El desamparo.
A veces el rótulo “comedia dramática” puede resultar un tanto engañoso y/ o desencadenar confusiones por la simple disposición sintáctica de los términos: de hecho, la primera palabra suele inducir una interpretación específica por parte de los espectadores, marcando su preeminencia por sobre la segunda y así repercutiendo en los prejuicios de turno. Una película como The Lady in the Van (2015) literalmente pone patas para arriba este malentendido y hasta se divierte atizándolo -a lo largo del desarrollo narrativo- al jugar con un tono que nunca se decide del todo entre el humor negro y la tragedia lisa y llana, esa que trabaja el dolor del pasado desde un presente vinculado a una eterna expiación. El film que nos ocupa es un retrato del costado más ciclotímico e impredecible de la tercera edad, un periplo que va más allá del cliché del “viejo gruñón” que desautoriza a toda la humanidad.
El propio Alan Bennett, un afamado dramaturgo y guionista del Reino Unido, adapta para la pantalla grande sus memorias y en especial esos 15 años que vivió junto a la señora del título, Mary Shepherd (Maggie Smith), una homeless que antaño intentó convertirse en monja y que terminó habitando una camioneta destartalada luego de atropellar a un joven motociclista. Bennett (interpretado por un excelente Alex Jennings) pasa de ser testigo de la precaria situación de la anciana a compadecerse cada vez más, hasta que un día le ofrece estacionar el vehículo en el garage de su hogar. El guión examina con franqueza y aplomo una pluralidad de tópicos como la idiosincrasia inglesa, la convivencia entre vecinos, el proceso de creación artística, la dependencia para con las figuras de autoridad, la pedantería de la burguesía intelectual y el desamparo/ abandono que padecen muchos adultos mayores.
No cabe duda que el otro gran responsable del pulso tragicómico de base es el director de la película, Nicholas Hytner, conocido sobre todo por Las Brujas de Salem (The Crucible, 1996) y La Locura del Rey Jorge (The Madness of King George, 1994), esta última también basada en una puesta teatral de Bennett: el realizador aprovecha el talento de una Smith que se luce al componer a una mujer que salta entre la demencia y la cordura, poniendo siempre a prueba la paciencia de Bennett; quien a su vez está descontento consigo mismo y cuenta con una personalidad esquizofrénica, dividida en su “yo literario” (el que escribe y juzga todo a la distancia) y el “yo cotidiano” (en otras palabras, el que lucha con el sustrato del devenir mundano). Quizás el mérito más importante de la octogenaria actriz pase por administrar sutilmente la línea que separa a la simpatía de la exasperación más altisonante.
Ahora bien, a pesar de que el guión exprime con eficacia las distintas intersecciones entre el altruismo y la culpa, sin olvidar esa segunda mitad que compensa los baches de una primera parte algo estéril, resulta obvio que por momentos la lógica ambivalente de la propuesta le termina jugando un poco en contra debido a que lo hecho en la comarca dramática supera progresivamente a lo alcanzado en su homóloga cómica, un esquema que por suerte encuentra su atenuante en la dialéctica de los espejos (a la partición psicológica de Bennett se suma la presencia de su atribulada madre, hoy en la piel de Gwen Taylor, un contrapunto familiar -y ya completamente enajenado- de Shepherd). The Lady in the Van es una obra correcta y luminosa, no obstante hubiese sido deseable que se profundice el análisis del rol castrador de la Iglesia Católica y la desidia del Estado durante tantos años de indigencia…