A la caza del alienígena
En Transformers 4: la era de la extinción, última de los robots, la ciencia ficción vuelve a estar en primer plano de manera didáctica, amena y fascinante.
La cuarta película de la saga Transformers es un nuevo prodigio visual. Un prodigio que se carga al hombro todo el espectáculo, incluida la duración de casi tres horas que tiene el filme y que en una historia de acción puede resultar un serio obstáculo para la concentración del espectador. Aquí no. Aquí todo está elevado a la graduación de esta propuesta que camina por la delgada línea de la vanguardia del cine.
Sinopsis: un inventor casi arruinado se lleva una sorpresa importante en su granero que hace funcionar como laboratorio. Allí, entre la chatarra, tiene guardado un camión desarmado. Un día toca el interruptor correcto y el vehículo vuelve a funcionar. Pero no como transporte, sino como robot extraterrestre que sale de su camuflaje. El coloso mecánico es el llamado Optimus Prime, líder de una raza amigable, cuya cabeza tiene un precio. Un cazador de recompensas alienígena ya lo localizó y avanza hacia él. El daño colateral amenaza también a la bella y joven hija del científico, y a su confianzudo yerno.
Algo positivo es que los creadores de esta saga no se limitan a repetir lo ya hecho para seguir adelante. Intentan mejorar siempre un poco más.
Las escenas de acción siguen siendo espectaculares, y lograron recuperar el eje después de que en algún capítulo anterior el vértigo mareaba un poco.
Como siempre, eso sí, están mucho más allá del juego básico de destruir cosas en grande. Hay decisiones tomadas, y a muchos niveles, detrás de todas ellas. Decisiones de mentes y de equipos muy capaces en lo suyo. Por ejemplo, cómo se llega a tal o cual momento del relato, quiénes y cuántos intervienen en la secuencia, dónde ocurre la situación, desde dónde la contempla el público, cuál es el ritmo de los hechos, que viene a continuación en la narración, y un largo etcétera.
Lo anterior se relaciona claramente con la fuerte búsqueda estética que tiene todo el largometraje, y que va de la mano con la tecnología. Los directores de fotografía son aquí unos gourmets de la imagen. Gente que después de tantas postales, todavía es capaz de encontrar la esencia de una captura del atardecer. Que puede mostrar de manera especial un establo lleno de aparatos electrónicos. Que sabe cómo ponerle el cascabel (por un rato) al imaginario colectivo, en pocas palabras.
También funciona muy bien la parte didáctica. En Parque Jurásico, por ejemplo, Spielberg explicaba a través del mosquito fosilizado la supervivencia de los dinosaurios hasta el día de hoy, con pasión, poder de síntesis y creatividad. En Transformes 4, la ciencia vuelve a estar en primer plano, la muestran por dentro y de forma amena, como en Argentina lo hacen Adrián Paenza con Matemática estás ahí, o como es el estilo de la colección de libros Ciencia que ladra. Y para los amantes de la ficción científica hay una idea bellísima que hará trabajar sus mentes: la tesis de la "materia programable". Fascinante.