Sara y sus amigos de la facultad deciden pasar algunos días en una cabaña a orillas de un lago en Louisiana. El plan parece perfecto: playa, surf, alcohol y adolescentes bronceados y semi desnudos. Cuando en medio del agua uno de ellos es atacado mortalmente por un tiburón, descubrirán que se encuentran inmersos en medio de una pesadilla que algunas mentes perversas han ideado para hacerlos sufrir hasta el último aliento de sus vidas.
¿Por dónde comenzar a enumerar los errores de una producción cuando son tantos? Que los personajes sean estereotipados y que ya sepamos como reaccionarán ante cada una de las “sorpresas” del guión no debería llamar tanto la atención. Que la falta de señal de celular sea una advertencia, el preludio de un complicado fin de semana bañado en sangre, es sólo un lugar común de tantos. Que se apele a la infaltable música electrónica que acompaña montajes veloces y de impacto, confirma la escasez de contenido en la narración. Que las tomas subacuáticas sean la mejor -y única- manera de graficar el avance de los animales voraces, es sólo falta de imaginación por parte del director. Que el 3D sea “el” valor agregado de una producción mediocre, es demasiado poco.