El principal mérito de esta especie de ¿Qué pasó ayer? de la tercera edad encierra también su mayor misterio. No es poca hazaña que sus productores hayan logrado reunir por primera vez en un elenco a cuatro pesos pesados de Hollywood como Michael Douglas, Robert De Niro, Kevin Kline y Morgan Freeman: hasta ahí llega el mérito. Que lo hayan conseguido ofreciéndoles un guión tan magro en ingenio ya forma parte del misterio. Quizás eso explica que, puestos a responder al compromiso, los cuatro pongan en juego más su oficio de comediantes, que ya se sabe dominan, que verdadera voluntad de divertir y divertirse, y que en el balance final resulte Mary Steenburgen la que mejor sabe sacar provecho de un papel relativamente menor: el de la veterana cantante que se cruza en el camino del cuarteto para que se repita cuarenta años después una situación similar a la que puso en conflicto a dos de los viejos compinches y determinó su destino.
Uno es Paddy (Robert De Niro), de eterno duelo desde que perdió a su mujer y escasísima voluntad de salir de casa y menos para cruzarse con el otro, Billy (Michael Douglas). Éste, que ha hecho carrera como abogado en California, se siente todavía en condiciones de seducir señoritas que podrían ser sus hijas y, ya pisando los setenta (quizá consecuencia de la muerte de su socio en el estudio), calcula que ha llegado por fin la hora de casarse y decide hacerlo con su circunstancial pareja.
Es la excusa para que se produzca el reencuentro con sus amigos desde la infancia: para que haya despedida de soltero y para que sea en Las Vegas, lugar donde sobreabunda la oferta de bodas y la promesa de juergas. Con lo cual ya está todo listo para que las situaciones y los chistes respondan al más previsible humor geriátrico, Viagra incluido, y para que el cuarteto de jubilados se vea rodeado de tentaciones, desde la del juego, que se le da muy bien al simpático Archie (Morgan Freeman), liberado por pocos días de la vigilancia sanitaria de su hijo, hasta la de la pródiga oferta de compañía femenina a la pesca de jugadores afortunados, lo que pone a prueba hasta qué punto el juicioso Sam (Kevin Kline) se atreverá a aprovechar el permiso de infidelidad que le ha concedido su comprensiva esposa.
Hay ciertos momentos divertidos, algún intento de emotividad y está el atractivo de la presencia de las estrellas, aunque nada es muy novedoso y el convencionalismo abunda. El film también muestra, lamentablemente, el vuelo corto de Jon Turteltaub como director y las limitaciones de su presunto desenfado.