Tenet

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Entropía inversa y otros truquillos

Viendo la última película de Christopher Nolan, Tenet (2020), uno llega a descubrir hasta dónde puede llegar la pretensión maniática y meticulosa de un director en pos de exprimir en términos narrativos una a priori sencilla premisa de base que en manos de cualquier otro realizador y/ o guionista derivaría en una obra mucho menos ambiciosa y memorable que la presente: en este sentido, para disfrutar el film que nos ocupa uno debe intentar no buscarle explicación a todo lo que ocurre porque, de hecho, el director no la ofrece y apenas si se contenta con regalarnos el MacGuffin y comenzar a entretejer sucesos cada vez más complejos, por momentos con alguna que otra intención científica y en otras ocasiones totalmente delirantes y por ello mismo capaces de devolvernos esa “magia” del cine que viene siendo bastardizada por el mainstream, el público y la crítica desde el comienzo del nuevo milenio y que aquí renace en todo su esplendor por tamaña imaginación en pantalla. Como todo mega tanque del británico, la idea central es muy discreta, apenas el ardid de deambular en un presente controlado por el futuro y a su vez ejerciendo un fuerte dominio sobre el pasado, pero le da mil vueltas para que el entramado de los acontecimientos resulte un rompecabezas muy enrevesado que se inspira a lo lejos en la arquitectura promedio de las películas de James Bond/ 007 y en los acertijos de El Origen (Inception, 2010), aunque sin llegar al nivel de calidad de esta última y complicando el asunto aún más porque hoy, a pesar de que el sustrato de ciencia ficción está más contenido y es sin duda visualmente muy minimalista, la epopeya avanza, retrocede y suele girar sobre su eje para repensar los mismos exactos hechos desde distintas perspectivas vía una jugada que nos obliga en tanto espectadores a considerar y reconsiderar lo visto bajo el calidoscopio de la retahíla general.

Nolan disfraza al planteo retórico con hermosos juegos de palabras como “entropía inversa” y otros semejantes pero en verdad el núcleo del relato son las típicas dimensiones paralelas de existencia que implican repetición de situaciones y que obedecen a viajes en el tiempo paulatinamente más y más traumáticos, un esquema que ya ha sido explorado bajo diversas entonaciones dramáticas en una catarata de odiseas recientes en línea con Primer (2004), Los Cronocrímenes (2007), Triangle (2009), En la Luna (Moon, 2009), 8 Minutos antes de Morir (Source Code, 2011), Al Filo del Mañana (Edge of Tomorrow, 2014), Predestination (2014), Time Lapse (2014), Project Almanac (2015) y Si no Despierto (Before I Fall, 2017), entre otras propuestas que han explorado una fórmula narrativa antiquísima que fue repatentada por Hechizo del Tiempo (Groundhog Day, 1993) en el séptimo arte moderno. El Protagonista, un personaje sin nombre compuesto por John David Washington al que explícitamente se lo designa en esos términos, es un agente de la CIA que termina siendo reclutado por una organización enigmática llamada Tenet luego de una misión de prueba en Kiev, Ucrania, donde demuestra estar dispuesto a suicidarse con una pastilla de cianuro antes que revelar información al simpático torturador de turno, quien le arranca los dientes uno a uno ayudado por una tenaza. De inmediato su jefe (Martin Donovan) le informa de la situación y una científica (Clémence Poésy) le explica que están estudiando unas balas con la insólita capacidad de retroceder en el tiempo y regresar a la recámara de la pistola, lo que le permite rastrear el origen de las municiones hasta una traficante de armas de Bombay, India, Priya Singh (Dimple Kapadia), quien a su vez lo lleva hasta el proveedor original de los “proyectiles tuneados”, el escalofriante oligarca ruso Andrei Sator (Kenneth Branagh).

Más allá de la referencia que atesora el personaje de Washington, visto recientemente en las también excelentes Infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman, 2018), de Spike Lee, y Un Ladrón con Estilo (The Old Man & the Gun, 2018), de David Lowery, en realidad los coprotagonistas y principales ayudantes del señor en esto de desentrañar/ inferir lo que está ocurriendo y -por supuesto- salvar al mundo de la amenaza de una entropía planetaria, que podría destruir la vida como la conocemos, son Neil (Robert Pattinson), aparentemente un agente de inteligencia inglés con el que El Protagonista entra en contacto para ingresar en el hogar de Priya Singh, y Kat (Elizabeth Debicki), la bella ex esposa de Sator, una galerista/ subastadora de arte y una mujer que sigue bajo el control absoluto del susodicho a pesar de la ruptura, el cual la chantajea con un dibujo falsificado que ella le vendió y que podría llevarla a la cárcel con el objetivo de retener al pequeño hijo de ambos. El Protagonista, deseoso de acceder a Sator a través de su ex, planifica el hurto del mentado dibujo de un depósito de arte en el Aeropuerto de Oslo, Noruega, estrellando un avión como distracción contra uno de los frentes del edificio, sin embargo en plena faena -y ayudado por Neil- descubre una gigantesca máquina llamada Torniquete que fue desarrollada en el futuro y que en esencia sirve para invertir el flujo temporal, para colmo topándose con dos hombres enmascarados -uno avanzando y el otro retrocediendo- en una ignota misión secreta. Priya Singh luego le aclara al personaje de Washington que los sujetos que salían del Torniquete eran uno solo y le propone continuar con los atracos tercerizados haciendo que le ofrezca al millonario ruso robar para él algo de plutonio en Tallin, Estonia, cuando finalmente logra reunirse con el oligarca una vez que le miente a Kat diciéndole que el dibujo fue destruido.

La dinámica del “espionaje global a la Nolan” de la primera mitad del metraje, apuntalada en algunos latiguillos de la legendaria franquicia cinematográfica inspirada en el adalid del peligro creado por Ian Fleming e interpretado en su primera y más famosa encarnación por Sean Connery, eventualmente deriva en una segunda parte en la que el relato muta en una fantasía de acción sobrecargada y fascinante, con devaneos identitarios símil Memento (2000), que especula con las secuencias previas combinando la “bola de nieve” conceptual del último acto de El Origen, sobre todo en lo que atañe a esa andanada de acontecimientos en paralelo que se influyen mutuamente, y aquel Cubo de Rubik retórico de Predestination, en el que los directores y guionistas en cuestión, los hermanos Michael y Peter Spierig, nos bombardeaban con un constante resurgir del mismo personaje en diversas circunstancias ya atravesadas por la trama como si se tratase de espejos superpuestos que muestran una nueva realidad retrospectiva una vez que tomamos conciencia de esta o aquella característica que habíamos pasado por alto o que simplemente había quedado en el tintero o equiparada a otro misterio más dentro de una larga lista de interrogantes sin resolver. Nolan es mucho más cerebral y elegante que los realizadores germanos y no fuerza tanto el verosímil, pero de todas formas resulta evidente que el segundo y deliciosamente intrincado capítulo de Tenet va a generar discusiones futuras entre los fans que se alargarán por años y años luego del estreno de la película, lo que desde ya es muy bueno porque vivimos en una época en la que la enorme mayoría de los blockbusters destinados al consumo internacional no pasan de la categoría de productos desechables e hiper mediocres orientados al raudo olvido, la venta de merchandising y ese encadenamiento de las sagas tontas eternas de opus insípidos.

Dejando de lado cuánto esfuerzo le ponga cada espectador a dilucidar lo que sucede a partir de las pistas que el inglés va desparramando y que por cierto -como decíamos antes- no están destinadas a explicar cada detalle del arcano de fondo por propia decisión del cineasta de conservar un invaluable grado de indefinición, Tenet funciona como un verdadero oasis en materia de las escenas de suspenso y aquellas otras más vertiginosas, basta con recordar la inicial en Kiev, el primer encuentro con Priya Singh en Bombay, el enfrentamiento en la cocina del restaurant entre El Protagonista y los esbirros de Andrei Sator, todo el episodio del avión en Oslo y el descubrimiento del Torniquete, la demencial secuencia -al derecho y al revés- en Estonia para el robo del “no plutonio” en la autopista y el posterior secuestro de Kat, el retorno al aeropuerto cual ironía del destino más masoquista, y finalmente el clásico montaje paralelo de Nolan en lo que atañe a un desenlace basado en Sator y su ex a bordo de un yate en Vietnam y en un “movimiento de pinza temporal” vía tropas avanzando y retrocediendo, los pelotones rojos y azules, sobre esa ciudad soviética abandonada en la que se encuentra el arma monstruosa del futuro, el Algoritmo. Washington, Pattinson, Debicki y Branagh están realmente muy bien y se lucen en un film que evita la basura CGI y recurre a exquisitos practical effects que -auxiliados por la cámara invertida- incluyen a los actores literalmente replicando sus movimientos en retroceso en algunas tomas y hasta hablando al revés, truquillos geniales que nos hablan de la fastuosidad y la honestidad de una propuesta que se extiende un poco más de lo que hubiese sido conveniente y por momentos se enreda sin demasiado sentido, aunque compensándolo con una astucia maravillosa que juega con el afán del ser humano de manipular el tiempo a gusto y enmendar sus errores del pasado…