ESTO NO ES UNA PELÍCULA
Es difícil escribir sobre Tierra arrasada. No porque el director sea el actual ministro de cultura de la Nación. Quiero pensar que vivimos en un país en el que criticar el trabajo de un funcionario no genera ninguna consecuencia negativa para el que lo hace. Me refiero a lo que propone Bauer como director, al carácter particular de Tierra arrasada como artefacto documental.
Me cuesta verla como una película. Cada uno puede pensar lo que quiera acerca de qué es cine y qué no lo es. La impresión que yo tengo frente a Tierra arrasada es la de estar viendo un largo video institucional autocelebratorio y no una obra cinematográfica. ¿A quién se dirige el mensaje? Obviamente, no pretende gustar ni interesar a los que se oponen ideológicamente a Cristina Kirchner. Pero ni siquiera incluye como posible espectador a los independientes o los moderados. El burdo maniqueísmo del montaje trabaja sin matices ni sutilezas; amontona elogios para un lado y burlas para el otro, y deja sin ningún tipo de herramientas al espectador crítico que quisiera formarse su propia opinión. Es una película hecha para convocar y agradar a propios, un relato para convencidos.
Se podría sostener que propone un punto de vista ideológico y político claro y que eso no sería un problema, porque nunca esconde sus simpatías y es honesta en su mirada sobre los hechos. También podría decirse que ninguna película es para todo el espectro de espectadores posible, por lo que no debería ser algo criticable que se dirija solo a simpatizantes kirchneristas. Todo eso puede ser cierto, pero yo creo que el cine debería servir para mucho más que acariciar dócilmente los lomos de los que piensan como uno. Y si estamos hablando de cine político, se hace más evidente la falta de un discurso más complejo, sin tantas certezas, sin nada para descubrir en el camino. Siento que más que una película, Tierra arrasada es un largo spot publicitario. Además, el contexto en el que se estrena, sumado a su carácter militante, marca sus limitaciones, no solo como obra cinematográfica sino sobre todo como herramienta de propaganda política.
Las películas de Cine de la Base y Cine Liberación también fueron pensadas como obras de denuncia y militancia, como cine puesto al servicio de una acción y posición políticas determinadas. Sin detenernos en los aspectos estéticos (Solanas y Gleyzer eran cineastas mucho más interesantes que Bauer), la eficacia de aquellas películas era mayor porque se pensaron como obras de resistencia en un contexto político concreto. No tengo ninguna simpatía por las propuestas políticas que subyacen en, por ejemplo, La hora de los hornos o en Ni olvido ni perdón, pero hay que reconocerles que fueron eficaces, al menos para generar aliados y hacer circular ideas incluso más allá de la Argentina. Tierra arrasada se estrena en la misma semana en que asume el nuevo gobierno. No es una película hecha desde la resistencia sino desde el poder. Por esto y por muchas otras cosas, no es cine político; es cine oficial.
Pero hagamos el esfuerzo de hablar de cine. Si lo que rige la estructura general de Tierra arrasada es la lógica del panfleto institucional, la construcción interna de la escenas simula la de un clip publicitario. Esto no sería necesariamente malo y no es mi intención una crítica conservadora, que repudie formas audiovisuales alternativas al lenguaje documental más ortodoxo. Pero en este caso en particular, la forma elegida (que remite claramente a la del clip publicitario) va en contra de los objetivos que la propia película busca. Esto sucede en parte porque Bauer y sus colaboradores no parecieran manejar con suficiente destreza la lógica del clip. Se hace evidente el esfuerzo por buscar un lenguaje joven y supuestamente moderno, pero de una manera artificial y forzada, lo que no hace otra cosa que subrayar que es una película que ya nació vieja y gastada. Pero sobre todo se trata de una decisión equivocada porque le impide construir escenas en las que el aspecto espacial y temporal se manifieste. Ya en el prólogo, en el discurso de Cristina Kirchner en 2015, se manifiesta esa incapacidad. Bauer no logra crear relaciones espaciales entre la líder y sus seguidores. No logra articular ni siquiera el mecanismo básico de plano y contraplano, para generar correspondencias entre las miradas. Solo acumula planos, en los que la dirección de miradas no tienen ninguna importancia. Lejos de la intención de desarrollar un lenguaje moderno y descontracturado, lo que se manifiesta es impericia y descuido. Lo mismo sucede, potenciado por las posibilidades dramáticas desaprovechadas, en el acto en Comodoro Py. No hay conexión entre la oradora y su público. La elección de los planos es arbitraria y caprichosa y ni siquiera se genera la ilusión de que las imágenes de los militantes escuchando son simultáneas al discurso.
Estas mismas falencias formales atraviesan toda la película. Por ejemplo, Bauer no logra dar cuenta en ningún momento de la intimidad de sus protagonistas, aún cuando se ofrecen evidencias de haber tenido un acceso privilegiado a sus personajes. Por ejemplo, hay unos breves planos del momento en que Cristina y Kicillof parecen enterarse de los resultados de la elección que los ha hecho triunfadores, pero la película se desentiende enseguida. Todo el tiempo es así: muestra un poquito y se va. Tierra arrasada es una película sin escenas. El montaje no está para representar una idea de tiempo transcurrido o dar cuenta de la lógica de un espacio y su potencial dramático; solo trabaja a partir de la acumulación apresurada y desprolija, sin dar tiempo a generar conceptos elaborados o dar cuenta de situaciones que revelen lo real. Apenas logra plantear slogans, ideas fuerza que se enuncian con vigor pero no se desarrollan ni se complejizan.
De nada ayuda el tono grave de la voz de Grandinetti, ni la música incidental berreta, usada solo con el fin de rellenar baches e intentar generar una emoción que las imágenes no producen. Bauer abusa también de la cámara lenta y las imágenes grabadas desde drones, que generan una espectacularidad subrayada y deshumanizada. En un momento, la película pretende burlarse de Esteban Bullrich, al incluir una declaración suya durante la campaña del 2017. El ex ministro de educación de Cambiemos señala que hay que ocuparse de las profesiones nuevas: “Por ejemplo, faltan pilotos de dron en la provincia.”, dice. Es curioso, porque a pesar de que Bauer parece burlarse de Bullrich, lo cierto es que en su película los drones están presentes todo el tiempo.
La idea de la película es acumular, subrayar, marcar, repetir. Bauer se esfuerza por decir lo mismo todo el tiempo, aunque los temas que se atraviesan sean numerosos y variados. En Tierra arrasada el énfasis es la evidencia de la mentira. La película manipula datos a su conveniencia, sabiendo que muchos no son ciertos. Su convicción ideológica simplificada hasta el extremo le impide ser sincera. Cuando presenta al primer gabinete de Macri da a entender que Prat Gay es gerente de J P Morgan, cuando la realidad es que había dejado de trabajar ahí 14 años antes. Cuando critica (con razón) el nombramiento por decreto de los jueces de la Corte Suprema, se cuida de no decir que el gobierno de Macri rápidamente revisó esa decisión. Más adelante se refiere al enfrentamiento en una marcha entre la policía y los gremios de la educación, y denuncia una fuerte represión. Sin embargo, en las imágenes no se ve ni violencia ni agresiones por parte de la policía. No digo que no las haya habido. Lo que quiero decir es que a Bauer no le interesa que las imágenes refrenden su discurso; cree que alcanza con el énfasis de su denuncia. En otro momento muestra el intento de detención a Hebe de Bonafini, sugiriendo que fue por una persecución del gobierno debido a su militancia en derechos humanos, sin decir que que se la está acusando por delitos que nada tienen que ver con eso. También incluye una entrevista a Macri, en la que el ex presidente dice que no sabe si fueron 9.000 o 30.000 los desaparecidos, que es una discusión en la que prefiere no entrar. La película presenta esta declaración como algo gravísimo, cuando se trata de una frase prudente y razonable. Luego, Grandinetti remarca: “Para Macri, los derechos humanos eran un curro”. Es mentira; Macri nunca dijo eso.
En el mismo sentido se va dando cuenta de los cuatro años del gobierno de Cambiemos, acomodando los hechos a su conveniencia, sin profundizar en la complejidad de la trama política. La voz de Grandinetti declama: “el elenco completo de Cambiemos se embarcó en una cruzada para combatir la idea de justicia social como política de Estado” o “en el segundo año del mandato de Mauricio Macri, su plan económico y su política de ajuste social se ensañan con las clases populares”. Así es toda la película: un rejunte de opiniones extremas presentadas como verdades absolutas. Aún cuando la realidad la desmienta. Respecto a los casos de Santiago Maldonado y el hundimiento del ARA San Juan sostiene que hubo un blindaje mediático, cuando todos sabemos que fueron dos hechos que estuvieron en las tapas de los diarios durante semanas enteras. La desaparición del submarino parece interesarle especialmente a Bauer, porque se detiene ahí un poco más de lo que hace frente a otros temas. Hay un testimonio doloroso del padre de uno de los tripulantes y se hace foco en la desinversión como posible causa de la tragedia. Pero no va mucho más allá de eso, no profundiza en la denuncia, tal vez porque eso lo obligaría a investigar la responsabilidad de funcionarios no solo del gobierno de Macri sino del anterior.
En la segunda mitad de la película se agiganta la figura de Cristina como estratega de la resistencia y la recuperación del poder. En ese sentido habría que reconocerle al guion cierta habilidad para construir un relato coherente del camino recorrido por la actual vice presidenta desde diciembre de 2015 hasta diciembre del 2019. Es una construcción manipulada, pero se sostiene narrativamente y propone un arco dramático sólido, generando la ilusión de que cada paso y decisión política fueron escalas de una estrategia elaborada y perfecta. El momento donde esa solidez tambalea es precisamente donde su carrera política tambaleó en la realidad. Es decir: en su derrota en las elecciones legislativas de 2017 contra Esteban Bullrich. El guion, sin embargo, presenta esta derrota como el primer paso de una construcción hacia el futuro. Bauer, sagazmente, incluye una parte del discurso luego de conocidos los resultados finales, en la que Cristina dice que Unidad Ciudadana es la base para empezar un camino que los va a llevar finalmente al triunfo. Visto en retrospectiva, parece un indicio de su lucidez política. Es un pequeño triunfo de la película, aún cuando sabemos que los políticos dicen muchas cosas que luego no se refrendan en la realidad. Menos feliz es la idea de que el triunfo de Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires se debió a dos factores: la cobertura favorable de los medios hacia las figuras de Vidal y Bullrich, y el retraso en dar a conocer los resultados de las PASO. Esa noche de 13 de agosto de 2017 el escrutinio provisorio y parcial daba como ganador a Bullrich por un par de puntos de diferencia. El resultado final terminó siendo un triunfo para Cristina por apenas 20 centésimas. La película sostiene que la manipulación de los datos para generar la sensación en la opinión pública de un aparente triunfo de Bullrich fue lo que condicionó el resultado de la elección definitiva. Sostener eso es tratar al votante como un estúpido.
Para terminar, una breve reflexión. Hace tiempo que varios reclamamos la necesidad de un cine político en la Argentina que se haga cargo del presente de una forma crítica. Las redes sociales y los medios nos abruman con contenidos políticos y no está mal que así sea. Pero el cine tiene la posibilidad de ofrecer miradas sobre la realidad más ambiguas, más fieles a la complejidad de los hechos, más verdaderas. Seguiremos esperando.