UNA GAVIOTA QUE NO LEVANTA VUELO
Una película pequeña, de menos de una hora, que en sus formas es una experimentación con el registro documental, y cuya ambición parece ser la de indagar sobre el lugar que ocupan el cine, el teatro y los actores en la experiencia humana. Así podríamos tratar de definir a Treplev, dirigida por Lautaro Delgado Tymruk y Esteban Perroud, aunque la propia película, deliberadamente, se asuma como inclasificable. Lo cierto es que, pese a esa intención original de saberse una anomalía, no lo es tanto: lo que sucede frente a la cámara es un vistazo a la gira de un grupo de actores y actrices argentinos que representan en distintos pueblos de Francia la obra Los hijos se han dormido, una adaptación de Daniel Veronese de La Gaviota de Antón Chejov.
Si a ese registro de los ensayos, los hoteles y las conversaciones se lo puede correr de la etiqueta de documental, es por la tenue ficción que lo recorre: el contrapunto, a la manera de un duelo, de la cámara de Delgado Tymruk (el actor que interpreta a Treplev) y la de Perroud, quien parece estar documentando la gira de manera más convencional. Perroud está en pareja con la actriz que interpreta a Nina (la enamorada de Treplev en la obra), lo que sirve para sumarle otra capa de conflicto al cruce de miradas, aunque de manera solapada; el verdadero interés de la película parece estar en las reflexiones que realiza Delgado Tymruk. Sin una justificación tangible, más allá de la experimentación misma, esas palabras que aparecen estampadas en la pantalla (una alternativa a la voz en off, que en muchos momentos peca de innecesaria) diseccionan el quehacer teatral, hablan de los anhelos de los artistas, pero también buscan construir un relato en primera persona que funde al actor con su personaje, y que se cuestiona su propia naturaleza híbrida.
El problema es que, en esa intención por separarse del mero acto observacional y dar forma a un objeto raro y singular, la narración se ahoga, y el relato impreso se impone sobre las imágenes. Una lucha accidental entre cine y literatura que no beneficia a ninguno de los dos. Cuando la película relaja su dispositivo y su pretensión, aparecen los mejores momentos: los entresijos humanos y laborales del teatro, con un grupo que convive, ensaya y finalmente actúa en un país extranjero. Pero esos momentos son escasos, y quedan escondidos en una película que pretende ser varias cosas a la vez, y lo logra, aunque eso no termine por ser una virtud.