No es necesario emitir juicio sobre Torrente. No es necesario e, incluso, es superfluo. Pero la experiencia de asistir a Torrente 3D en el marco del Bafici y mucho más aún a las 10.30 de la mañana, sobria y sin amigos alrededor es única y merece ser recordada.
La película es más de lo mismo, un compendio de humor alegremente vulgar, xenofobia y sexismo que resulta tan gracioso (aún sobrio, recién levantado y rodeado de cinéfilos) que pone fuera de cuestión todo asunto fílmico asociado su realización o construcción. Lo que se puede decir es que Santiago Segura es implacable en el armado de su James Bond castizo y decadente. Y que después de la primera o la segunda Torrente de tu vida, no te queda más que sentarte ante la pantalla, suspender el juicio y entregarte a tu lado más adolescente y primitivo para morirte de risa.
El 3D, realmente, es un detalle accesorio que no hace más ni menos gracioso el producto final. Aunque la audiencia cinéfila de la función de prensa recibió con algarabía el fogonazo de un pedo prendido como lanzallamas y unas tetas que parecían al alcance de la mano. Incluso una reputada intelectual (que solía ser de izquierda y ahora es columnista en la revista de La Nación) rió a prótesis batiente cuando Torrente dijo que para el trabajo sucio era mejor contar con la mano de un compadre… como para una pajilla.
No se puede saber bien por qué Torrente funciona tan bien siendo un producto tan cercano a Midachi o Sofovich. Quizás porque hablado en gallego nos resulta más gracioso, quizás porque apela al guarro que todos llevamos dentro. Pero Torrente 4: Lethal Crisis es la demostración de que Segura puede hacer reír hasta las piedras, o lo que es lo mismo, a un grupo de críticos que esperaba los títulos para correr a ver lo último en crítica social de un director japonés.