Llevar salmones desde Escocia a Yemen para poder practicar la pesca con mosca en medio del desierto. Sí, el proyecto puede ser descabellado pero ¿qué importa si todos los involucrados en el asunto se ven beneficiados? El gobierno británico, por ejemplo, que aportando el saber de sus especialistas busca compensar con alguna buena noticia sobre Medio Oriente las torpezas que comete en una guerra cada vez más impopular. El infinitamente millonario jeque árabe que invertirá lo que sea con tal de hacer realidad el sueño de ver correr el agua por futuros campos verdes en su país, progreso que (supone) favorecerá el entendimiento con los sectores más reaccionarios de la región y de paso le permitirá disfrutar de su deporte favorito. Y el director Lasse Hallström, que encontrará el pretexto para entregarle al público, como suele hacerlo en los últimos años, otra fabulita complaciente que seduzca a la platea con las imágenes, la distraiga con alguna referencia a la actualidad y manipule sus emociones con una muy tenue intriga política y con el suspenso romántico de un amor que parece tan imposible como el proyecto mismo.
Lástima que para llegar a este anhelado objetivo comercial, el director de ¿A quién ama Gilbert Grape? haya partido de una novela que, según dicen quienes la leyeron, abundaba en apuntes satíricos sobre el nacionalismo, el patriotismo, los terroristas y la burocracia británica, y que en manos de Hallström y de su maleable libretista Simon Beaufoy ( ¿Quién quiere ser millonario? ) se reemplazan por un rutinario cuento de amor. El es un experto inglés del departamento de Pesca y sobrevive a un aletargado matrimonio; ella, también británica, es la asesora más confiable del poderoso jeque y acaba de enamorarse de un soldado que a los pocos días de conocerla fue enviado a Afganistán. Y mientras la faraónica obra se desarrolla hasta llegar a un final (que tendrá que ser feliz, cueste lo que cueste), se añaden unas cuantas divagaciones acerca de la conducta de los salmones, la fe, el progreso, la tradición y el entendimiento entre los pueblos. Los villanos, o sea los opositores, sólo se hacen notar cuando es necesario agregar algún toque dramático o para mostrar cómo es posible salvar una vida con una caña de pescar.
Mientras Ewan McGregor, Emily Blunt y el egipcio Amr Waked se reparten los papeles centrales (y apenas logran aportar a sus personajes algo más que su oficio y su buena presencia), Kristin Scott Thomas se divierte jugando con el papel de la terrible secretaria de prensa del primer ministro británico y poniendo algún humor en la tarea; lo hace en un tono que no armoniza demasiado con los demás, pero suma alguna vivacidad a una fábula que en el fondo sólo busca entretener. La fotografía de Terry Stacey sabe aprovechar los imponentes paisajes.