Criminalizando la ideología.
¡Qué paradójico que en una época en la que estamos en las antípodas de la contracultura y casi todos parecen felices celebrando a pura carcajada la mediocridad y el conformismo que reinan en el campo de los guiones cinematográficos, Hollywood haya decidido construir una oda tan certera como la presente a uno de sus pocos y verdaderos “santos patronos”, el legendario Dalton Trumbo! Lejos del elitismo de cartón pintado de los hipsters incultos y del populismo cambalachero y acrítico que prima entre el público y la prensa, ese que festeja cuanto producto pomposo llega a la cartelera, los espectadores de izquierda siempre recordaremos al señor por el que quizás sea el mejor guión de la historia del cine, el de Espartaco (Spartacus, 1960), y por una de las propuestas antibélicas más viscerales de la década del 70, Johnny Got His Gun (1971), su ópera prima y única película como director.
En Regreso con Gloria (Trumbo, 2015) se denuncian de manera explícita el fascismo, la intolerancia, el antisemitismo, la estupidez y el delirio de gran parte de la sociedad norteamericana de los 40 y 50, cuando estaba en auge la caza de brujas a través del Comité de Actividades Antiestadounidenses, un cónclave de fundamentalistas que se dedicaba al linchamiento sumarial de todo afiliado al Partido Comunista y que funcionaba al margen de la otra cruzada del terror, la encabezada por Joseph McCarthy -desde la demagogia y el amedrentamiento- contra los ciudadanos de pie u oponentes políticos. El film va más allá porque además de analizar la censura a la que fue sometido Trumbo por su militancia en tiempos de Guerra Fría, también señala el rol acusatorio de figuras intra industria como los execrables John Wayne y Hedda Hopper, una actriz reconvertida en chimentera enajenada.
Aquí Wayne en especial es objeto de un ataque similar en términos ideológicos al encarado por Michael Moore contra Charlton Heston en Bowling for Columbine (2002), en esencia porque ambos representan ese costado hipócrita, conservador, demente y chauvinista del ser norteamericano (con la única diferencia de que Heston sí sabía actuar, basta chequear los trabajos de Wayne con su socio John Ford, otro republicano confeso que hasta llegó a ser galardonado por Richard Nixon). El encargado de dar nueva vida a Trumbo es nada menos que Bryan Cranston, un intérprete que sabe aprovechar cada uno de los manierismos y rasgos excluyentes del protagonista, ya examinados en el excelente documental Trumbo (2007) de Peter Askin, enriqueciéndolos vía la improvisación en numerosas escenas y enfatizando una metamorfosis que va desde el lujo altisonante a la cárcel y la proscripción.
El interesante desarrollo es responsabilidad del guionista John McNamara, de amplia experiencia televisiva, y del realizador Jay Roach, conocido principalmente por las sagas iniciadas por Austin Powers (1997) y La Familia de mi Novia (Meet the Parents, 2000): si bien cae en algunos simplismos, el relato ofrece un pantallazo muy eficaz en torno a la lucha idealista de Trumbo por la libertad política y/ o de expresión, siempre en contra del clima paranoico y los oportunistas del momento (los que enarbolando las banderas de la infiltración comunista, se autoproclamaban guardianes de un “american way of life” petrificado y mentiroso). La trama no olvida al resto de los “Diez de Hollywood”, aquella primera lista negra de Estados Unidos, y muchas de sus preocupaciones están condensadas en el personaje ficticio de Arlen Hird (Louis C.K.), un resumen del dolor de años sombríos.
Otra decisión inteligente fue la de colocar como antagonista al patético J. Parnell Thomas (James DuMont), presidente del Comité de Actividades Antiestadounidenses y luego condenado por corrupción, nuevo ejemplo de la doble moral de un montón de figuras del ámbito gubernamental y artístico. En Regreso con Gloria sobresalen también las exquisitas actuaciones de Diane Lane como Cleo, la esposa de Trumbo, Elle Fanning como Nikola, su hija mayor, y la maravillosa Helen Mirren como Hopper, la adalid de la criminalización más extrema del pensar distinto, esa que conduce al ostracismo y la utilización de seudónimos. Hubiese sido muy revelador que la historia continuase su derrotero más allá de los 50, para cubrir el período de Los Valientes Andan Solos (Lonely Are the Brave, 1962), El Hombre de Kiev (The Fixer, 1968) Johnny Got His Gun y la recordada Papillon (1973).
La película destaca el fracaso del destierro profesional vía las anécdotas alrededor de los Oscars que recibe el protagonista -cuando debía recurrir a testaferros para seguir trabajando de manera regular, ante el veto implícito de los grandes estudios de Hollywood- por las bellas La Princesa que Quería Vivir (Roman Holiday, 1953) y El Niño y el Toro (The Brave One, 1956), antecedentes de una restauración que se completaría gracias a la intervención de los enormes Kirk Douglas y Otto Preminger, quienes lo incluyen en los créditos oficiales de Espartaco y Éxodo (Exodus, 1960) como autor del libreto, dando el puntapié inicial al fin de un etapa que pocas veces fue analizada por el mainstream, en una jugada que por supuesto tiene que ver con esa automitificación nostálgica que Hollywood pretende vender en el mercado global y que compran los cinéfilos más desinformados…