Un sasquatch enfurecido.
Cae de maduro que vivimos en una época en que la profusión informativa y su correlato, la ideología mercantil de la levedad y los egos inflados, suelen despertar una sensación de saciedad de sentido en cada uno de los consumidores, como si la fantasía del deleite práctico fuese equiparable a la amalgama del saber real, ese que está sustentado tanto en el conocimiento académico como en el acervo del autodidacta. Por lo general esta sonsera obtusa encuentra su freno cuando el mundo de cartón pintado que venden la publicidad, las plataformas virtuales y los medios masivos mainstream se estrella contra las injusticias cotidianas y sus agentes corporativos, a quienes sólo les importa la senda hacia la plusvalía.
Ahora bien, si dejemos de lado todo ese oscurantismo capitalista de índole cultural, volcado hacia el codicia, el sarcasmo mal entendido y la falta de paciencia o un mínimo análisis del sustrato en cuestión, podemos afirmar que hay pocos temas que no hayan sido tratados hasta el hartazgo mediante la construcción cuidadosa de clichés destinados a reforzar la predictibilidad comercial y la ilusión de sapiencia del espectador. El terror, un género que no necesita de grandes presupuestos ni del star system, ha padecido durante los últimos tiempos esta banalización de sus motivos históricos, en especial por parte de la industria cinematográfica norteamericana y sus corolarios menos lúcidos de la periferia circundante.
Por suerte no todo está perdido y de vez en cuando aparece una obra que reflota algún que otro tópico poco trabajado hasta la fecha o que simplemente había caído en el olvido. El viejo y querido Pie Grande casi no ha sido protagonista de películas que valga la pena mencionar, apenas si recordamos un puñado de opus de horror clase B y la simpática Pie Grande y los Hendersons (Harry and the Hendersons, 1987). En Terror en el Bosque (Exists, 2014), el director Eduardo Sánchez combina los recursos del found footage, un sasquatch enfurecido y el clásico grupito de jóvenes en una cabaña inhóspita, en lo que califica como su realización más interesante desde la mítica El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999).
Lamentablemente la frescura esencial del relato y el dinamismo del cineasta no llegan a compensar la pobreza actoral y esa triste recurrencia que señalábamos más arriba (aquí los problemas son más clasicistas que contemporáneos, ya que obedecen más al poco vuelo de la historia que a la saturación formal). De hecho, la táctica de Sánchez orientada a mostrar al “monstruo” en las primeras escenas parece contradecir los estereotipos y las seudo sutilezas de manual que el guión del anodino Jamie Nash desparrama a diestra y siniestra. Ya vendría siendo hora de que se quiebre esta sociedad tácita, considerando que propuestas como Altered (2006) y Lovely Molly (2011) no fueron muy satisfactorias que digamos…