La mezquindad como doctrina cotidiana
Ridley Scott sigue con la excelente racha que lo viene acompañando desde Prometeo (Prometheus, 2012) ya que su última película, Todo el Dinero del Mundo (All the Money in the World, 2017), explota con una enorme inteligencia el secuestro en Roma en 1973 de John Paul Getty III, nieto de Jean Paul Getty, un ricachón aborrecible y por entonces el hombre más rico del planeta, poseedor de una fortuna que amasó gracias a la extracción petrolera y sus vínculos con los jeques del desierto saudita. El film entrega un pantallazo muy interesante y detallado de la negociación con los captores, de los pormenores de la investigación para dar con el paradero del muchacho y de las internas del clan protagónico, en función de lo cual tenemos un cóctel en verdad apasionante que pone en evidencia el llamativo hecho de que recién ahora semejante historia haya llegado a la pantalla grande.
En esta oportunidad la esplendorosa fotografía de Scott, tan habitual en sus propuestas, se unifica de maravillas con la crudeza del guión de David Scarpa, ejemplo perfecto de cómo se deben encarar los policiales sobre raptos para mantener la tensión alta en todo momento y al mismo tiempo no “transar” con los estereotipos edulcorados del cine contemporáneo en lo que al retrato del crimen organizado y las matufias de la oligarquía capitalista se refiere. El director no maquilla la esencia de ninguna de las partes que intervienen en el incidente: el magnate es un ser egoísta y miserable hasta la médula, la madre del secuestrado una pobre mujer que se desespera cuando Getty decide no pagar el rescate, el lugarteniente del susodicho y la policía demuestran ser unos inútiles y finalmente la víctima es un joven indolente que tuvo que soportar la adicción a las drogas de su padre, el hijo del millonario.
La trama comienza con la abducción del adolescente (en la piel de Charlie Plummer) por parte de una brigada un tanto improvisada de italianos que definitivamente tenían el dato de la fortuna del anciano (Christopher Plummer) pero desconocían su tacañería, detalle que deriva en días y días de negociaciones entre la progenitora, Gail (Michelle Williams), y la voz principal de los captores, Cinquanta (Romain Duris). Frente a una concepción inicial centrada en la posibilidad de un engaño del propio John para sacarle dinero a su abuelo, esquema avalado por el jefe de la seguridad de Getty y su delegado en el asunto, Fletcher Chase (Mark Wahlberg), con el transcurso de las semanas va acrecentándose la angustia de la madre porque el chico continúa sin aparecer. Todo termina de implosionar cuando llega a un periódico la oreja cercenada de John y una foto suya mutilado y en un estado desastroso.
Considerando que hablamos de la famosa realización en la que los productores decidieron reemplazar a Kevin Spacey con Plummer por las denuncias de acoso sexual contra el primero (una jugada bastante hipócrita ya que Hollywood posee un historial larguísimo en estos temas y hasta ahora nunca les asignó la más mínima importancia), la verdad es que el enroque sale perfecto porque Plummer ofrece una actuación extraordinaria que combina la frialdad amoral y una distancia a conciencia en relación a todos, regalándonos un ser más despiadado aún que los secuestradores (la meticulosidad del retrato a cargo del canadiense cumple un papel fundamental en el éxito de la película). Williams en segunda instancia y Wahlberg en tercer lugar son los otros pilares de la experiencia, un dúo que logra lucirse corriendo detrás de los cruentos acontecimientos y las miserias subyacentes al episodio.
Sin duda el opus de Scott se impone como una semblanza acerca de la codicia repugnante de los humanos y su desapego para con la vida, una doctrina basada en un ventajismo caníbal que en el caso de Getty llega a la extorsión intra rapto para conseguir la custodia de todos los hijos de Gail y a la deducción de impuestos sobre el rescate vía un préstamo, utilizando como puente al padre del cautivo. La inoperancia de siempre de las instituciones, el maquiavelismo corporativo y sus muchos puntos en común con el submundo criminal constituyen los ejes de un convite muy vigoroso e inusualmente crítico -tratándose del mainstream- hacia la mezquindad risible de una casta de especuladores que concentran prácticamente toda la riqueza del régimen capitalista. La vida y la muerte se deciden según el poder adquisitivo de la víctima de turno, justo como en el trajín cotidiano tradicional…