La vida del cine (y la vida en el cine) La segunda película de Rosendo Ruíz, director de De Caravana (2010), ofrece una mirada sobre el cine a través de uno de sus canales de difusión: los festivales. ¿Quién iba a imaginar que tras su vibrante ópera prima, una cuidada producción con aire “popular”, el cordobés Rosendo Ruíz se iba a despachar con un film como Tres D (2014), tan próximo al público más cinéfilo que la apreciará en este nuevo BAFICI? A primera vista, el opus número dos pareciera adoptar una senda estética totalmente diferente. Pero en una lectura un tanto más detenida, ya había en el film anterior una pasión cinéfila, no tan autoconsciente, pero sí evidente; la pasión por el género, tamaña factoría de producción cinematográfica con la que De Caravana lograba enganchar a un público más “amplio”. Las dos obras quedan unidas por la reflexión sobre el cine. Los resultados son igualmente nobles. Tres D muestra tres jornadas del ascendente Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín a través de la mirada de Matías y Mica, jóvenes técnicos con ganas de hacer carrera en el mundo del cine. El primero ha sido contratado para filmar el making off del evento; recorrerá salas, entrevistará a realizadores y críticos, y luego entregará el resultado de ese recorrido. Mica, su amiga, lo ayuda en este trabajo que, al mismo tiempo, los pone en contacto con agentes del medio. Matías está buscando la forma de concretar su proyecto cinematográfico y los contactos, se sabe, son bienvenidos. ¿Es Tres D una película “para cinéfilos”? Indudablemente, los múltiples y lúcidos testimonios de los realizadores, críticos y programadores, (podemos mencionar a Nicolás Prividera, Gustavo Fontán, Jorge García) serán mejor apreciados por el público interesado en el debate por las estéticas emergentes, el modo de concebir al cine, el vínculo que establece el cine actual con el del pasado, etc. Pero Ruiz hace que esos testimonios se hagan funcionales a las secuencias dialogadas, sin precipitar acciones ingeniosas o vueltas de tuerca forzadas. Al dúo protagónico se le suma una chica que está en problemas con su novio y el mismísimo José Celestino Campusano, director de Vil Romance (2008) y Fantasmas de la ruta (2013), quien aparece más allá del apartado documental para hablar de su cine y formar parte de los dos momentos más cómicos de la película. Tres D propone, entonces, un arco dramático pequeño y lúdico. Se concentra en lo mínimo y arranca momentos en donde conviven las nuevas generaciones del medio (que va más allá de los críticos; pocas veces el cine nacional centró tanto su mirada sobre los técnicos), la ternura, y una, acaso, interrumpida historia de amor. Como en el cine de Eric Rohmer, la red de vínculos se enriquece desde lo que en apariencias es intrascendente; los diálogos pasatistas, la largas caminatas, las esperas. Tres D se pregunta qué es el cine, y a tono con sus propios y cercanos personajes, lo hace mientras se construye la vida misma.
Sólo para cinéfilos Tan anómalo o fuera de lo común resulta la realización de un festival de cine independiente en Cosquín como la existencia de un fenómeno inexplicable que altere la percepción de los colores si es que no se utilizan anteojos para seguir viendo la misma realidad. Tres D, segundo opus de Rosendo Ruiz (De caravana, 2010), lleva al extremo la fórmula de cine dentro del cine y encuentra en la excusa de la ficción, pero también del documental, los caminos aptos para reflexionar sobre qué significa el cine y para qué hacer películas. Para ello, los discursos de directores reconocidos como Gustavo Fontán o José Celestino Campusano, acompañados de un enfoque más acrítico desde ciertas miradas de la crítica especializada, se yuxtaponen y entrelazan con el biorritmo de un festival desde adentro y hacia afuera. Pero si a ese complejo trabajo de mezcla de texturas se le suma la ficción en su estado de mínima expresión, el combo deja una película extraña e inclasificable como Tres D, un aire renovado en materia estética y completamente distinto al estilo de la ópera prima de Rosendo Ruíz que coqueteaba con el cine de género aunque desde un plano subyacente recreaba sus preguntas e interrogantes sobre la teoría cinematográfica. Es cierto –y justo de advertir para el espectador no avezado- que varios de los códigos o guiños del film solamente lo podrán apreciar aquellos que abracen la cinefilia local con los ojos abiertos y demuestren cierto interés por debates estéticos que plantean diferentes posturas entre críticos, aspecto que en la coyuntura hoy por hoy cobra un significado particular a raíz de varios cruces entre colegas, en lo que va de los últimos meses, que ponen el ojo directamente en la crítica y aquellos críticos devenidos realizadores. Para un público masivo, la atención de estos menesteres es por lo pronto dudosa y en ese sentido una gran parte de Tres D dejará afuera a una audiencia no familiarizada con el derrotero de festivales y menudencias de carácter doméstico. Sin embargo, aquellos que busquen una historia con personajes y situaciones también la encontrarán en esta propuesta, que maneja con rigor y precisión su puesta en escena y consigue por momentos construir una atmósfera de intimidad propia así como dejar reflejado a través del punto de vista de los protagonistas, Matías y Mica, la pasión y el amor por el cine.
No lo vimos venir, pero los signos estaban allí para el que fuera capaz de leerlos: De caravana, la opera prima de Rosendo Ruiz, cargaba con unas dosis de cine tan excesivas que iban a terminar obligando al director a replantearse por completo su segunda película. Tres D no se parece en nada a la anterior: el cine de Ruiz, a fuerza de tanto género, cultura popular y relato fuerte, pareciera haber hecho implosión y redirigido la mirada hacia sí mismo. O mejor, hacia el universo que dio a conocer al director y su primera película: los festivales de cine. Tres D transcurre durante la edición 2013 del FICIC, el festival de cine de Cosquín, y los protagonistas son un joven que trabaja para la organización haciendo entrevistas y una amiga que resulta ser una improvisada ayudante tanto como una compañera de aventuras. La cinefilia se mezcla con la mitología festivalera, y algunos de sus representantes más reconocibles como Gustavo Fontán, Nicolás Prividera y José Campusano responden preguntas y aparecen como maestros de ese raro oficio que es la creación de cine independiente. La película no teme cruzar la ficción con recursos del documental más tradicional, y en más de una ocasión se sirve de un desencuentro amoroso o de un gag para reencauzar la narración, como lo haría la más industrial de las comedias. Ruiz incluso consigue el prodigio de transformar a Campusano en humorista, y encima en uno bueno, como lo demuestra en el momento del casting, cuando el director entra en el plano desde un costado y revela que los gritos, puteadas y amenazas de muerte de Mica eran en realidad parte de un guión suyo. Si De caravana se presentaba como una película libre, esta lo es todavía más: a la par del guiño y la cita, Tres D suma una tensión romántica, un conflicto narrativo y hasta se permite espacios para reflexionar abiertamente sobre el cine, pero se trata de una reflexión viva, en caliente, hecha sobre la marcha y lejos de cualquier clase de especulación concienzuda: la película piensa con alegría y desparpajo, como si estuviese tratando de fundar algo así como una filosofía del pasarla bien. Evidentemente la lucidez y la gracia pueden tomar diferentes formas, y la filmografía de Rosendo Ruiz llega a ellas por un camino distinto cada vez.
Este trabajo describe una bonita y anecdótica historia de cruces, encuentros y desencuentros en el transcurso de un fin de semana en el que se celebra el Festival de Cine Independiente de Cosquín. Pero lo realmente importante de Tres D es que con la excusa de realizar entrevistas y cubrir las actividades del festival los protagonistas de la ficción registran miradas sobre el cine contemporáneo de algunos de los tipos más lúcidos que hay en nuestro medio, como Gustavo Fontán, Nicolás Prividera y José Celestino Campusano. Del pequeño cuento que acompaña a estas intervenciones vale destacar las actuaciones, y especialmente la naturalidad de Micaela Ritacco.
Amor por el cine En esta nueva película de Rosendo Ruiz, Tres D, la localidad cordobesa de Cosquín y su festival de cine son el telón de fondo para la historia de Mato, un joven realizador a quien contratan para filmar y entrevistar a los directores que asisten al encuentro cinematográfico, pequeña excusa que da pie para iniciar un relato que rápidamente se convierte en una profunda reflexión sobre el cine como disciplina y oficio. Lo que más impresiona sobre Tres D es la aparente sencillez y frescura con la que se construye un discurso que expresa una increíble preocupación por cómo pensamos y hacemos el cine en la actualidad. Las entrevistas son el puntapié para dar lugar a aquellos directores y críticos que producen al margen, protagonistas de un circuito off poco conocido y mostrado fuera del mundo de los festivales, entre los que se encuentran José Celestino Campusano, Germán Scelso y Nicolás Prividera. Junto con esta disertación -que pone a circular el film por el camino del documental- se desarrolla la historia de Mato, la cual no se pierde sino que crece, y Cosquín termina por convertirse en fondo y figura de una misma cosa: el lugar del amor, el amor por el cine.
La tercera dimensión Si la ficción y el documental son dos maneras de entender (y registrar) el mundo, entonces la fusión entre ambas sólo puede dar lugar a una tercera realidad, una tercera dimensión. Y es en ese terreno tan sensible como inteligente donde justamente se desplazan los tres actores-protagonistas de Tres D, Matías Ludueña, Micaela Ritacco y Lorena Cavicchia, personajes jóvenes que a su modo gestan un triángulo mientras pasan sus días en el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín. Un triángulo más amistoso (o afectivo) que genuinamente amoroso, en tanto su historia es abordada de forma abierta, incompleta, pasajera: Matías llega al festival para filmar una serie de entrevistas con directores, y en el hotel conoce por error a la vecina de su cuarto, Lorena, con la que inicia un tibio pero prometedor flirteo. Después Matías se encontrará (también por azar) con Micaela, una amiga de afinidad cinéfila que asiste al festival atraída por la obra de José Campusano. Los personajes de ficción (una ficción a decir verdad simulada, o documentada) le sirven a Rosendo Ruiz para poner en marcha un documental dentro de la película, con testimonios ante la cámara de realizadores y críticos como el mismo Campusano, que funciona además como un diagnóstico del cine actual, con sus problemáticas centro-periferia, Hollywood versus independencia, nuevo cine argentino, cine de festival, etc., pero también como color, como documental detrás del documental: Ruiz sondea el detrás de escena y así se lo ve al crítico Jorge García adentrarse en un pasillo de hotel, a Nicolás Prividera comiendo silencioso al fondo de un comedor, incluyendo a la vez la presencia de una productora apócrifa (Cecilia Luzana, encarnada por Maura Sajeva), personaje realmente ficticio del filme, que vaga por Cosquín como una Isabelle Huppert solitaria. Todo ese laberinto de cajas chinescas hace de Tres D un filme modestamente complejo, bastante más ensimismado que De caravana (aquí lo popular está asordinado, en esos rateros de carnicería, en el acto patriótico en una plaza) pero igualmente arrojado hacia afuera, en este caso a las marquesinas, los jóvenes seducidos por el cine, las calles de Cosquín. Pícaro y picaresco gesto de Ruiz que permite reírse de y con el cine, y hasta coquetear con la ciencia-ficción en los anteojos símil 3D que los turistas cinéfilos usan para refugiarse de los vientos solares: accesorio y pasaje directo a la tercera dimensión, ahí donde el cine se reinventa en el deseo -siempre impredecible- de la juventud.
DIMENSIONANDO LA CINEFILIA Tres D es una película ensayística que multiplica sus líneas conceptuales hasta disolverlas en una efervescencia optimista, poco cerebral y descomprometida. La clausura del relato se asemeja a una partida de ajedrez abandonada por cansancio o dispersión, donde cada problema relativo a la representación cede ante una excitación juvenil que le resta importancia.
"Tres D", de Rosendo Ruiz Se trata de una película en la que los vencedores son los actores, pero no por ellos mismos sino por la convicción del proyecto a nivel general. Cruce entre documental y ficción que se instala en el festival de cine de Cosquín como marco, “Tres D” propone un cine con juego, que se interesa genuinamente por todo lo que ve. En ese sentido, aunque se perciba la influencia de un guión sobrevolándolo todo (nada muy distinto a lo que plantea Gustavo Fontán en pantalla cuando lo entrevistan; si se presta atención, se puede ver cómo el film dialoga en acuerdo y de a ratos desacuerdo con todos sus testimonios), estamos ante una película que apuesta al descubrimiento en cada plano. Ficción documental al fin, pero con los ojos bien abiertos en ambos registros. Es así que vemos escenas que parecen haberse alargado y momentos documentales que podrían haber quedado afuera pero entraron en el corte final. Estas son mis percepciones personales, pero no cabe duda que “Tres D” es siempre más una obra en proceso que algo acabado; y teniendo en cuenta esto, me animo a proponer dos ideas que no sé cuánto se posarán en las visiones de los críticos (porque sí, el film dialoga fluida y fuertemente con la crítica, como pocas veces se vio en el país. Es algo que al BAFICI le cae perfecto y hace que la obra cordobesa esté, en el festival, como en casa) o si congenian con Rosendo Ruiz. Más que ‘fresca’ u ‘original’ (adjetivos que seguramente se verán mucho al leer sobre “Tres D” –el primero lo usó el director del festival al presentar el estreno-) me resulta una película ‘querendona’, ‘afectiva’; que habla sobre la verdad y otros conceptos y aunque pierde algo de eso en su camino, lo hace a cambio de un profundo amor por su universo y criaturas que trasciende muchos reparos. Quizá Ruiz sea consciente de esto. No sé si estará de acuerdo, sin embargo, con que su film no sea después de todo una historia de amor en el sentido en que aparenta serlo. Lo dice la sinopsis y lo dejan entrever algunos diálogos, pero no es central y no es, en ninguna forma en que pueda pensarse –incluso tomando en cuenta los géneros y sus códigos-, un romance. Y no porque sea uno atípico, sino porque no lo es, o a mí no se me hubiese ocurrido por lo que veo en pantalla. A lo sumo es la posibilidad de que entre dos amigos pase algo una vez. Las dos cosas no son lo mismo.
De amor y por amor (al cine) Referente fundamental del Nuevo Cine Cordobés tras el éxito conseguido con De caravana, película que en 2010 se mantuvo 17 semanas en cartel y superó los 30.000 espectadores, Rosendo Ruiz llega a la cartelera comercial de Buenos Aires -luego del reciente estreno en su provincia y de un amplio recorrido por festivales como Rotterdam y BAFICI- con su segundo y también valioso largometraje. En Tres D Ruiz redobla la apuesta por construir un entramado ficcional en el marco de un evento real. Si en De caravana proponía una historia entre cómica y policial a partir de la figura y un show de la Mona Jiménez, aquí es una historia romántica con un festival de cine como trasfondo. Los protagonistas, Matías (Matías Ludueña) y Mica (Micaela Ritacco), se conocen en el marco del Festival Internacional de Cine de Cosquín (FICIC) y, mientras entrevistan a directores y críticos como José Celestino Campusano, Gustavo Fontán, Nicolás Prividera o Jorge García, inician un tímida pero tierna historia de amor. No es fácil hacer convivir con armonía elementos más propios del documental con situaciones armadas y, en ese sentido, la película funciona razonablemente bien, con bastante gracia y fluidez, tanto cuando se propone como un ensayo cinéfilo como cuando apuesta a indagar en las pequeñas desventuras cotidianas de sus personajes y en la dinámica de una comunidad festivalera. En definitiva, un buen segundo paso en este tan particular camino que viene trazando Ruiz.
El cine dentro de un festival de cine El esperado opus dos del director de De caravana transcurre durante el encuentro internacional de Cosquín de 2013 y cruza la ficción con las reflexiones bien reales de realizadores como José Campusano, Gustavo Fontán y Nicolás Prividera. Uno de los tres arietes con el que el llamado Nuevo Cine Cordobés derribó las puertas de la exhibición porteña se llamó De caravana (los otros fueron Hipólito y El invierno de los raros). Exitosísima en la capital de la provincia mediterránea, donde cortó más de 30.000 tickets durante 17 semanas en cartel, y estrenada en Buenos Aires a fines de 2011, aquella comedia romántico/policial de Rosendo Ruiz seguía a un fotógrafo de clase media alta al que una serie de enredos lo llevaban a involucrarse con un grupo de malandras. Pero detrás del tono fabulesco de aquella historia estaban los prejuicios sociales, los bailes y todo el entramado cultural local. De caravana, entonces, habitaba un espacio concreto, se apropiaba de él y sus particularidades para amalgamarlas a la trama. Sobre esa misma idea de construir una ficción en un contexto real parte Tres D, el esperadísimo opus dos del sanjuanino radicado en Córdoba que, después de su paso por el Festival de Rotterdam y el último Bafici, desembarca de este lado de la General Paz. Escrita por el propio Ruiz y filmada casi íntegramente mediante planos secuencia que jamás harían suponer que el rodaje duró un puñado de días, Tres D se enmarca dentro de un festival de cine. Festival que no se trata de una creación de guión, sino del anteúltimo Festival Internacional de Cosquín, celebrado en mayo del año pasado y al que asistieron, entre otros cineastas, José Campusano, Gustavo Fontán y Nicolás Prividera. Ellos son algunos de quienes exponen sus visiones del cine ante la cámara. Basta haber visto sus películas –o leído sus textos, en el caso del también crítico Prividera– para dilucidar que hay poco y nada ficticio detrás de sus dichos: el creador de Vikingo defiende la pureza de sus trabajos y ataca el uso y abuso del cine como herramienta de control perpetrado por Estados Unidos, el autor de La casa teoriza sobre la separación entre documental y ficción, mientras que el realizador de Tierra de los padres le pega al “modelo internacional del relato” impuesto por el canon festivalero. El encargado de filmar estas entrevistas es Matías (Matías Ludueña), asistido por Mica (Micaela Ritacco). Que al momento del rodaje ambos intérpretes formaran parte del staff del cineclub regenteado por el propio Ruiz (él como programador, ella como camarera) marca otro arrime de Tres D al terreno documental. La irrupción de una love story pequeña es el quiebre con el que irrumpe la ficción. La sutileza y el naturalismo con el que se construye y fortalece el vínculo entre la pareja, la errancia de Mica (nunca se sabe muy bien por qué llegó a Cosquín ni qué hace por fuera del período festivalero), la sensación de cambio inminente y la timidez emocional de ambos le dan al film un tono cálido e intimista digno del cine de Ezequiel Acuña, alejado del ritmo frenético de De caravana. El film campeará entre ambas vertientes e incluso las hará confluir en varios encuentros entre los cineastas y los protagonistas. Y es justamente en ese (intento de) confluencia donde radica el principal problema de Tres D, ya la interacción física de los personajes es el único punto de contacto. La sensación, entonces, es que son dos películas “separadas”, y la faceta “teórica” es un apéndice de la puesta en funcionamiento de los mecanismos ficcionales. Así, ambas patas avanzan por carriles distintos sin retroalimentarse conceptualmente ni mucho menos problematizarse mutuamente.
Una suerte de análisis del estado de situación del cine argentino metido dentro de una película a lo Hong Sangsoo, este segundo filme del director de DE CARAVANA –película fundamental del así llamado Nuevo Cine Cordobés– narra lo que sucede a lo largo de unos días en el Festival de Cine de Cosquín. Por un lado se cuenta el trabajo de un joven que está filmando un documental sobre el festival entrevistando a cineastas presentes allí como José Campusano, Gustavo Fontán y Nicolás Prividera junto a algunos críticos y programadores como Jorge García, Alejandro Cozza y otros. Ellos van desgranando sus particulares puntos de vista sobre el cine nacional, el cine cordobés, el mundo de los festivales, etc. Y paralelamente se desarrolla una serie de cruces “románticos” entre el protagonista, una amiga, una vecina de cuarto de hotel, su novio, una productora y así. tres dEsos cruces de deseos e intereses correspondidos (o no) conforman una versión nac&pop del tipo de historias que –muchas veces también en el marco de festivales de cine– cuenta Hong. Las dos “patas” de la historia se combinan bastante bien, generando por un lado “una película de amor” y, a la vez, una que se discute a sí misma, que se pone en contexto dentro de un cine como el cordobés que se caracteriza por un fuerte análisis de sus propios procedimientos, y que aprovecha el marco de un festival (como lo hizo el rosarino Gustavo Postiglione en su momento con IPANEMA, filmada en el marco de un BAFICI) para discutirlo y, si se quiere, jugar con sus propias, incipientes, pero ya instaladas mitologías.
El romance de hacer películas En su segunda película, Rosendo Ruiz cambia notoriamente de rumbo: del universo furiosamente popular del cuarteto cordobés, donde la estrella es desde hace años La Mona Jiménez -la zona que exploró en la exitosa De caravana-, a uno mucho más restringido, el del cine independiente argentino. El protagonista del nuevo film de Ruiz es un joven estudiante de cine que llega al Festival de Cosquín para filmar el making of del evento. Ese punto de partida sirve como excusa para que Ruiz incluya una serie de entrevistas con algunos directores y críticos que participan del festival que se va cruzando con la pequeña historia que vertebra el relato, la de la relación entre el aspirante a cineasta y una colaboradora ocasional locuaz y atrevida que se transforma rápidamente en cómplice. A lo largo de la historia se suceden testimonios de directores relevantes del cine alternativo nacional -José Campusano, Nicolás Prividera, Gustavo Fontán- que exponen con convicción sus ideas sobre estéticas y modos de producción. Lo mejor de la película es que Ruiz logra integrar esas opiniones y algunas otras que aparecen diseminadas a lo largo del film (la del experimentado crítico y pope de la cinefilia porteña Jorge García, por ejemplo) con el desarrollo de una ficción ligera, fresca y entretenida, una especie de comedia de flirteos y leves enredos amorosos con final feliz que avanza con fluidez, siempre puntuada por el registro documental de las reflexiones sobre los avatares del cine independiente que el director eligió introducir expresamente. La solemnidad que asoma en algunos fragmentos de esos discursos sobre el cine tiene su necesaria contracara en el humor blanco que Ruiz hace aflorar en más de una situación. Su mirada sobre la curiosa familia del cine independiente revela cariño y sentido de pertenencia, un tono apropiado para desmarcarse de la pura enumeración de tesis y al mismo tiempo generar un marco amable para que se filtren con eficacia en cada espacio que la ficción les cede.
Una mirada fresca sobre el festival de cine de Cosquín con cinéfilos entablando relación y verdaderos directores. Cine dentro del cine.
Ficciones de lo real Tras las repercusiones de su film De caravana, que atrajo la atención de la crítica hacia el llamado nuevo cine cordobés, Rosendo Ruiz estrena su segundo trabajo, que mezcla ficción con documental y algún condimento fantástico. Ambientada en el Festival de Cine de Cosquín de 2013, la película sigue a Matías, un asistente de producción cinéfilo y aspirante a realizador, que disfruta su tarea de entrevistar a popes del cine independiente argentino. Al llegar a su hotel, Matías conoce accidentalmente a Lorena, una bailarina de folklore de la ciudad de Córdoba interesada en el nuevo cine. Aunque el cruce de ficción a documental es forzado e inconsecuente, Ruiz maneja bien el plano de seducción; muestra naturalmente la atracción entre los personajes, que se modifica con la aparición de un tercero en discordia. Los tres asisten a las funciones, charlan con José Campusano y usan anteojos 3D para protegerse de una mayor profusión de rayos ultravioletas que, según los expertos, podrían generar alucinaciones. Con el personaje como excusa, en la película hay entrevistas a Campusano, Nicolás Prividera y Gustavo Fontán, entre otros, además de mención a películas cordobesas como la recomendable Atlántida, recientemente estrenada.
Soy fan declarado de Rosendo Ruiz desde la fantástica "De Caravana". Allá por 2010, uno de los directores emblema del Nuevo Cine Cordobés, nos regaló una película redonda, colorida, local e intensa sobre la movida cuartetera en su provincia, partiendo sobre la crónica de un posible secuestro de la Mona Jiménez. En aquella oportunidad, se entrecruzaba la historia de un grupo de jóvenes de los suburbios con ganas de hacerse de dinero, con la de un chico de barrio acomodado que descubría el transfondo de la movida nocturna local en forma vertigionosa. Si no la vieron, busquenla en el cable porque es excelente. Llega su segundo opus, "Tres D" y esta vez, la mirada, Ruiz la posa sobre el cine independiente. Si bien es cierto que la historia parace ser un mix entre una propuesta documental integrada con una dosis generosa de romance, enmarcada en los tres días en que transcurre el Festival de Cine Indepediente de Cosquín, hay aquí una intención de hacer partícipe al espectador de la manera en que cierta gente se mueve y transita ese particular medio. Los festivales son un pequeño micromundo que poco representan a la gran escena nacional. Son un escenario interesante para conocer a los artistas y a quienes innovan desde su pensamiento, la filmografía nacional. Vuelvo a decir que no estoy seguro de que "Tres D" sea fácilmente clasificable (¡eso importa en definitiva si es disfrutable?). Tampoco creo que pase inadvertida aquí que la trama sea menos sustanciosa que el fondo (prestar atención a eso), porque en lo personal eso me trajo mucho más que la historia entre Matías y Micaela, que pareciera ser el corazón de la cinta. Digamos que hay que valorar esta propuesta como un experimento interesante, dado que desfilan muchas figuras del cine argentino no industrial haciendo de sí mismos y aportando su visión sobre la escena local. La historia transcurre en el FCIC del año 2012. Hay un joven cineasta (Matías Ludueña) que llega a la ciudad, contratado por la organización para seguir el pulso del evento. Debe entrevistar directores, productores y de paso, hacer sociales. Lo acompaña, accidentalmente, Micaela (Ritacco), también ya con un largo en su haber y ganas de pasarla bien en el festival. Matías se alojará en un hotel y desde allí comenzará a visitar distintos espacios en la ciudad, para charlar con directores muy importantes de la movida independiente (lo de Campusano es sencillamente fantástico cuando él explica su cine y se prestar a jugar con los chicos) y resolver algunas cuestiones que le interesan, conseguir producción para un proyecto propio y tal vez, acercarse a la linda Lorena (Caviccia), quien se aloja en el mismo piso que el, pero que vino a Cosquín, por otras razones. Ruiz quiere mostrar, cómo funciona es el backstage de un festival, los elementos que se juegan en la industria más allá de lo visible y transmitir, en un envase divertido y simpático, la opinión seria de un interesante grupo de críticos y hombres del medio. Hay discusiones, mesas de café, reflexiones sobre el valor de este tipo de eventos... Para los que transitamos esta actividad, "Tres D" es una película clara y potente, que trae grandes líneas en sus entrevistados y que decantan inmediatamente en la audiencia sensible. Y les digo, escuchar a Nicolás Prividera, Gustavo Fontán y al gran José Campusano en ese tipo de conversaciones, no tiene desperdicio. Ojalá este trabajo de Ruiz, (de quien les digo, es director de mejor proyección del cine del interior actualmente) no quede solo en la ánecdota festivalera, sino de pie a otros similares. No hay dudas de que "Tres D" es la consolidación de una incipiente y prometedora carrera que pinta muy bien. Esperamos un proyecto comercial y masivo, (una rom com de tinte bien cordobés, regada con mucho fernet como "De Caravana"?) para que todos conozcan a este director, la industria espera mucho de él.
La poética de un filme como “Tres D” (Argentina, 2014) reside, principalmente, en su habilidad, o mejor dicho, la de su director, Rosendo Ruiz, en construir un discurso que trasciende cualquier puesta formal y que además incorpora un análisis sobre el propio medio en el que se emite su historia, el cine. Ruiz, más allá de contar las idas entre Matías (Matías Ludueña) y Micaela (Micaela Rittaco) en medio del FCIC, sus trabajos y su pasión por las películas, habla de una recuperación nostálgica y principalmente cinéfila sobre un soporte que día a día desvirtúa cada vez más su esencia. Matías (Ludueña) es convocado a realizar una serie de entrevistas a realizadores y críticos como José Celestino Campusano, Nicolás Prividera y Gustavo Fontán, en el medio del Festival. La excusa es ideal para que además el joven pueda hablar como Ruiz y así sentenciar algunas máximas acerca de la actividad y el propio cine que en el último tiempo se han ido reafirmando entre un grupo selecto de la crítica especializada. En el punto más controversial hay una serie de personalidades que indican que cuando la crítica olvida la forma y sólo se detiene en el contenido, esta es vacua y líquida y nada suma al aporte constructivo de su función. También hay otra sentencia, que cada vez toma más notoriedad, y es la que indica que sólo están habilitados para criticar aquellas personas que dirigen, ya que son los más “habilitados” para hablar sobre filmes. Ruiz explora estas ideas, dejando a los protagonistas el debate, y en el medio incorpora elementos narrativos específicos para dinamizar el relato, que de una manera u otra se erige como una construcción discursiva bien específica sobre la actividad y la industria. Los paisajes del Valle de Punilla, con Cosquín como epicentro de un fenómeno solar al que sólo se puede escapar con la utilización de anteojos, y los de películas tres D funcionan muy bien, son solo la excusa para poder mediatizar imágenes festivaleras recurrentes y en las que no importa el nivel actoral casi nulo de sus protagonistas, sino que importa la recuperación de una narrativa clásica en un espacio nuevo. Si “Tres D” es leída como una película que aporta conocimiento, es sólo el resultado específico de una necesaria utilización de la entrevista, no importa dónde sea, para exponer ideas sobre el medio, y que sólo de otra manera quedarían reducidos como afirmaciones estancas dentro de un corpus concreto. Pero “Tres D” es más que esto, porque a su vez, en la lógica emocional y en aquellos desplantes de Matías a Micaela, o en la suma de una pareja en conflicto, sigue revelando que el espacio otorgado a los protagonistas crece en cada plano que se registra. “Tres D” es un aire nuevo a aquellos formatos documentales y altera la realidad de los personajes aprovechando el buen lugar que el FCIC le brinda. Rosendo Ruiz se afirma como un realizador que en el detalle y en los planos puede armar un discurso potente sin caer en tecnicismos y sin aburrir.
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El cine cordobés aporta una nueva muestra de la capacidad de sus realizadores, en este caso con Tres D, dirigida por Rosendo Ruiz (San Juan, 1967. Vive y trabaja en Córdoba), quien ya tiene su nombre en el panorama reciente con la premiada De caravana. Tres D puede pensarse como el diario de la filmación del Festival de Cine de Cosquín (FICIC) en su edición 2013, un interesante caso de cine dentro del cine con algunos pasos de comedia y un toque de vida de ciudad del interior de Argentina y no pocos guiños a los saberes, decires, oficios y lugares del campo cinematográfico. El film se vuelve muy acertado al trabajar en dos líneas: por un lado, narrar en tono de comedia una historia de jóvenes amantes del cine en sus búsquedas, primeras experiencias y ganas de trabajar en lo que les gusta. Por otro, un interesante espacio de reflexión sobre el panorama del cine a través de comentarios de directores, críticos, jurados, productores, operadores y hacedores de archivos y registros. Así desfilan, entre otros, perfiles contrapuestos como los de José Celestino Campusano y Gustavo Fontán, el primero testimoniando sobre la potencia vincular del hacer cine desde una postura de riesgos sociales y protagonismos comunitarios y el segundo hablando del cruce documento/ficción, en dos líneas bien claras y conocidas, que dialogan en Tres D como un sólido contrapunto que habla en el fondo de lo mismo: la vigencia de apostar a un cine de autor, a un cine de convencimientos y pasiones, pero también de intersticios, de opacidades y poéticas personales. La presencia regional y comunal sostiene toda la película, que toma su nombre de un suceso atmosférico que vive la ciudad, y que, a partir del significante de los lentes de sol y de los lentes 3D también pone en relieve la cuestión de hacer foco, ver con nitidez y, sobre todo sentir en profundidad un cine que trae marcas propias, rastros de otros modos de ser y de otras geografías. Tres D es una película que se postula como pequeña y fugaz, casi el backstage del clima festivalero no exento de clave paródica, que aporta líneas frescas para seguir pensando esta incesante producción federal. Otras películas de cine cordobés en el BAFICI 2014: Atlántida, de Inés María Barrionuevo, Ciencias Naturales, de Matías Lucchesi, El tercero de Rodrigo Guerrero, La laguna de Gastón Bottaro, Escuela de Sordos de Ada Frontini y El último verano de Leandro Naranjo.