La metástasis del CGI.
La competencia que “padece” Hollywood por nuestros días ya no sólo se limita a viejos enemigos como la televisión y el videocable, o sus actualizaciones posmodernosas como el pay per view, el streaming y las distintas modalidades de contenidos multimedia “bajo demanda” vía web. La piratería -en especial- fue la máxima responsable de que la paranoia y los manotazos de ahogado prevaleciesen en las mentes de los zombies de marketing y los contadores de los grandes estudios, quienes hoy por hoy son los que deciden cuáles proyectos tienen luz verde para avanzar. Este “estado de cosas” derivó en una reducción general del número de films a estrenarse por año y en la pronta universalización de los CGI.
Desde ya que la vuelta al recurso del 3D va en consonancia con esta suerte de tendencia onanista hacia el fetiche digital, el cual es insertado de manera compulsiva en cada uno de los mamotretos genéricos que llegan a la cartelera internacional. Cuando las tribulaciones narrativas pasan a segundo plano y la “dimensión humana” queda atrapada en semejante atolladero visual, termina primando ese escapismo berreta que gusta de solucionar los problemas reales a partir de virajes fantásticos. Sin embargo, así como reiteradamente nos quieren vender supuestos convites de live action atiborrados de CGI, en otra típica mentira del bombo industrial, en ocasiones los resultados se ubican en un territorio “intermedio”.
Si bien Tortugas Ninja (Teenage Mutant Ninja Turtles, 2014) incluye muchos vicios del diseño mainstream de personajes de los últimos años (saturación óptica, movimientos en extremo ridículos, cuerpos ornamentales, detalles innecesarios, etc.) y todas las marcas registradas de la “factoría Michael Bay”, el productor de turno (cámara lenta, falsas tomas secuencia, escenas de acción delirantes, una mezcla de sonido a puro estruendo, etc.), por lo menos trabaja con eficacia los rostros gracias al “efecto Andy Serkis”, el genio por detrás de Gollum y el reciente Caesar. Resulta hasta paradójico que las “mejores actuaciones” que ha habilitado el formato digital se hayan basado precisamente en su repliegue concienzudo.
Cuesta creerlo pero parece que por fin Hollywood está entendiendo que puede reconciliar la parafernalia rimbombante de sus megatanques con una expresividad más sutil, semblantes que relajen su amarga tesitura y hasta facciones “menos impregnadas” de ese esteticismo tan estéril. Al disminuir la intervención animada sobre la imagen real, se facilita el resurgimiento de lo efímero y lo terrenal, esas vidas que protagonizan las historias: el cine no es ni plantas en proceso de fotosíntesis, como consideran algunos directores artys, ni un videojuego para adolescentes consumistas, como desean los popes del norte imperial. Conviene dejar de ensalzar tanto al quietismo intelectualoide como a la velocidad estúpida.
Este regreso de Leonardo, Miguel Ángel, Donatello y Rafael respeta aquel humor simplón aunque entrañable del comic original: por suerte la trama retoma el sustrato paródico para con la “lógica” pasada de rosca de los superhéroes y así el combo continúa siendo lo suficientemente absurdo, con el Clan del Pie atacando New York una vez más. No obstante la presencia de Megan Fox como Abril O’Neil (bella y anodina en igual proporción) y un desenlace símil Transformers (con una coreografía demasiado forzada) dilapidan las buenas intenciones de la película. Los animatronics del opus de 1990 siguen rankeando en punta en cuanto a sensibilidad, bien lejos de la expansión cancerosa de los CGI contemporáneos…