Traiciones en cadena
El séptimo arte acumula desde sus inicios muchas películas basadas en piezas teatrales o que simplemente pretenden situar la acción en un único escenario o sede principal, y ello ha generado un “estilo histórico” en el rubro vinculado a tomas contemplativas, muy pocos floreos visuales y una fotografía ascética que en esencia busca duplicar el punto de vista fijo e invariable del espectador tradicional. A partir de las décadas del 70 y 80 el subgénero experimentó una sutil metamorfosis que lo fue acercando al resto de la producción cinematográfica con la manifiesta intención de cortar con un minimalismo reconvertido en otro cliché más y hermanar a la claustrofobia de las tablas con la propia del medio que nos ocupa, haciendo más dinámico el desarrollo y enfatizando más que nunca los rostros, los diálogos y la misma presencia de una cámara que sigue los movimientos de los personajes.
The Party (2017) es otro exponente más de una vertiente teatral o semi teatral -como en este caso- que tiene a algunas de las últimas obras de William Friedkin y Roman Polanski como sus ejemplos más conspicuos e interesantes, pensemos en Peligro en la Intimidad (Bug, 2006), Killer Joe (2011), Un Dios Salvaje (Carnage, 2011) o La Piel de Venus (La Vénus à la Fourrure, 2013). Aquí la máxima responsable es la realizadora británica Sally Potter, aquella que se hiciera conocida con la despampanante Orlando (1992) y que luego caería, sobre todo a partir de su siguiente película, La Lección de Tango (The Tango Lesson, 1997), en una ristra de estereotipos del cine arty que sólo parecen haber servido para condenar a la directora al olvido gracias a su autoindulgencia y la falta de algo en verdad valioso para decir, panorama que hoy por fin pudo revertir vía el film en cuestión.
Esta pequeña epopeya verborrágica de apenas 71 minutos se sostiene en el recurso más extendido del rubro, la catarata de revelaciones y acusaciones a discreción entre un grupo de individuos que en esta ocasión se reúnen en la casa de la política Janet (Kristin Scott Thomas) para celebrar el reciente nombramiento de la susodicha como cabeza del gabinete en la sombra del Ministerio de Salud: así tenemos a su esposo intelectual Bill (Timothy Spall), su amiga hiper cínica April (Patricia Clarkson), el cónyuge alemán de esta y suerte de gurú espiritual Gottfried (Bruno Ganz), la profesora amiga de los anfitriones Martha (Cherry Jones), la chef y pareja lésbica de la anterior Jinny (Emily Mortimer) y finalmente el banquero Tom (Cillian Murphy), marido de Marianne, una subordinada de Janet que promete llegar más tarde a la reunión y que de a poco se transforma en el eje del encuentro.
La propia Potter escribió el guión original y echó mano a los truquillos por antonomasia de las comedias dramáticas, como por ejemplo la existencia de un amante secreto de Janet, el fervor cocainómano de Tom, el anuncio de que Jinny está embarazada de trillizos vía fecundación in vitro y el aviso de Bill de que padece una enfermedad terminal, le resta poca vida y pretende abandonar a su esposa por Marianne, con la que viene deleitándose en un affaire desde hace dos años en función del cual Tom -quien ya tenía conocimiento del asunto- planea matarlo como venganza. Con semejante elenco es muy difícil que la película resulte fallida y si bien la primera mitad cae en diversos lugares comunes en lo referido a los intercambios entre los personajes, la segunda parte remonta mucho al profundizar en la dimensión humana de cada uno sobrepasando la mascarada caricaturesca del primer acto.
The Party encadena una serie de dicotomías que van desde los antagonismos idealismo/ racionalismo y compromiso/ apatía hasta sus homólogos espíritu/ materia y marxismo/ capitalismo, poniendo de relieve un tejido social inglés -y decididamente internacional contemporáneo- atravesado por múltiples posiciones intermedias entre los opuestos y una buena tanda de hipocresía por parte de las capas burguesas, esas que disfrutan señalando los defectos ajenos como si fuese un deporte o un hobby pero al mismo tiempo no suelen reconocer ni el más mínimo desliz propio hasta que llega el colapso de la mano de una crisis individual a puro canibalismo. Sin ser una maravilla, la propuesta cumple dentro del enclave del “cine teatral” ofreciendo un retrato -en un bello blanco y negro- de la crueldad egoísta y las traiciones entrecruzadas de las que son capaces todos los hombres y mujeres…