Nuestra gran amistad, el tiempo no borrará
Me considero a partir de ahora autor absoluto de una subjetividad plenamente ligada a una infancia vivida en paralelo a esta hermosa historia. Mis juguetes eran de Toy Story, mis aventuras también, y así sucesivamente. Podría hablarles durante muchos párrafos lo que significó esta saga de Pixar (ama absoluta de la animación, no importa quien se niegue a esta verdad irrefutable) para mí, pero ese no es el caso. Así que, ya advertidos y a sabiendas de cuál será la nota de esta peli, consigno la reseña.
Difícilmente se pueda encontrar algo malo a ésta, quizás la mejor obra de la factoría Pixar en cuanto a un todo divertido. Mientras Toy Story (1995) mostraba más seriedad y Toy Story 2 (1999) una leve inclinación al divertimento por divertimento mismo sin ningún tipo de enseñanza que avale lo sucedido, Toy Story 3 se consagra como la fusión de ambas fórmulas, dejando bien en claro que el drama es un factor clave para el desenlace de la historia, y afianzando la idea del final... triste, triste final. Pero no teman, no hacen la gran Disney, y me tomo el atrevimiento de contarles que no muere nadie: los juguetes ¡no pueden volar! ni tampoco morir, así que ¿cuál es su única finalidad? Jugar y ayudar a la diversión.
Sobre esta última premisa pende la duda existencial de Buddy, Buzz, Sr. Cara de Papa, Ham, y el resto del ahora reducido grupo de juguetes de Andy, que ahora es un adolescente próximo a ingresar a la Universidad. Por esto, el joven deberá pasar por uno de los momentos más duros en la vida de un hombre: dejar su niñez, es decir, sus juguetes, para convertirse en un adulto. Mientras tanto, mediante una serie de hechos muy hilarantes y entretenidos, los protagonistas de plástico se debaten entre ser usados o ser fieles a su dueño, en un ida y vuelta que los deja varados en una guardería, infierno y paraíso.
Sinceramente, está demás hablarles de calidad de animación, argumento fabuloso, construcción de personajes, y demás matices, porque se trata de Pixar. Y, a menos que hablemos de Los Increíbles o Cars, todos sabemos lo que implica mencionar a Pixar a la hora de referirse a un título animado. Lo que importa en esta tercera y última entrega de la historia de los juguetes que cobran vida es lo que transmite, lo que hace sentir. Y si bien a muchos en edades neutrales les será indiferente el desarrollo de la película, a nadie le puede resultar pasajero el hecho de recordar el momento en que tocó crecer.
Y esta cinta, amigos, duele como crecer.
El film lo vale todo. La calidad del relato, la madurez en la producción (esa escena apocalíptica en el basural es glo-rio-sa), la responsabilidad en el mensaje, la capacidad de llegar a un verdadero público en general, y un nuevo episodio después de tanto tiempo es lo que más se agradece de Toy Story 3. Y del final, mejor ni hablemos... pura lágrima.
Por mi parte, me queda agradecer a los juguetes por tantos años de alegría y emoción. Les parecerá cursi, pero realmente me despedí de mi infancia lejana con esta película. Desgarradora pero muy cómica a la vez. ¿Cuántos largometrajes pueden hacer eso hoy en día?