Las historias de Walt Disney siempre tienen una segunda vuelta. Y “Tron, el legado” es un claro ejemplo de que aquella película de culto de 1982 no sólo puede reciclarse en 2010 sino también jerarquizar la primera y dejar una puerta abierta para una tercera parte.
El pasado, el presente y el futuro juegan sus cartas en esta película de Joseph Kosinski, que despunta con un Kevin Flynn muy joven (Jeff Bridges, por gentileza de la tecnología digital) en pleno diálogo con Sam, su hijo adolescente. Esa charla será inolvidable para el joven.
Es que su padre, conocido como un genio creador de video juegos, se fue en moto de su casa y no volvió nunca más. La película salta al presente, con Sam ya con 27 años, heredero de un imperio de videojuegos a escala mundial, pero que se mantiene fuera de la empresa. Es que todavía sigue preguntándose por qué desapareció su padre y reniega de todo.
Pero Sam recibe una buena señal y llega a descubrir la verdad. Su padre cayó preso de su propia creación y fue capturado por un mundo virtual. Sam viajará a ese universo futurista y lidiará con un villano inesperado para reencontrarse con su padre. Así será la primera vez que la pantalla devolverá la imagen más conocida del actor Jeff Bridges.
La trama central será la lucha encarnizada de Sam por rescatar a su padre y reinsertarlo en la era actual. Pero nada será fácil. El mundo virtual tiene otras reglas y Sam descubrirá que aquellos juegos que lo fascinaban cuando era niño son muy crueles cuando son parte de la vida cotidiana.
El filme pretende de alguna manera hacer una crítica a los grandes errores de la supuesta perfección cibernética e incluso se atreve a tener una mirada sobre la escena social. En el diálogo del hijo y el padre en el futuro, Kevin quiere ponerse al día por lo que se perdió en los últimos 27 años. Y tras lamentarse por la muerte de sus padres revela un escenario más que real: “Me imagino que los ricos siguen siendo ricos y los pobres siguen siendo pobres”.
En lo que respecta a los efectos visuales, “Tron, el legado” es una perlita para los amantes de las películas de ciencia ficción, y mucho más con la posibilidad de verla en el sistema 3D.
Sin ser una película con un guión brillante, mantiene una coherencia a lo largo de todo el relato, no pierde dinámica en las más de dos horas del filme y logra picos de emoción hasta el desenlace.
Queda para la reflexión si el mundo virtual lleno de villanos y hombres programados no es una metáfora del mundo real.