Síndrome del ojo agotado.
Por regla general al momento de analizar la torpeza y extrema mediocridad de Michael Bay muchos críticos y espectadores suelen enarbolar diatribas fatalistas que lo ubican como el “ejemplo paradigmático” del deterioro de la producción mainstream estadounidense de los últimos lustros. A decir verdad, la adjetivación colorida es la adecuada, léase la catarata de insultos hacia el señor, pero no así la interpretación con respecto a la génesis de su obra: en realidad el director está emparentado con la “versión noventosa” del cine de acción de los 80, etapa en la que la estética del video clip se coló no sólo en las secuencias vertiginosas sino en toda la estructura dramática de aquellos convites huecos con tracción a testosterona.
En sus películas la preocupación por el devenir narrativo y/ o el desarrollo de personajes es prácticamente nula, como lo era en los exploitations tardíos del período en cuestión a cargo de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Jean-Claude Van Damme o Steven Seagal, entre otros. El gran problema de Bay es que suele “rebajar” aún más una estratificación -de por sí paupérrima- de ingredientes que abraza en tanto supuestas “marcas de estilo” (sin ir más lejos, pensemos en la cámara lenta, los CGI full time, las escenas tontas interminables, la multiplicidad de planos, el humor seudo costumbrista, un elenco repleto de carilindos, esa obsesión psicosexual con las explosiones grandilocuentes, etc.).
La franquicia de los Transformers constituye un peldaño más de esa escalera construida gracias a los dólares facturados a partir de la repetición ad infinitum del mismo esquema formal, el manierismo del discurso publicitario y una futilidad temática que coquetea con el fascismo y la apatía social. Si bien esta cuarta entrega mejora levemente lo realizado por la tercera, debemos aclarar que ambas propuestas se equiparan en lo referido a la insensatez de combinar un puñado de minutos de calma con un sinfín de edificios destruidos y robots peleando de la manera más confusa posible. Así las cosas, continuamos sin distinguir quién es quién en las megabatallas y la verdad es que a esta altura ya no nos importa demasiado.
Aquí Bay no oculta su intención de ofrecer una reboot de la saga que deje en el pasado a Shia LaBeouf, abandone la perspectiva adolescente y hasta retome el catalizador del opus original de 2007, hoy con un inventor encontrando “de casualidad” a Optimus Prime y topándose con un plan maléfico que termina siendo tan ridículo y banal como siempre. La bienvenida presencia del dúo protagónico conformado por Mark Wahlberg y Stanley Tucci no llega a compensar el aburrimiento que genera la incapacidad del cineasta a la hora de administrar la tensión, condenándonos al “síndrome del ojo agotado” en función de los artilugios patéticos de un chicle masticado por un señor sin talento ni carisma “clase B”…