Soltá esos juguetes
La Navidad, los cumpleaños, una costura que se abre o alguna pieza que desaparece para convertirlos en basura. Los temores de los juguetes son desoladores y todos tienen que ver con el abandono y la impotencia. Ahí aparece Pixar, que hace 15 años empezó a hacer terapia con los muñecos y dedicó tres películas a una épica sobre el oficio de animar y a los conflictos de una pandilla de juguetes con más vida propia que la que ellos mismos quisieran. Por la expectativa y el tiempo transcurrido, la continuación de la saga imponía una variación en el mecanismo de conjura de los miedos y la tercera parte de Toy Story debía ser la vencedora: la que se metiera de cabeza en las fantasías oscuras que se tejen dentro de un baúl, mientras los chicos crecen y el futuro se parece cada vez más al olvido.
Andy se va a la universidad y Woody no se resigna a dejar de ser jugado. Confía en que algo de aquella devoción mutua permanece intacta. El viaje será para que el vaquero recuerde que aferrarse a lo conocido será desaparecer, que la magia no existe fuera del juego y que la lealtad de sus amigos animables es tan valiosa como la de su amo. Hasta ahí la fábula, el resto es otra maravilla del género, prueba de que las terceras partes pueden ser mejores que las anteriores.
En Toy Story 3 hay acción, comedia de situaciones y enredos, tributos al cine de escapes carcelarios y bastante más drama del que se espera de un cuento fantástico. Woody está en la encrucijada más complicada de su vida de trapo: seguir a su dueño o rescatar a sus amigos de un destino incierto en la guardería Sunnyside, donde fueron donados por la mamá de Andy.
Pixar dibuja un universo a medida del aprendizaje con apariencia de paraíso de juegos, donde los niños nunca se acaban porque cuando crecen llegan otros nuevos.
Para garantizar que la mezcla fragüe, el humor interviene con tono dominante, con escenas como la de Buzz activado en modo Demostración y reseteado con algunas consecuencias indeseables.
También aparece Ken en una avalancha ochentosa de muñeco de torta glam, y del lado de los villanos está Bebote, un muñeco con un ojo desviado y mamadera interminable, dominado por Lotso, oso de peluche que se presenta como un padrino bondadoso pero que ha perdido la fe en el amor humano: sin dueños no hay dolor, dice, y poco después muestra la hilacha.
Si la pesadilla más temida era terminar en una bolsa de consorcio, los juguetes de Andy no sólo llegarán al camión compactador sino que poco después deberán asumir que el tiempo de la infancia siempre se acaba y que las despedidas son parte del amor eterno. Por suerte para ellos, Pixar también pensó en un relevo interesante: Bonnie, una niña muy parecida a la Boo de Monsters Inc, y que entra en escena para habilitar la salida superadora. La historia parece terminar en trilogía, pero con Woody nunca se sabe.