas que nos toca ver a diario. Lo que pasó en las islas en ese breve y a la vez eterno lapso de tiempo los marcó a los seis. Los militares de carrera y los conscriptos. Incluso uno de los seis protagonistas es uno de los míticos gurkas, que alimentaron todo tipo de monstruosas historias en aquella época. Algunas escenas son un hallazgo inolvidable, como la de la pileta de natación donde Marcelo Vallejo cuenta su historia. Otras son pequeñas y a la vez enormes como la terrible historia de los soldados argentinos que murieron trasladando un bote, otras más famosas e impactantes como la del sobreviviente del Crucero General Belgrano. Pero también detalles sutiles acerca de los traumas y el dolor. Incluso uno de los veteranos ingleses que vivió atormentado durante años porque en una entrevista declaró que había sentido dolor por un soldado argentino muriéndose. El sufrimiento de los británicos es algo que no habíamos visto demasiado en Argentina. Ocultar la humanidad del enemigo es el truco más viejo que existe. No es necesario contar todas las escenas, sí explicar que puede pasar cualquier cosa en la pantalla y que el espectador se tiene que preparar para un cine no convencional. Aunque la convención de hacer pensar y emocionar está y que resulta todo tan entretenido como el mejor drama de guerra. También resulta doloroso y angustiante, pero al final del camino la película en su lucidez genera alivio. La sensación de que el cine argentino puede hacer una obra implacable pero no panfletaria, que explore de verdad lo que significa participar de una guerra. Ficción y documental se dan la mano de la misma manera que lo hacen los seis protagonistas del film. Teatro de guerra es la mejor película que yo he visto sobre Malvinas/Falkands, porque el dolor no le impide observar, preguntar y finalmente escuchar lo que los protagonistas tienen para decir. Su historia es trascendente, como toda gran obra de arte.
Theodor Adorno sugiere que, para que no ocurra otro Auschwitz, no debe tratar de olvidárselo. La curación es recordar para no repetir. Si no recuerdo, repito. Pavlovsky, Tato. “Lo fantasmático social y lo imaginario grupal”, en Lo Grupal, Nº 1, abril de 1983 Lo que no se habla, no se cura. Lo no dicho, no permite avanzar. En su ópera prima, la dramaturga Lola Arias se hace cargo de tal situación poniendo frente a frente dos viejos “enemigos”: argentinos e ingleses. Lou Armour, David Jackson, Rubén Otero, Marcelo Vallejo, Gabriel Sagastume, Sukrim Rai son seis veteranos de guerra de Malvinas -o Falkland, depende de quién lo diga- que se encuentran, conversan y se entienden tanto como discrepan. La apertura que se establece entre ellos posibilita el diálogo acerca de un hecho que nunca termina de cicatrizar, sino que la historia sigue su cauce tanto en sus protagonistas como en el imaginario que ambos países construyen de forma constante en sus discursos.
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La primera película como realizadora de la directora teatral y escritora es una combinación de documental y ficción centrada en lo que pasa cuando se reencuentran ex combatientes argentinos y británicos de la Guerra de las Malvinas y se les pide que rememoren y reconstruyan sus recuerdos más difíciles de aquella traumática experiencia. Cine y teatro. Documental y ficción. Terapia y ensayo. Todas esas cosas, juntas, pueden considerarse como parte de la opera prima en cine de la reconocida artista, dramaturga y escritora. La película, que forma parte de un proyecto en gira que también se pone en escena como teatro y fue instalación, consistió en juntar en un mismo lugar y durante un tiempo a ex combatientes de Malvinas argentinos e ingleses (tres por “bando”) y hacerles volver a actuar algunas de las situaciones más duras, difíciles o traumáticas que vivieron allí. A eso, que hacen en conjunto los ex soldados de ambos bandos, hay que sumarle una mirada de Arias a las dificultades del proceso en sí y la convivencia de todos ellos, como si por momentos fuera un detrás de escena de un documental performático que se parece mucho a la ficción. Con algunos puntos de contacto con las películas de Joshua Oppenheimer –quien hacía similares reenactments de momentos duros de la historia política de Indonesia pero en ese caso de parte de criminales de alto rango– o los similares experimentos de Rithy Pahn, aquí lo que se trata de poner en juego es la experiencia de los soldados, todos ellos parte de un sistema que los llevó a estar ahí y no les dio opciones. Por momentos las historias son conmovedoras, en otros se vuelven curiosamente graciosas (hay un soldado gurka que es todo un personaje). Hay escenas de camaradería entre unos y otros, pero en ciertos momentos hay también sospechas y suspicacias. El experimento –que va de lo más puramente documental a escenas performáticas y otras directamente ficcionales– tiene sin dudas un costado terapéutico para los intérpretes y seguramente lo tendrá para quienes tengan una relación personal fuerte con el siempre controversial tema de la guerra de Malvinas. El filme de Arias trata de no tomar partido –aunque algunos de los ex soldados ingleses piensen lo contrario y lo expresen en cámara– y se propone como una manera de acercar miradas y experiencias traumáticas que, más allá de los distintos colores de los uniformes y de las banderas, no son tan diferentes.
Lograr situarse en el lugar del otro Premiada en el Festival de Berlín, "Teatro de guerra" retrata la guerra de Malvinas en la vida y dramatizaciones de seis veteranos, ingleses y argentinos, en un entramado de situaciones que problematiza al cine mismo en sus decisiones. Encontrar imágenes al horror. Allí hay un imposible. De todas maneras, el cine lo ha intentado. Con algunas películas asombrosas y conscientes de que tamaña empresa no puede alcanzarse. Tal vez apenas arañarse. En todo caso, es un empecinamiento constante, consecuente con una angustia “heideggeriana”, según la cual basta con tener la sensación de que se está a punto de tocar algo profundo, para que la misma situación provoque que el sentir se escurra como agua entre las manos. El abismo metafísico se abre y cierra, el vaivén es necesario. Entre muchas películas, acá se elegirán dos, fundamentales. Una de ellas es Hiroshima mon amour, ya clásica. Allí, la dupla Marguerite Duras y Alain Resnais intentan proximidad con un horror que saben lejano. Y sin embargo, o a propósito, el amor. El inicio del film es ejemplar, dedicado como está a recorrer las diversas posibilidades de imágenes –documental, ficticia, de archivo o museo- que atisben ese mismo fin inalcanzable. A la vez, el film mismo se duplica e incluye un rodaje en su narrativa: el cine despierta al cine, al espectador, ante la evidencia del problema imposible que asume. Otro caso es la efigie terrible que Claude Lanzmann persigue con Shoah. Entre los numerosos testimonios que acumulan horas de proyección, Lanzmann parece querer capturar algún momento en donde sea la misma película la que elija su límite, como puntos suspensivos que peguen al espectador ante la ausencia de palabras porque, justamente, hay un indecible. Es el caso del peluquero polaco, obligado como estuvo a cortar el cabello a mujeres desnudas, destinadas a la cámara de gas. La cadencia del relato se detiene cuando debe rememorar (el recuerdo está, es evidente, el problema radica en volverlo palabra) sobre el compañero que debió hacer lo mismo con su esposa e hija. Contarlo es un ejercicio violento, al que Lanzmann obliga. Y menos mal que ha sido así, porque el impacto obtenido es tan hondo que queda hecho ovillo en el ánimo de quien ve y escucha. Es en ese mismo desafío donde hunde su cine Lola Arias con Teatro de guerra. Lo hace al invocar la guerra de Malvinas, a través de seis ex-combatientes, argentinos e ingleses. Si Resnais debía, invariablemente, hacer consciente de sí misma a la imagen para saberse siempre lejano de lo que invoca, Arias propone un procedimiento similar. El teatro del título tendrá que ver con este propósito, a través de técnicas y procedimientos que le permitan a la realizadora una recreación en donde, a la manera neorrealista, actor y personaje se subsumen. Es como si los partícipes del film estuviesen en un ámbito distinto del que hace a la película. Esta recreación o nueva realidad –porque el cine consiste, precisamente, en este acto de fe, en la puesta en juego de una materialidad alterada- surge pero sin precisar las dotes habituales del cine de ficción. Sino de escenas cercanas a una yuxtaposición, de continuidad aleatoria, que tendrán relación formal a partir de la totalidad del film. La vinculación se transcribirá en el conocimiento tácito de quiénes son los protagonistas, con detalles apenas de sus vidas, profesiones y familias, sin atender al dato de profundidad inútil sino a cómo éste interactúa con el drama por el cual son todos convocados. Las maneras desde las cuales practicarlo serán próximas, sujetas a elementos de decorados cambiantes, que tendrán asilo en el estudio de rodaje, en un bar, o a la vera de una pileta de natación. Estas elecciones resultan extraordinarias, porque replican una lejanía y cercanía que es íntima y distante. La cámara, en este sentido, observa quieta. Por lo general son planos de conjunto, abiertos, sin invadir los cuerpos retratados. Esos cuerpos están más o menos cuidados, los años les han impreso huellas diferentes, alguno está tatuado. Son cuerpos que simulan peleas y practican técnicas de combate. En esos menesteres surgen interrogantes, vista la versatilidad del soldado inglés en la enseñanza de estas técnicas y el flashback inevitable que se dibuja en el espectador sobre el momento, dada la entonces adolescencia de los argentinos. Esta comunión de cuerpos, que se tocan y entrelazan así como las palabras –inglés y castellano como idiomas intercambiables-, señala la configuración de una comunicación intensa, situada más allá de cualquier idioma. Como si los partícipes del film estuviesen en un ámbito bien distinto del que hace a la película, mientras ésta intenta perseguirlos y ser parte de aquello que les vincula, de ese hilo invisible que deja entrever, a veces, alguna punta. Algo que está implícito en cualquiera de los momentos de la película, es cierto, pero de manera intensa en la banda de música, en la rítmica acordada para la ejecución de la canción, en los gritos con los cuales se canta y pregunta sobre estar en la guerra, ver amigos morir, matar y ser muertos. Una de las escenas magistrales –todas lo son- sucede al momento de ver cómo los ejemplares de revista Gente desfilan ante el encuadre de Lola Arias. Lo hacen desde la mirada compartida entre el inglés y el argentino, cuyo padre compraba esas revistas mientras él estaba en batalla, con fotos y titulares repasados junto a quien fuera su enemigo. Desde luego que la sucesión de portadas rememora la manipulación insidiosa, vergonzante, de los medios de comunicación. Pero en el film de Arias no hay retórica burda, sino puesta en escena. La acción dramática le permite –con las tapas de Gente como reencuadres- actualizar el problema. La instancia que organice, dé pie, nudo y desenlace, tratará de un mismo hecho. Recreado desde diferentes lugares. Hay que prestar atención a estas variaciones, porque es allí cuando, finalmente, la película alcance la pretensión perseguida, cuando se sitúa en el lugar del otro para que éste pueda, finalmente, observarse a sí mismo.