Si las botellas escucharan
En Tito, el navegante (2010), las botellas ocupan el lugar de ladrillos en las paredes que forman la casa de Tito, el extravagante protagonista de esta historia, un hombre tan llamativo como el lugar donde vive.
El documental comienza por mostrar una casa ubicada en la ribera de Quilmes, que fue edificada por su dueño con botellas que devolvió el río luego de una inundación. Pero además de mostrar su hogar, Tito Ingenieri expone todas las etapas de su vida, desde su juventud hasta la actual, las cuales fueron atravesadas desde algún aspecto por el arte.
El personaje que eligieron los directores Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez, resultó interesante incluso más allá de su peculiar casa. Multifacético como pocos, Tito es artesano, soldador, fue actor, intentó también –sin éxito- escabullirse en la música, diseña su propia ropa, construyó prácticamente todo lo que lo rodea, y como si fuera poco, para subsistir, dedica sus días a trabajar como barrendero en una escuela de su barrio.
“La máquina de soldar”, como él se autodenomina, quiso demostrar que podía finalmente cumplir su sueño de tener una vivienda propia, al construirla con elementos que no sean comprados, luego de que el lugar donde vivía, una casa ubicada en un árbol, que también él mismo había construido, fuera destruida. El dinamismo que tiene Tito, el navegante, se debe en gran parte a su locuaz personaje, que en un monólogo de poco más de una hora supo hilar múltiples historias de su vida: amores, amistades, su paso por la colimba, su estadía en el Borda –y como se fugó del mismo-, y hasta enfrentamientos con la policía.
Si es verdad que las paredes escuchan, las botellas que forman la casa de Tito deben haber oído muchísimas historias, ya que su verborrágico dueño parece tener decenas de anécdotas, de las cuales algunas se pueden conocer en este documental, en el que son narradas en primera persona.