Noticias de ayer
Se puede llegar a disfrutar de The Post (2017), la última película de Steven Spielberg, sólo a condición de que se pasen por alto algunos “detalles” ideológicos que se amontonan en el corazón mismo de la propuesta en su conjunto. En primera instancia conviene aclarar que la obra analiza la publicación por parte de The Washington Post en 1971 de los llamados Pentagon Papers, una serie de documentos clasificados del gobierno estadounidense en los que quedaba de manifiesto la catarata de mentiras y delirios varios de las administraciones de los presidentes Harry S. Truman, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson y -de manera colateral- Richard Nixon en lo que atañe a la Guerra de Vietnam, un conflicto craneado para contener un supuesto avance de China vía golpes de estado en la región, bombardeos sobre los países limítrofes y una avanzada bélica que contradecía las afirmaciones de los mandatarios al pueblo norteamericano en torno a la voluntad de encontrar una salida al atolladero en el que se metieron, ese mismo que al final derivaría en la derrota de Estados Unidos en 1975 y la unificación de Vietnam bajo un mando socialista.
Ahora bien, resulta hasta graciosa la intención de fondo del film en pos de enarbolar a la libertad de expresión en tanto obligación moral de decir la verdad cuando de hecho el opus de Spielberg exagera por demás el rol de los directivos y periodistas de The Washington Post en detrimento de los verdaderos paladines de la prensa en este caso, los responsables de The New York Times, el periódico que tuvo la primicia y que comenzó a publicar los Pentagon Papers antes que el Post, lo que también lo convirtió en el objetivo principal de la caza de brujas judicial que Nixon -el presidente en el poder en el momento- rápidamente montó para impedir que se sigan publicando aquellos archivos secretos filtrados por Daniel Ellsberg, un analista militar que les entregó fotocopias de los originales a los reporteros de The New York Times. Más allá de las “licencias poéticas” que uno espera en toda ficción, el guión de Liz Hannah y Josh Singer opta por obviar en buena medida la importancia del Times para en cambio inflar/ abrazar el papel del Post en todo el asunto, algo así como la antesala directa del escándalo de Watergate, aquel golpe de gracia para el execrable Nixon.
Spielberg y compañía eligen esta paradójica idiosincrasia aparentemente para aprovechar la interrelación dramática entre las dos figuras del Post consideradas fundamentales en la decisión de publicar los archivos, léase su propietaria Katharine Graham (Meryl Streep) y su editor en jefe Ben Bradlee (Tom Hanks): mientras que el hombre toma la forma de un adalid de su profesión y de usufructuar periodísticamente el tema ni bien consigue los Pentagon Papers, la mujer en el relato hace las veces de un típico personaje femenino que padece el ninguneo machista de la época y que se va abriendo paso de a poco, superando inseguridades psicológicas y dejando de lado alguna que otra amistad que su posición en la “aristocracia norteamericana” le concedió con el tiempo, específicamente hablamos de su vínculo con Robert McNamara (Bruce Greenwood), el Secretario de Defensa de Kennedy y Johnson e instigador de los documentos, a quien Graham eventualmente le da la espalda cuando decide publicar todo. Si nos concentramos en las actuaciones en sí, Streep vuelve a brillar -como de costumbre- gracias a un desempeño contenido y detallista que no cae en el feminismo de cartón pintado de nuestros días, y Hanks por su parte una vez más hace de sí mismo -hombre común con coraje- aunque sin un personaje tan interesante como aquel que el propio Spielberg le otorgó en la muy superior Puente de Espías (Bridge of Spies, 2015).
Las “noticas de ayer” vinculadas a la ebullición política/ militante/ social de la década del 70 ya han sido trabajadas en el pasado bajo una tradición que va desde la legendaria Todos los Hombres del Presidente (All the President's Men, 1976) y llega a la potable El Informante (Mark Felt: The Man Who Brought Down the White House, 2017), a lo que se suma el hecho innegable de que The Post es una obra digna, por más que jamás alcanza las cúspides del cine consagrado al retrato de la prensa símil En Primera Plana (Spotlight, 2015), Zodíaco (Zodiac, 2007) y la susodicha Todos los Hombres del Presidente. Desde ya que lo anterior no quiere decir que el opus que nos ocupa no tenga sus buenos momentos y una inspirada segunda mitad en la que el desarrollo de personajes comienza a dar sus frutos en materia de suspenso debido al peligro y luego persecución que se ciernen sobre el diario. Las sobreexplicaciones y la lastimosa redundancia narrativa, dos de los flagelos más extendidos en Hollywood, reaparecen en un puñado de escenas pero por suerte no logran desbaratar la solvencia del convite, el cual se beneficia muchísimo de la maestría del realizador a la hora de orquestar el devenir de los acontecimientos con paciencia y relativa naturalidad, casi a sabiendas que las comparaciones entre los regímenes de Nixon y Donald Trump van a estar en boca de todos por la eterna batalla entre la prensa y los mandatarios.
Sin embargo las apariencias engañan porque la película examina un modelo previo de inquisición, el que se correspondía a una posición dominante de los mass media y por ello desde el poder se pretendía la censura inmediata y determinante, un panorama que poco tiene que ver con las acusaciones entrecruzadas entre el payaso fascistoide de Trump y un oligopolio mediático estadounidense que siempre lo consideró un demente impresentable y por ello no termina de pactar con él para controlar/ manipular a la opinión pública, como sí lo hizo con las administraciones anteriores (este vendría a ser el caso por antonomasia de las sociedades del Primer Mundo, aquí en el sur nos tenemos que “conformar” con medios masivos que se acoplan como ácaros -desde el minuto cero- a los mamarrachos estatales de turno, funcionando en términos prácticos como fanzines del poder económico y sus secuaces políticos). En síntesis, Spielberg sigue construyendo una carrera de lo más despareja que desde hace tres décadas anda bastante perdida entre films fallidos, alguna joyita esporádica y una mayoría de propuestas apenas correctas como la presente, incapaces de trepar al nivel de sus recordadas epopeyas de los 70 y 80 -las infantiles y de aventuras, porque casi toda su “producción seria” suele dar vergüenza ajena por lo maniquea- aunque también eficaces en su modesta pretensión de ofrecer un cuento clasicista que quiebre un poco el desinterés del mainstream actual para con los personajes y el trasfondo humano detrás de sus pequeñas o grandes hazañas en pantalla, esos ejemplos de simplismo fastuoso.