Lágrimas que no existen.
El golpe bajo es un arma de doble filo si se quiere incluir en un drama. No todos los directores saben utilizarlo como recurso y aún los más experimentados fallan al incluirlo en el metraje, no importa qué tan triste sea la trama.
En esta oportunidad, nos encontramos con la historia de Maddy (Amandla Stenberg) una chica común como cualquiera, con la pequeña diferencia de que padece una extraña enfermedad que le hace tener un mecanismo inmunológico muy deficiente y le impide salir de su casa ya que, si lo hiciera, sufriría de una manera atroz (nunca se explica bien cómo, pero hay que parecer fatalistas).
Ella conoce a Olly (Nick Robinson), un chico que se muda al lado de su casa, de quien se enamora perdidamente, pero no sabe cómo lidiar con la dificultad de mantener una relación amorosa desde el encierro y la sobreprotección de su madre.
Hasta aquí, ¿qué no hemos visto que sea novedoso? Año 2017 y todavía seguimos presenciando películas que reciclan al derecho y al revés ideas ya utilizadas por el buen amigo Shakespeare. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con la escasez de ingenio? Es increíble sinceramente, tener que apelar a algo tan delicado como las enfermedades y ni siquiera poder generar una sola escena que conmueva. Si bien el guión se basa en la novela homónima de Nicola Yoon, su falta de espíritu y los baches narrativos convierten a esta película en una falsa promesa para los jóvenes fans del libro. No hay nada que pueda llegar a producir un mínimo de emoción, ni los personajes, ni la puesta en escena, ni siquiera los momentos en donde el filme llega a su clímax. Y el final, algo que desde el inicio de la cinta se ve venir a kilómetros de distancia, tan predecible como absurdo, termina por confirmar que el espectador perdió una hora y media de su tiempo viendo cómo le toman el pelo.
Si hay algo que se puede rescatar de la película es su fotografía. La casa de la protagonista, los paisajes de Hawaii, hasta las tomas bajo el agua son puntos a favor y que le dan una muy buena luminosidad al metraje.
Todo, todo es de esas películas que apuntan a imitar los buenos efectos obtenidos de éxitos como Bajo la misma estrella o Votos de amor. Lamentablemente, los resultados son pobres, desganados y con una empatía tan nula hacia el público adolescente que casi podría tener llegada a los infantes de pre-escolar. Si se busca un filme emotivo, con una carga de romanticismo tal que pueda hacer llorar hasta el más duro de la platea, pasen de largo, lo van a agradecer el resto de la noche.