Calamidad se avecina
Algo incluso más insólito que una película catástrofe proveniente de Noruega es sin duda una secuela de una película catástrofe proveniente de Noruega y es por ello que hoy estamos ante Terremoto (Skjelvet, 2018), continuación explícita del éxito de taquilla La Última Ola (Bølgen, 2015), propuesta digna y disfrutable que fue dirigida por un Roar Uthaug que venía de entregar el neoclásico del slasher europeo Escalofrío (Fritt Vilt, 2006) y que a posteriori saltaría de golpe a Hollywood con un reboot bienintencionado y correcto hasta ahí nomás, Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft (Tomb Raider, 2018). En esta oportunidad el encargado de encabezar el proyecto fue John Andreas Andersen, un director de fotografía que se pasó a la realización y que aquí cae por debajo del nivel de calidad de la obra original principalmente porque las atractivas sorpresas de antaño desaparecieron.
La trama vuelve a centrarse en Kristian Eikjord (Kristoffer Joner), aquel geólogo de una estación de monitoreo de Geiranger, un pueblito enclavado en un fiordo, que se transformó en héroe por avisar acerca de la llegada de un tsunami. Con semejante título no hace falta aclarar de qué va la cosa y sólo diremos que el señor entra en alerta cuando muere un colega en un túnel de Oslo y así decide trasladarse a la ciudad capital del país e investigar de primera mano las posibilidades de un temblor en función de una documentación que el finado le envió por correo. Cada vez más angustiado por sus descubrimientos, acusado de paranoico por las autoridades y ayudado por la hija del geólogo fallecido, Marit Lindblom (Kathrine Thorborg Johansen), Eikjord tratará de proteger a su familia de la debacle pero la tarea no será fácil ya que vive torturado por no haber podido salvar más vidas en Geiranger.
Como no podía ser de otra forma, el carácter taciturno y algo trastornado de Kristian lo alejó de su esposa Idun (Ane Dahl Torp), su hijo adolescente Sondre (Jonas Hoff Oftebro) y su hija pequeña Julia (Edith Haagenrud-Sande), quienes viven en Oslo y en esencia acusan al protagonista de haberlos abandonado para encerrarse en su obsesión con esas hipotéticas calamidades que se avecinan, circunstancia que complica mucho el hecho de que lo tomen en cuenta al momento de la advertencia definitiva previa a la “sacudida” de turno. Si bien se agradece la continuidad de John Kåre Raake y Harald Rosenløw-Eeg, los guionistas del film del 2015, los susodichos no consiguen lograr que la integridad dramática de los personajes repercuta en serio para bien del producto debido a la redundancia general para con los engranajes de las epopeyas catástrofe y en especial de las secuelas más automáticas.
Tampoco se la puede acusar del todo a Terremoto de caer de lleno en la fórmula de siempre de los corolarios, “mucho más de lo mismo”, a pesar de que mudar el relato del pueblito a Oslo ya es elevar los parámetros de destrucción, porque la obra vuelve a tomarse su tiempo para el desarrollo de personajes y “preparar” el terreno para el sismo: aquí el problema central se condensa en ese metraje excesivo que limita la hiper necesaria parafernalia de los edificios destruidos, las muertes bajo los escombros y las secuencias de acción camufladas en plan de esquivar los peligros. El desempeño del elenco es muy bueno pero el director nunca termina de darse cuenta que tendría que haber dado más espacio a la devastación y no reducirla a la media hora final, una jugada que nos condena a interminables 70 minutos introductorios repletos de clichés que no agregan nada a lo ya visto en décadas previas…