Silent Hill es el lugar al que el infierno llama hogar y al que el espectador llama "cómo perder cuarenta pesos de manera innecesaria". Ingresando dentro del hall de club de las secuelas innecesarias e inexplicables (en todo sentido) esa continuación se basa en la aventura propuesta por el tercer videojuego en el cual se inspira la franquicia.
Tratando de escapar de su maldición/destino/pesadilla Heather regresa a Silent Hill a pesar de todas las advertencias de su padre, quien ahora ha sido secuestrado y supuestamente se encuentra en este poblado consumido por el lado oscuro del mundo, a medio camino entre el averno y la realidad terrestre. Acosada por pesadillas, onírico paisaje en donde se desatan sus peores temores cual generación insomne después de la saga de Freddie Krueger, Heather se da cuenta que ella es la llave para resolver este gran caos entre vivos y muertos, maldiciones y sangrientos crímenes que se extenderán ad infinitum.
El 3D propuesto en esta segunda parte (los $40 del primer párrafo deberíamos entonces extenderlos incluso a unos $60 en algunas de las salas más caras del país) arroja encima nuestro dedos cercenados, cuchillas de todo tipo, espadas oxidadas y vísceras varias. Mero adorno que no suma nada al pobrísimo relato que estamos asistiendo. Incluso el diseño de los monstruos humanoides deformados se basa demasiado en aquellos creados por Guillermo del Toro para sus películas. Ah, lo más importante. La “revelación” que se promete en el título ya la conocemos desde hace siete años en el desenlace de la primera parte. Hasta ahora seguimos sin obtener nada de lo que nos prometieron.
El primer Silent Hill ya era confuso y fracasaba a la hora de echar algo de claridad… esta continuación suma aún más confusión, pero del tipo: ¿a quién se le pudo llegar a ocurrir que era una buena idea hacer esta película?