Más humor, menos melodrama y algo de vodevil en otro amable film de Ozpetek
En principio, los temas son los mismos de los films de Ferzan Ozpetek conocidos aquí: homosexualidad y familia. También es similar el momento de transición en que encuentra a sus personajes, llenos de dudas, pero dispuestos a abrirse a los cambios y hallar sus propios medios de resolver la tensión entre lo que se desea, lo que señala la obligación familiar y lo que impone la presión social; en otras palabras, decididos a definir el rumbo que quieren para sus vidas y asumirlo. Y por supuesto se mantienen los rasgos fundamentales del cine de sentimientos del realizador ítalo-turco: el tono amable, la mirada afectuosa -a veces un poco irónica, siempre comprensiva-, que reserva para sus criaturas; la tenue melancolía que se filtra en sus historias, y el atractivo de las imágenes, a las que tanto contribuyen la elección de escenarios como la elegancia de su lenguaje visual. La novedad reside en que esta vez prevalece el tono ligero de la comedia -y aun del vodevil- sobre lo emotivo, que aquí se reduce a breves tramos en el prólogo y en un final algo dilatado. Y en que, acaso por la intención de seguir el modelo de la commedia all'italiana , Ozpetek se atreve a la exageración farsesca.
Y la exageración abunda entre los Cantone, poderosos empresarios de la industria fideera en el luminoso y bellísimo sur italiano, que están a punto de celebrar una reunión para decidir el destino de la fábrica. Bien podrían venir de un film de Germi o de Monicelli el padre, Vincenzo (machista, adúltero y habituado a disponer acerca de la vida de sus hijos); la madre, que ve todo y sabe cómo disimular en nombre de las apariencias; la tía excéntrica y miope que olvida cerrar la ventana por la que suelen colarse ladrones nocturnos y la joven hija del flamante socio que se incorpora al clan y siembra el terror en Lecce cuando conduce su auto deportivo.
El grupo incluye también a la entrañable nonna (Illaria Occhini, admirable), que sabe por propia experiencia que nadie tiene derecho a inmiscuirse en la vida de los demás. Y lo completan los hijos: el mayor que trabaja en la fábrica; la única mujer, casada e insatisfecha, y el menor, el esperado Tomasso, que estudia economía en Roma y con cuya llegada se podrá resolver cuál de los dos varones se hará cargo de la empresa, ahora que Vincenzo va a retirarse. Por cierto, ignoran que Tomasso piensa aprovechar la reunión para revelar algunas verdades: una, que estudia letras, quiere ser escritor y no le interesan las pastas, y dos, que es gay y quiere volver a Roma a vivir con su pareja.
Sabe que será una bomba para la familia e imagina los efectos que podrá causar en la provinciana comunidad. Lo que no sabe es que habrá otra bomba que estallará primero y no será él quien la arroje, aunque los resultados resulten similares. Es una ingeniosa ocurrencia que lleva al film al terreno del humor y proporciona el pretexto para desarrollar una comedia amable, ligera y sensible que no siempre consigue evitar altibajos en el ritmo pero sólo se despista cuando, en la secuencia de la visita de los amigos romanos de Tomasso, busca la risa fácil y recurre a la vieja caricatura del gay.
Es impecable el desempeño del elenco encabezado por il bello Riccardo Scamarcio, actual favorito del público italiano.