Esta crítica se escribe bajo circunstancias excepcionales luego de haber visto la película en Europa mientras los cines en Argentina permanecen cerrados por medidas de seguridad. Por respeto y en agradecimiento por el esfuerzo de los argentinos por salvaguardar la salud de todos, el siguiente texto no revela detalles de la trama.
Christopher Nolan se consolidó, hace largo rato, como una figura transversal dentro de la escena cinematográfica mundial. Transversal, en este caso, no da indicios de calidad ni de valor artístico o narrativo, su figura divide aguas al mismo tiempo que une polos. Odiado por gran parte de la crítica y amado por una porción para nada envidiable del público cinéfilo, con Tenet viene a reafirmar todo lo que viene construyendo desde Following hasta hoy.
Tenet, sin lugar a duda, es el proyecto más ambicioso y autoral de Nolan, principalmente a nivel narrativo, donde dobla la apuesta de El origen e Interestelar, aumentando la complejidad de la narración con líneas temporales simultáneas que van en direcciones opuestas. La elección de la palabra apuesta no es casual, porque aquí se corre un riesgo enorme. La parafernalia visual, el ralenti, la cámara en reversa, las secuencias de acción deslumbrantes y la aventura que quita el aliento solo funcionan en la medida de que el espectador entienda lo que sucede en pantalla y le pueda asignar un propósito a cada acción del protagonista. Las reglas básicas de Hollywood nos enseñan que a “forma compleja, historia simple”, y que a “forma simple, historia compleja”. Christopher juega con esos límites constantemente, alternando momentos de alta complejidad narrativa con un despliegue visual impactante, a esta altura de su filmografía, es más fácil identificarlo por eso que por los cameos de Michael Caine.
El cine es aventura, y habiendo establecido el perfil narrativo y visual de Nolan, el siguiente e inevitable paso es identificar cómo construye y resuelve los conflictos y tensiones. Aquí es donde se dividen las aguas, porque nadie sale a decir que Christopher filma feo o que sus películas son aburridas. Se le reprocha que agregue personajes secundarios que no suman a la historia con el único fin de explicarle cosas al espectador (tres en el caso de El origen), al mismo tiempo que se resalta lo difícil de seguir que son sus películas. Mientras el sector de la sala que consume pochoclo se babea por el despliegue y el espectador intelectual se jacta de entender los fundamentos científicos detrás de Interestelar, el cinéfilo de paladar negro le reclama la falta de suspense. Hay que decirlo, así se lo ame o se lo odie, Nolan es el anti-Hitchcock. Alfred nos enseñó que para construir tensión hay que brindarle más información al espectador que al personaje, en su cine uno se quiere meter dentro de la historia para advertirle al protagonista que corre riesgo, mientras que con Christopher queremos entrar porque nos presenta universos atractivos. Hitch nos desafía con la narración, Nolan desafía nuestros conocimientos científicos y nuestra percepción, y para muchos este es un pecado imperdonable. Tenet es la respuesta a estos reclamos.
Tenet pone todas las fichas sobre la mesa y nos blanquea desde el primer momento que estamos frente a una historia compleja, en donde ni los propios personajes saben qué sucede ni el por qué. No es lo mismo reconocer abiertamente que el código de la película es ese, en lugar de camuflarlo con una conversación entre Joseph Gordon-Levitt y Ellen Page subiendo escaleras mágicas. Sin pedir disculpas, Nolan levanta el guante sin descuidar su mirada del mundo. Podríamos discutir durante horas si se debe rebajar al espectador a la altura del protagonista (o subirlo), pero hay que destacar que, por primera vez en su cine, el manejo de la información es funcional a la historia. El protagonista se llama Protagonista y se sabe protagonista, y por mucho que lloren algunos puristas ante semejante nivel de autoconsciencia, la movida sirve a la historia.
Los protagonistas de Nolan son narradores, ya sean Alfred y Gordon en las Batman, o Cobb guionando sueños, o Cooper intentando rescribir el pasado. Tenet se divide entre villanos -y no tanto- que juegan a ser Dios y personajes que se sabe peones en un esquema más grande. El talento de Nolan es contarnos con la cámara que la verdadera historia es la transformación de protagonista a narrador, y por lo tanto, nada está librado al azar. Es un viaje lleno de aprendizajes, de fracasos constantes y pérdidas para nuestro héroe. Después de numerosos intentos, el director logra disfrazar con autoconsciencia un viaje clásico, y se asegura de poner suficientes pistas en el camino como para que la resolución final sea tan inevitable como necesaria.
La teoría de Nolan como el anti-Hitchcock abre un interrogante tan inesperado como difícil de contestar. Christopher nos refriega todas las cosas que, sabemos, están mal en su cine. Christopher se planta y nos dice que esta es su manera de ver el mundo. Christopher se jacta de sus vicios, y quien ha leído los libros y ha visto las películas nota la diferencia, pero… ¿Qué hacemos si la pasamos tan bien? Porque Tenet, con sus villanos acartonados, héroe sin nombre y pretensiones de grandilocuencia es genuinamente entretenida y nos regala escenas de acción que conmueven por desarrollo de personajes e historia eclipsando la proeza técnica de los efectos visuales. Porque Nolan leyó los mismos libros y vio las mismas películas sabe cuándo usar el fuera de campo, meter un plano a través de un espejo, y hasta último momento no nos da indicios de cómo cerrará la historia. Porque nos pone una femme fatale y le da al protagonista un compañero de aventuras que está a su altura, porque abundan las dualidades, y porque se anima a dejar entrar dosis de clasicismo entre tanto intelectualismo científico y apoteosis visual. Así en la “paradoja del abuelo” como en Tenet, Nolan entiende que no puede haber futuro si destruimos el pasado.